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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Mingote y Madrid

Madrid no pierde el tiempo ni el dinero en tonterías aldeanas y orgullos de campanario. A nadie pregunta de dónde viene ni hacia dónde va

Actualizada 01:30

Antonio Mingote era aragonés, de Daroca, aunque su lugar de nacimiento fue Sitges. Su padre, don Ángel, era el director de la Banda Municipal de aquella localidad costera. Pero su sitio era Madrid. «La única ventaja que tiene viajar, es la de volver a Madrid». Se conocía –y trataba con ellos– a todos los árboles de El Retiro. El alcalde Tierno Galván le nombró «Alcalde Perpetuo del Parque del Buen Retiro». Por prescripción facultativa, Antonio se paseaba Madrid todos los días. De su casa en la calle Samaria, en el barrio del Niño Jesús, hasta Alfonso XII atravesando el Retiro, y de ahí hasta la Plaza de Oriente, con el Palacio Real más importante y rico de Europa frente a su mirada, mientras tomaba su primer café del día con una ración de churros, que los tenía prohibidos. Y de vuelta a casa, la calle Mayor, la Puerta del Sol, Carrera de San Jerónimo y Alcalá. «Lo mejor de Madrid es su continua sorpresa. Todos los días descubro una maravilla nueva, inesperada, en sus calles». Era tímido, pero rotundo. En una entrevista en TVE, Soler Serrano le preguntó: «¿Qué ciudad le gusta más, Barcelona o Madrid?». Y respondió con un doble elogio: «Barcelona es como una mujer extraordinariamente guapa. Pero la guapeza es efímera. Madrid es una mujer maravillosamente atractiva, y el atractivo no se desvanece». Escribió y dibujó un gran libro, Historia de Madrid. En un dibujo reunió en una plazuela del Madrid de los Austria a los personajes que podrían haber coincidido en ella en los primeros años del siglo XVII.

El conde de Villamediana, El Greco, Góngora, Pacheco de Narváez, Quevedo, Juan de Mariana, Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Vicente Espinel, Tirso de Molina, Miguel de Cervantes, Vélez de Guevara, Agustín de Rojas… y llevado de la mano de una fámula estupenda y castiza, el niño Pedrito Calderón de la Barca. El oro de los Siglos de Oro, con el permiso de Urtasun. Y era un enamorado de Sevilla, sobre todo de la Sevilla estallada de primavera, no la invernal, con las buganvillas tristes, los jacarandas desnudos y el azahar lejano.

Cela, en uno de sus provocadores excesos, definió a Madrid como un poblachón manchego. Éramos amigos de Camilo, y una noche, el Nóbel se desdijo. «Aquello de que Madrid es un poblachón manchego lo escribí para molestar. Fue una tontería». Mingote, concentrado en el revuelto de criadillas de tierra que devoraba, alzó la mirada y le dio la razón a Cela: «Camilo, nadie está exento de escribir majaderías». Él me hablaba –me aventajaba en 30 años– del Madrid que vivió, de la gran ciudad en la que jamás se sintió sólo. «Todos sabíamos dónde estábamos a determinadas horas, y cada día elegías una tertulia, llegabas al lugar y te encontrabas con los amigos que buscabas. No teníamos un duro, pero cenábamos fuera de casa todas las noches». «Madrid tiene la educación de siglos de Corte. Y es la ciudad más cordial del mundo, y también la más peligrosa, porque aquí vive lo mejor y lo peor de España. El poder reúne a muchos hijoputas, y sabes que lo son, pero al menos, son educados y simpáticos». Hablaba en aquel presente.

La mujer maravillosamente atractiva se ha hecho más atractiva aún. Es el motor de España. El alegre motor de España. Vive alegre a pesar de albergar, por razones políticas, a infinidad de sinvergüenzas, pero no se siente afectada. Madrid es la capital de España, y ejerce de esa circunstancia. No pierde el tiempo ni el dinero en tonterías aldeanas y orgullos de campanario. A nadie pregunta de dónde viene ni hacia dónde va. En el Oxford Economics, se ha publicado un estudio que Antonio habrá leído en sus azules infinitos. «Madrid es la única ciudad europea que rivaliza con Londres y París. Tiene una población cosmopolita y altamente educada».

Se agradece el elogio, con una pequeña corrección. Madrid es, en la actualidad, mucho más agradable para vivir que Londres y París, pruebas de ello son las inversiones que en Madrid se establecen y la cantidad de nuevos madrileños que han elegido vivir en Madrid para dejar de sufrir en las tiranías del comunismo de Hispanoamérica. Y escribo «nuevos madrileños», porque el que llega a Madrid y en Madrid se instala, ya es madrileño para siempre.

El atractivo no muere. Siempre con la razón a cuestas, Antonio.

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