La bandera franquista
Fue entonces cuando Carlos III, en colaboración con Franco, inspirándose en la Señera del Reino de Aragón y de la Casa Condal de Barcelona diseñó la bandera de la Armada franquista, que años más tarde se convirtió en la bandera de España
Hoy, –ayer para los lectores–, Carlos III hizo caso a Franco, después de muchas conversaciones en el Palacio Real de Madrid. En una ocasión, la reunión tuvo lugar en el Palacio Real de El Pardo, que Franco ya habitaba. El asunto no era para tomarlo a broma. Los mares y océanos se los disputaban tres naciones, tres monarquías. La española, la inglesa y la francesa. La cuarta nación navegante, Portugal, muy cercana anímicamente a Inglaterra, descubría la ruta de la seda y creaba un imperio colonial mientras España, Inglaterra y Francia combatían sin descanso. Con un problema. En los días sin viento, las banderas de las tres naciones se confundían, y era frecuente que un buque de guerra de cualquiera de las escuadras y armadas contendientes atacara y hundiera a un barco de su misma bandera. Y Franco se lo aconsejó a Carlos III. –Señor, o cambiamos la bandera de nuestra Real Armada, o vamos a tener un disgusto. Yo le propongo que nos reunamos para que Vuestra Majestad, con mi ayuda, naturalmente, establezca para nuestra Armada un nuevo Pabellón que nos distinga por su colorido y no favorezca las confusiones–.
Recuérdese que en 1785, la bandera inglesa era la blanca con la cruz completa de color rojo, la española, blanca con la Cruz de Borgoña roja, y la francesa blanca con las flores de lis azules. Fue entonces cuando Carlos III, en colaboración con Franco, inspirándose en la Señera del Reino de Aragón y de la Casa Condal de Barcelona diseñó la bandera de la Armada franquista, que años más tarde se convirtió en la bandera de España gracias a la generosidad de la Armada.
Porque Franco, para los comunistas, los socialistas, los podemitas, los sumaristas, los animalistas, los antitaurinos, los separatistas vascos, catalanes y gallegos y los del LGTBIQ, fue el creador de nuestra bandera.
Que así decía el Decreto del Rey, firmado por don Antonio Valdés. Como Franco era bastante joven en 1785, Carlos III no consideró imprescindible su firma para legalizar el Decreto.
«Para evitar los inconvenientes, y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional que usa mi Armada Naval y demás embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias, o con vientos calmos con las de otras naciones; he resuelto, que en adelante usen mis buques de guerra de bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baxa sean encarnadas, y del ancho cada una de la quarta parte del total, y la de en medio, amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas reducido a los dos quarteles de Castilla y León con la Corona Real encima; Y el Gallardete con las mismas tres listas, y el Escudo a lo largo, sobre quadrado amarilllo en la parte superior… No podrá usarse de otros Pavellones en los Mares del Norte por lo respectivo a Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Océano, y en el Mediterráneo desde el primero del año de mil setecientos ochenta y seis; en la América Septentrional desde principio de Julio siguiente; y en los demás Mares desde primero del año de mil setecientos ochenta y siete. Tendréislo entendido para su cumplimiento-. Señalado de mano de S.M., en Aranjuez a veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco. – A D. Antonio Valdés. Es copia del Decreto Original».
No obstante, antes de rubricarlo, el Rey Carlos III pidió al telefonista Jefe de Palacio que le pusieran con Franco, que se hallaba en el Palacio de El Pardo. La conversación fue breve, porque en 1785 las conferencias desde Aranjuez al noroeste de Madrid eran muy caras.
–¿General Franco? –Al aparato–; –Paco, soy el Rey–; –a sus órdenes Majestad–; –Como acabo de firmar el Real Decreto que concierne a la bandera que un día en el futuro los burros y analfabetos de la izquierda van a decir que es tuya, los burros y las burras, que no hay que olvidar a las segundas, te leo el Decreto, y si me lo apruebas, lo pongo en marcha–; –no es necesario que me lo lea, Majestad. Por mi parte, aprobado–; –Gracias, Paco, un abrazo. Te dejo una bandera preciosa para todos los españoles-.
Y gracias a Franco, Carlos III la aprobó.
Así se escribe la Historia.