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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La destrucción

El enamorado ha ordenado a los suyos que pernocten en Madrid para garantizar sus presencias en los escaños de la traición. No se fían de los trenes y los aviones de Puente

Actualizada 01:30

Hoy se aprueba en el Congreso el principio de la destrucción del Estado de derecho en España. La sumisión oficial ante el separatismo, la violencia y el terrorismo. La anulación de un nacionalismo que se ha entregado, con enorme eficacia y prosperidad, al robo del dinero público. Todo ello, por siete votos imprescindibles para mantenerse en la Moncloa, ese nido del amor. La única esperanza, la resistencia de la Judicatura, amenazada, chantajeada y reprimida. El enamorado ha ordenado a los suyos que pernocten en Madrid para garantizar sus presencias en los escaños de la traición. No se fían de los trenes y los aviones de Puente.

El forajido huido en el maletero que ordenó no abrir Soraya, ha asegurado que, de no ser investido presidente de la Generalidad de Cataluña, abandonará la política y se quedará en Francia. Waterloo le aburre. Pero muchos no dan crédito a sus palabras y se temen que va a hacerse «un Rufián» y desdecirse, siempre que su decisión no dependa de un juez que le enchirone. Hacerse un Rufián es como hacerse un Hannover. La calle de Madrid tiene esas cosas.

Cuando la boda del Rey Felipe VI con la Reina Letizia, el príncipe Ernesto de Hannover, marido de la princesa Carolina de Mónaco ( ¡Ay, Caroline, mon petit lapin!), se montó una juerga la víspera de la boda en la noche de Madrid. Alcanzó su lecho en el Hotel Ritz con una moña mayúscula, y no asistió a la ceremonia religiosa de la boda Real. Llegó al Palacio Real con el banquete nupcial ya iniciado, y su prima, la Reina Sofía, le dedicó una mirada que le atravesó las meninges. Desde aquello, en Madrid se puso de moda «hacerse un Hannover» en los funerales, con especial frecuencia en los templos bien rodeados de bares. Los Jesuitas de Serrano, San Fermín de los Navarros en Eduardo Dato, y los Carmelitas y el Cristo de Ayala. Se hace el «Hannover» acudiendo con antelación a la hora fijada del funeral, adoptar la expresión de lechuguino cariacontecido, saludar a los deudos con abrazos y frases de alto valor sentimental, y posteriormente, abandonar el templo y aguardar cómodamente sentados en Richelieu, Hevia, el bar del Hotel Velázquez o Richmond, a los pardillos que han asistido a la Misa y rezado por el fallecido.

«Hacerse un Rufián» tiene otras connotaciones e intereses económicos. El separatista catalán de Almería, anunció que sólo permanecería en el Congreso cobrando el sucio dinero del Estado Español –como si en el Parlamento de Cataluña se pagara a los parlamentarios autonómicos en dólares americanos–, durante 18 meses, y ya ha superado los 120 meses de retraso. Eso, que en Madrid pasa desapercibido y en la capital de su «nació», Barcelona, le dicen por las rúas cosas bastante desagradables. Y Puigdemont, que vive lujosamente gracias al dinero sucio del Estado español, ha prometido que, de no asumir la presidencia que no le corresponde, renunciará a su sueldo y fijará su residencia en Francia o, quizá, en Suiza, gozando de la vecindad de Marta Rovira que es una mujer muy ocurrente y divertida, como lo demuestra cada vez que llora. Pero nadie se lo cree. Haciéndose un Rufián o sin hacérselo, el Gobierno traidor seguirá inyectando en su cuenta corriente lo que pida y estime necesario para mantener esa Corte de sinvergüenzas que le rodea.

Lo que le ocurre al cobarde fantoche es que la ley de amnistía, la destructora del Estado de derecho en España, no le garantiza su libertad. Y es más que probable que sea detenido inmediatamente después de pisar suelo español.

Hoy, Sánchez y sus borregos, que son minoría, con los votos de los diferentes partidos comunistas, de los separatistas catalanes, de los delincuentes del «Tsunami» –brutal cursilería–, de la ultraderecha vasca del PNV, y de los herederos del terrorismo de la ETA, se disponen a iniciar el proceso de descomposición del Estado de derecho en España.

En ocasiones, el amor por una mujer hace mucho daño.

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