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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Hasta las narices de vascos y catalanes

Si en ambas regiones votan nacionalismo, y eso incluye al PSOE, habrá que plantearse cortar el cordón umbilical y el chantaje eterno

Actualizada 01:30

En 20 días, los mediantes entre las elecciones vascas y las catalanas, España puede excavar más profunda su tumba o empezar a salir del tanatorio en el que la ha metido Pedro Sánchez, un imán para lo peor de cada casa.

Primero empezó por aliarse con el chavismo de Pablo Iglesias, agente infiltrado de Venezuela y tal vez de Irán. Después siguió con Otegi y Junqueras, que son a la Constitución lo que la gasolina al fuego. Más tarde incorporó al Eje del Mal a Puigdemont, el equivalente a poner al zorro a cuidar a las gallinas y dejarlas todas atadas en el corral. Y cuando parecía que todo eso era insuperable, el Negligente en Jefe nos sorprendió poniéndose un poco del lado de Hamás, Hezbolá e Irán, con su trastienda rusa y china correspondiente.

Que todo ello lo haya ido haciendo en nombre de una épica cruzada contra el franquismo, ese enemigo siniestro al acecho, conferiría al relato una comicidad impagable de no ser porque tiene profundas consecuencias: la ceremonia de blanqueamiento de sus aliados y de criminalización de los adversarios está justificando una demolición incesante de la democracia, transformada a la fuerza, y por la puerta de atrás, en un nuevo régimen caciquil con aspiraciones a hacer inviable la alternativa e irrespirable la convivencia en libertad.

Todo se agravará si, en las dos citas electorales, el constitucionalismo no logra unos resultados suficientes para hacer inviable la hegemonía del separatismo en cualquiera de sus combinaciones, que son dos: la suma de partidos independentistas, tan enfrentados por el poder como dispuestos a repartírselo si no queda más remedio, o la de cualquiera de los cuatro con el PSOE, que en realidad es el quinto secesionista y el peor de todos ellos, porque legitima los demás, los recarga de justificaciones y atiende todas sus expectativas a cambio de alquilarle la Moncloa.

La suma de PNV y Bildu alcanza cerca del 70 por ciento de los votos según la práctica totalidad de las encuestas, un resultado dramático y demostrativo de las consecuencias de haberle dejado al universo etarra reescribir el relato del horror: el blanqueamiento del PSOE, iniciado por Zapatero y culminado por Sánchez, provoca que el premio electoral lo reciban quienes ponían las pistolas o las comprendían, y no quienes las sufrían en sus indefensas nucas.

Y en Cataluña ERC y Junts rozan el 40 por ciento de las papeletas, lo que unido al 13 por ciento de los Comunes y las CUP, y no digamos al 27 por ciento del rendido PSC del «pagafantas» Illa, coloca a la región a 5 minutos de la hegemonía nacionalista y a la Moncloa al borde de aceptar el órdago rupturista definitivo, por supuesto, a cambio de la triste supervivencia del marido de Begoña Gómez.

Si Cataluña y el País Vasco no son separatistas, de una manera hegemónica al menos, sus residentes no pueden seguir engañándose, pensando que hay opciones razonables en ese universo y que, por ejemplo, votar al PNV o al PSC le hace a uno más vasco o más catalán sin renunciar a España, por mucha retórica nacionalista que desplieguen, al final concentrada exclusivamente en lograr más prebendas.

Eso ha dejado de ser cierto, si alguna vez lo fue, y los votantes de ambas regiones deben enfrentarse a la verdad de una vez: si quieren Constitución, han de apostar por partidos que la defiendan incondicionalmente, sin sorpresas posteriores adornadas con eufemismos incompatibles con la supervivencia del estatus de 1978.

Y si no lo hacen, que no vengan luego a llorar. Porque el resto de España está agotada, harta e indignada de conflictos artificiales elevados a categoría prioritaria desde la noche de los tiempos. Y tal vez se esté planteando si no conviene más, viendo la tozudez separatista, el entreguismo socialista y la pasividad constitucionalista, cortar el cordón umbilical, dejarlos abandonados a su suerte y concentrarse en sacar adelante a un país magnífico sometido endémicamente a un chantaje repugnante.

Estas elecciones son a vida o muerte, y que no venga nadie luego con lamentos.

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