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El observadorFlorentino Portero

El 'hombre-masa' y las elecciones europeas

Las elecciones europeas nos están ofreciendo por parte del gobierno un lamentable espectáculo de todo aquello que Ortega, y cualquiera de los grandes tratadistas de la democracia, temían

Actualizada 01:30

Tras un largo proceso histórico, íntimamente vinculado con la sucesión de revoluciones industriales, el parlamentarismo se abrió a la democracia. Primero todos los hombres y luego también las mujeres accedieron al derecho de voto. La política pasó de ser una actividad de unos pocos a serlo de muchos. Puesto que ninguno de nosotros sabe de todo, se incidió en el carácter representativo de la democracia. Elegimos a quien comparte con nosotros lo fundamental, confiando en que sus conocimientos específicos le permitirán actuar con criterio. Ortega y Gasset insistió en aquellos días en que eran necesarias dos condiciones para que el sistema funcionara. La primera era el reconocimiento del liderazgo. Había que elegir a los mejores, a aquellos que reunían las condiciones para guiar a la comunidad. La segunda era la exigencia de pedagogía. Los dirigentes debían explicar con claridad la naturaleza de los programas y la razón de sus propuestas para retener la confianza de sus electores y el prestigio de las instituciones. Si estas condiciones no se daban el riesgo de que el sistema degenerara era alto.

Las elecciones europeas nos están ofreciendo por parte del gobierno un lamentable espectáculo de todo aquello que Ortega, y cualquiera de los grandes tratadistas de la democracia, temían. Tras un quinquenio casi perdido en el Parlamento Europeo cabía esperar que nuestro presidente, de cuyas ambiciones somos todos conscientes, nos presentara un diagnóstico inteligente de la situación en que se encuentra la Unión y propusiera un conjunto de acciones para enderezar un rumbo que, como poco, está desorientado. No ha sido así. Su idea de la política tiene poco que ver con la de Ortega y mucho con lo que el filósofo madrileño temía. Es un demagogo y actúa en perfecta coherencia con su condición. No respeta al elector, ni al propio ni al ajeno. Lo desprecia y le trata como ese 'hombre-masa' al que se utiliza y maneja con eslóganes más que con ideas.

Sánchez introduce el reconocimiento del Estado palestino cuando los actores de relevancia están trabajando en cómo gestionar Gaza el día después. No es momento de reconocer lo que todavía no puede existir, sino de trabajar sobre el terreno, allí donde es más urgente, para que se pueda hacer realidad. Sánchez hace un uso instrumental de una causa para movilizar a sus votantes, despreciando con ello tanto a los palestinos como a los socialistas.

Sánchez monta una bronca con Milei sin reconocer cuál fue el origen, un ministro socialista que todavía no se ha disculpado por llamar al jefe del Estado argentino drogadicto, y dando una importancia desmesurada al comentario de Milei sobre su mujer que, efectivamente, está siendo investigada por la Justicia. El comportamiento de Milei no es de recibo, pero el de Sánchez y su amigo Puente es aún peor. No es casual. De nuevo se trata de obviar el debate sobre el futuro de la Unión ocultándolo bajo una supuesta campaña de contención de la extrema derecha.

El ministro Albares trata como sea de lograr un acuerdo sobre Gibraltar para presentarlo como un éxito ¡Por fin un problema histórico que había lastrado a la diplomacia española durante siglos resuelto gracias a la pericia socialista! Miedo da pensar cuántas concesiones estaría dispuesto a hacer para apuntarse el tanto y no resolver nada. Pero lo fundamental, de nuevo, es no hablar de lo que toca, de lo que da sentido a unas elecciones parlamentarias ¿Qué Europa queremos?

Seguimos citando a Ortega porque su pensamiento –sus análisis y sus temores– siguen de actualidad. Porque entonces como ahora la democracia es 'flor de invernadero'. Porque resulta más cómodo ser 'hombre-masa' que ciudadano activo.

Estos espectáculos dañan la autoridad de España en el mundo y suponen una lamentable humillación para nuestros diplomáticos. Tristemente, no son estas las preocupaciones que quitan el sueño a nuestro presidente. El poder se justifica en sí mismo para quien carece de valores y desprecia a su propia nación.

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