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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Por siete votos

Sánchez ha logrado lo nunca visto: el desprecio a la institución que representa y no solo a su inquilino tramposo

Actualizada 01:00

No seré yo quien jalee el desprecio grosero a un representante público, incluso a quienes más puedan merecerlo. Las formas son el fondo, y la democracia sufre cuando denigra el procedimiento.

El de los políticos está definido por normas, leyes, directivas o reglamentos de conocimiento y aplicación obligatorios que, cuando se pisotean, ponen en peligro la propia democracia.

Es el caso de Sánchez, un martillo pilón contra el Estado de derecho, convertido en una montaña de plastilina maleable a su antojo, como si la Constitución, el Código Penal, la Justicia y hasta la opinión pública debieran adaptarse a él, a sus miserias y a sus necesidades, y no a la inversa.

Pero nosotros, los ciudadanos, también tenemos una responsabilidad en el cuidado del ecosistema democrático, bien fácil de cumplir: basta, por ejemplo, con entender el funcionamiento de las instituciones, conocer nuestros derechos y obligaciones y, claro, no insultar a nadie, ni siquiera aunque sea presidente del Gobierno y nos insulte a diario con sus negocios políticos, mentiras, errores y apuestas frentistas.

«Sánchez, por siete votos te han roto el culo» es, según la tesis anterior, improcedente, y por gracioso, descriptivo y agudo que nos parezca, no debemos avalarlo.

Lo dijo un particular en otro de los actos artificiales que le montan para simular que hace algo útil en algo, en este caso la sanidad, y que además disfruta de un afecto popular como no se veía desde el entierro madrileño de Tierno Galván, lo que es tan falso como su postura con Palestina.

Porque los pueblos oprimidos le importan a Sánchez lo mismo que los pingüinos de Humboldt, como demuestra su indiferencia hacia el Sáhara o, más cerca aún, hacia los ciudadanos españoles residentes en Ceuta, Melilla, Cataluña o el País Vasco, cada vez más aislados en una especie de apartheid alimentado por quien quiere hacerse pasar por conmovida plañidera gazatí.

No está bien, pues, pero agotar el asunto en un mero juicio sobre los modales del personal, que son mejorables, tampoco es exigible. Lo que hay que preguntarse, y el PSOE sanchista no lo hace, es por qué «que te vote Txapote» y «tienes el culo roto» nacen, crecen, prosperan y se hacen universales en lugar de morir, rápidamente, en los acantilados del eructo fugaz y las sentinas del desahogo marginal.

Y no mueren porque, simplemente, resumen en apenas cuatro palabras, con brutalidad genial, cinco años de sanchismo feroz, sustentados en la mentira, la trampa, la vergüenza, el apaño y la compraventa de favores nefandos.

Porque Sánchez es lo que es, el presidente con menos diputados propios de la historia, gracias a los votos de los amigos de Txapote, de ese partido que no condena el terrorismo y no llama terroristas a los etarras. Y lo es, además, por haberse dejado sodomizar por un prófugo de la justicia que, a cambio de regalarle la investidura, convierte sus delitos en derechos y sus delirios en objetivos realizables.

A Sánchez no hay que desearle que le rompan nada, obviamente, pero es un poco más difícil decirlo cuando, a diario, él nos rompe a todos la crisma, menos a su esposa, beneficiaria directa de una adjudicación decidida por él mismo.

En un país serio, alguien con este currículum no sería nunca presidente. En el nuestro puede eternizarse, por mucho que los lobos aúllen a la luna riéndose del maltrecho estado de esa parte de Sánchez donde la espalda pierde su nombre.

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