Florito
Hablaba Florito, y todos los cabestros obedecían la orden de sus voces. Como el ministro Albares, pero obedeciendo sensateces, no chorradas del enamorado
Años llevo dejando pasar el mes de mayo sin escribir de Florito. De Florencio Fernández Castillo, mayoral y cabestrero de la Plaza de Toros de Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid. Del Excelentísimo señor don Florencio Fernández, Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo de la Comunidad madrileña. El hombre que susurraba a toros y cabestros. Natural de Talavera de la Reina, provincia de Toledo, rodeada de dehesas.
No se me enfaden los talaveranos, pero aquella esquina a la larga sombra de Gredos, tiene mucho de madrileña. Y de ahí le llegan a la plaza de Madrid los malos vientos de los toreros. «Viento de Toledo, tarde de fracaso y de peligro», que decía Antonio Chenel, Antoñete, castizo y ventero, torero sublime. Competía con Tony Leblanc en importancia de cuna. Chenel nació junto a Las Ventas, y Tony Leblanc, en el Museo del Prado, según sus palabras, en una de las salas dedicadas a don Francisco de Goya. –No puedo asegurarlo, pero antes de encontrarme con los ojos de mi madre, los míos se posaron en la Pradera de San Isidro de Goya. No en la Maja Desnuda, que no era apta para los recién nacidos–.
Florito vivió toda su vida entre el campo y la plaza, y si no nació físicamente en Las Ventas, fue por casualidad. Recorrió, guardó para sí y peinó todos los campos de España y sus ganaderías. Y todos los días entrenaba a sus cabestros. La recogida de los toros que el presidente de la plaza devolvía al corral, se convirtió en un arte desde la vara sabia y certera de Florito. Treinta años recibiendo ovaciones desde su elegante sencillez. Los cabestros de Florito alcanzaron una expresión en sus miradas, una fijación de arte y comprensión, que ya la quisieran los miembros del actual Gobierno de España. Hablaba Florito, y todos los cabestros obedecían la orden de sus voces. Como el ministro Albares, pero obedeciendo sensateces, no chorradas del enamorado.
Florito es el campo. El campo bien preparado. Ahora es el «veedor» de toros de plazas tan importantes como la suya, la de Madrid, y las Arenas de Nimes, esa joya de la tauromaquia francesa. El veedor de toros más famoso, por ser el primero en dedicarse exclusivamente a ello, fue «El Potra», don Miguel Criado Barragán, empleado de Camará, almonteño con los pies clavados entre Sevilla y Jerez, sombra de Manolete.
Que así de directo era en la elección de los toros y en sus hablares. Se decía de un gran ganadero jerezano, muy religioso, que perdía los vientos por las mujeres. Digamos que se llamaba don Ramón, a sabiendas de que no se llamaba don Ramón. –Don Ramón, usted es una maravillosa contradicción.
De cintura para arriba, don Ramón, usted es Santa Teresa de Jesús. Pero de cintura hacia abajo, usted es Lola la PiconEra.
Y lo que son las cosas, los toros y el campo. Florito, tiene un hijo que es ingeniero aeroespacial. Pero la sangre de su padre la lleva en honra. Y con un trabajo estable y muy bien remunerado, –lo cuenta Vicente Zabala de la Serna–, ha pensado que lo más grande que le ha enseñado su padre, el campo, el campo bravo, la dehesa, le llaman todos los días. Que el campo se está quedando sin toros y sin mayorales, como principio de un final perfectamente establecido contra la ganadería brava por los animalistas de pitiminí y los antitaurinos de la izquierda radical. Y el hijo de Florito, el señor ingeniero, ha tomado una decisión. Deja por un tiempo su profesión y vuelve al campo, porque el campo necesita de quienes lo han mamado, amado y vivido desde que eran niños. Y creo que se trata de un nuevo milagro de Florito, que es ya un mito, y el único mortal de este mundo que puede presumir, no sólo de su grandioso pasado, sino de ser el singular y señero cabestrero con un hijo ingeniero aeroespacial que sueña con volver al campo y ser mayoral de una ganadería.
España y yo somos así, señora.
Con lo de «Señora», me refiero a la mujer en general, pero no a Begoña.