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16 de septiembre de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Entiendo las críticas

Me figuré, desde la lejanía, las calles de Madrid alegres y bulliciosas, y las de Barcelona, sometidas a la trepidante celebración de una sardana fúnebre. Y dormí plácidamente, valorando en su justa medida la alegría que sentía sin traspasar la línea de lo correcto

Actualizada 01:30

Es inevitable. ¿Cómo no voy a entenderlas? Las dos hermanas eran íntimas amigas mías. Una era muy fea y habladora. La otra, gélida y guapísima. La fea se quejaba. «Es insoportable. Me considera un cero a la izquierda. Me mira por encima del hombro. La aborrezco. Y llega el fin de semana, y la llaman cien tíos, y a mí no me llama ninguno. ¿Entiendes mis críticas?». «Claro que las entiendo»; «Entonces, ¿me invitas a cenar el viernes?»; «no puedo. He quedado con tu hermana».

¿Cómo no voy a entender la manía y la desestructuración anímica y mental del antimadridismo sociológico? Su decimoquinta Copa de Europa es una anécdota. Muy agradable por cierto, pero no va más allá que un sucedido habitual. Lo fundamental es que ese club de fútbol del barrio de Chamartín, tiene en el mundo más de seiscientos cincuenta millones de seguidores y simpatizantes. No existe entidad deportiva, ni política, ni cultural ni social que se acerque a esa cifra de incondicionales. Cada año que pasa son más los que le siguen, mientras los otros menguan el número de sus incondicionales. Y no establezco comparaciones con la hermana gélida y guapísima. Para mí, y para 650.000.000 millones de humanos que habitan sobre la piel de nuestro conflictivo planeta, el Real Madrid es guapísimo, y nada tiene de gélido. Nos enciende. Enciende más a los enemigos, pero a los partidarios nos calienta el 'entrepernilamen'.

Viví el partido final de la Liga de Campeones en el Real Club Estrada de Comillas. Había socios partidarios del Real Madrid y adversarios encarcelados por sus complejos. Me sorprendió mi reacción cuando el Real Madrid consiguió el primer gol. Mi respuesta monosílaba: –Gol–. Los madridistas nos estrechamos las manos. En el segundo gol, no lo hicimos. Nos dio pereza. Los del Barcelona, el Atlético y el Sevilla se incorporaron para consolarse en el bar. Y ahí nos quedamos los madridistas esperando que el árbitro soplara el pito para recordarnos que lo habitual, lo frecuente, por sosegado que sea, no cambia para nada el mundo. Y nos despedimos los madridistas con una sonrisa deseándonos buenas noches y mejor amanecer.

Sencillamente.

Algunos aventuraron que al llegar a sus casas conectarían con las emisoras de Movistar, las más antimadridistas del mundo. Les recomendé misericordia y comprensión. Me duele herir a quien vive permanentemente herido. Pienso en ellos y me sale del alma acudir a su lado y aplicarles con sumo cuidado la pomadita refrescante del amor fraterno. Pero tampoco es cosa de perder el tiempo con bondades absurdas. En el fondo, había que celebrar dentro de los límites de la buena educación un desenlace deportivo perfectamente ajustado a la normalidad. Me figuré, desde la lejanía, las calles de Madrid alegres y bulliciosas, y las de Barcelona, sometidas a la trepidante celebración de una sardana fúnebre. Y dormí plácidamente, valorando en su justa medida la alegría que sentía sin traspasar la línea de lo correcto. Claro que entiendo sus quebrantos, y del mismo modo que lo entiendo, los excuso y lamento. No formar parte de esos 650.000.000 de mujeres, hombres, niñas y niños felices tiene que resultar muy pesaroso.

Y claro, resultó inevitable. Me acordé de la hermana fea y de su odio a la hermana guapa. Nada tiene que ver lo que sigue con el nudo y desenlace del presente texto. Lo pasé muy bien con ella.

Lógico, por otra parte. Como la decimoquinta.

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