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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Buen sitio

La dirigente comunista gallega, que gasta más en trapos que Begoña Gómez practicando el «shopping» en Londres –Niñas, daos prisa que nos espera el Falcon para hacer chopin en London–, ha convertido las sandeces en obras de arte

Actualizada 01:30

No termino de adaptar mi capacidad de comprensión a las palabras de Yolanda Díaz. Me dejan siempre en la duda. Sólo me consta, que bien o mal interpretadas por mi capacidad de comprensión, casi todo lo que dice forma parte del amplio espacio que reúne a las majaderías. No sé cómo se traduce «majadera» al gallego, pero me atrevo a escribir que «maixadeira». El día que un estudioso recopilador de sandeces –sandeixes–, se atreva a compilar todas las chorradas –xourradas–, emitidas a través de su boca, necesitaría más volúmenes que la Enciclopedia Británica o la de Espasa Calpe. De cualquier forma, un trabajo tan descomunal como meritorio.

La dirigente comunista gallega, que gasta más en trapos que Begoña Gómez practicando el «shopping» en Londres –Niñas, daos prisa que nos espera el Falcon para hacer chopin en London–, ha convertido las sandeces en obras de arte. Esa conjunción de la memez con el sobeo simultáneo, induce al desconcierto. Por una parte, el receptor de la majadería queda estupefacto, disecado por un golpe imprevisto de taxidermia, y al mismo tiempo, acariciado y gratificado por la lisonja zalamera, que actúa como la resolana bajo la piel, como cantaba el formidable Jorge Cafrune, el turco de Jujuy. Ha pasado más de un año, y Garamendi no se ha repuesto todavía de aquel desayuno que compartió con Yolanda Díaz, que le impuso un sobeo manual que le impidió hacerse con alguno de los cruasanes –croissants–, que le ofrecían los anfitriones. Así que Garamendi estiraba el brazo izquierdo –el derecho lo tenía inmovilizado por el palpamiento yolandino–, para escoger un cruasán del plato y mojarlo en el café de acuerdo al auténtico espíritu español, y la mano izquierda de Yolanda que paseaba sus dedos por su empresarial nuca, abandonaba el cogote de Garamendi para neutralizar la acción de su brazo libre, dejando al pobre hombre sin cruasán que llevarse a la boca. Los que le tratan y conocen me aseguran que aún no se ha recuperado.

Días atrás, en el Congreso de los Diputados, y sin que sirva de precedente, Alberto Núñez Fejóo se mostró brillante e incisivo recordándole a Sánchez hechos probados de las actividades empresariales de su mujer, Begoña Gómez. Se trató de una intervención dura y sosegada, tan bien medida como educada. Y Sánchez, que está cansado del caso de su esposa –no ha hecho más que empezar–, le replicó a Feijóo acusándole de ultraderechista y viajando, como en Sánchez es habitual, por los cerros de Úbeda. Y claro, explosionaron los aplausos pelotas. La Choni casi se disloca las muñecas, Pachi López babeó con muy abundante fluido, y Yolanda Díaz, volviendo su mejorable faz hacia la faz dura de su presidente, gritó «¡A la mierda!».

No es expresión adecuada y admisible en una vicepresidente del Gobierno, aunque sea de cuota y pacto. Claro está, que tampoco hay que exigirle demasiado en normas de cortesía a la peculiar individua, si bien lo correcto semánticamente sería denominarla peculiar individuo femenino.

Posteriormente, he repasado el vídeo en cuestión, y las dudas se han apoderado de mi inocencia. Cuando Yolanda Díaz berrea «¡A la mierda!» no mira a Feijóo. Se dirige abiertamente a Pedro Sánchez. Pedro mira a Yolanda, Yolanda a Pedro, y la modista de Fene le sopla el «¡a la mierda!» al enamorado en sus narices.

En tal caso, por una vez, es posible que Yolanda Díaz haya acertado.

No es mal sitio el que le propone a su jefe.

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