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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Desde arriba

Belén creció sin necesidades. Estudió en el «Máter Salvatoris», pero el dedo de Dios le señaló el camino de las carmelitas de clausura. Con poco más de treinta años, siendo ya subpriora de San Calixto, le detectaron un cáncer de ovarios

Actualizada 01:30

He leído en El Debate, con cariño y admiración, la entrevista de Álex Navajas al Almirante Estanislao Pery, padre de la monja carmelita Belén de la Cruz, fallecida en Córdoba hace seis años, y futura Santa de la Iglesia. A su madre, María Osborne Gamero-Cívico, la conocí de niña. La casa de sus padres en el Puerto de Santa María fue la mía, gracias a su generosidad, los fines de semana mientras estuve sirviendo a España en la Mili, en Camposoto, San Fernando. Y Tomás, el actual conde de Osborne y hermano de María, es para mí, más que un hermano. Decían en su casa, que María y yo teníamos que habernos casado, porque de esa manera, sólo se perdía una casa. Me van a permitir un toque de clasismo. Es mucho más difícil alcanzar la plena humildad, la entrega sin límite hacia los demás, la santidad auténtica, renunciando a todas las comodidades de una buena familia. En el caso de nuestra monja, educada y unida al margen de las ventajas por la condición de marino de su padre. San Francisco de Borja, Duque de Gandía, San Francisco Javier, la Madre Maravillas, que renunciaron a todo por seguir los caminos trazados por Dios. María nació en el Puerto, hija de militar y de familia bodeguera, deportista, enamorada del campo de Sierra Morena, rodeada de amigos… y un día les anunció a sus padres que su vida no podía interpretarse si no era en la cercanía de Dios. Y desde la rotunda humildad carmelitana. Como su fundadora, Teresa de Ahumada, Santa Teresa de Ávila, qué mujer.

El almirante Pery nos dice que en su casa se practicaba la religión fácil. Que eran parroquianos de parroquia móvil, por aquello de las frecuentes mudanzas de las familias militares. Y que Belén era, quizá algo más tímida, una chica que huía de la figuración y el protagonismo. Cuando era necesaria, ahí estaba. Cuando le querían agradecer haber estado, se había ido. Doce años en el Carmelo, vida durísima y desgarro familiar. Pero ella estaba feliz. «Soy la misma de siempre, pero vestida de marrón». «Si ella viviera, estaría horrorizada ante el hecho de que la Iglesia haya iniciado su proceso de canonización. –¡Horrorizada! Si se entera de esto, ¡sale corriendo hacia donde sea!». Y lo dice su padre.

Belén creció sin necesidades. Estudió en el «Máter Salvatoris», pero el dedo de Dios le señaló el camino de las carmelitas de clausura. Con poco más de treinta años, siendo ya subpriora de San Calixto, le detectaron un cáncer de ovarios. Se comió el dolor y amplió su sonrisa. Aceptó la crueldad de la muerte en plena juventud sin concederle importancia a sus sufrimientos. Consolaba a sus padres, Estanislao y María, y se apagó definitivamente en esta vida rodeada de sus compañeras en la oración, que ya la consideraban una santa. «Sólo tengo lo que he dado», y lo dio todo. Me figuro que a sus padres y hermanos les habría gustado menos santidad y más presencia en su mundo para disfrutar de ella. Pero la fuerza y la resignación desde arriba les viene, y con esa fuerza recibida desde los altos, mantienen su felicidad.

Pues sí. Era una niña de muy buena familia y posición que eligió la cálida dureza de la clausura. La cálida y gélida dureza de la clausura y la contemplación. Hija de María Osborne y Estanislao Pery, Almirante de la Armada. Algo habrá tenido que ver la Virgen del Carmen, la Estrella de los Mares.

Me tranquiliza escribir de estas cosas que pasan en las carencias y sacrificios de los conventos que rezan, y las oraciones que suben hasta los prados inextinguibles.

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