El relatito de Alvarito
Pedro Sánchez es en sí un relato, pues ha construido su mandato sobre una mentira. La diferencia entre él y los demás cuentacuentos es que el resto miente, pero Pedro es la mentira
El relato en política es como una tiza en manos de un tonto: a los políticos –y a los politólogos, esa especie que vive en los platós de televisión en lugar de en las aulas, como tocaría– les gusta tanto el relato que en su favor construyen las trolas más gordas que despacha la máquina del fango. Pedro Sánchez es en sí un relato, pues ha construido su mandato sobre una mentira. La diferencia entre él y los demás cuentacuentos es que el resto miente, pero Pedro es la mentira, la esencia misma del embuste. El presidente miente en todo, menos en su enfermiza e indisimulada ambición.
Y en ese altar, ha quemado todos los ninots a los que ha nombrado. Uno de los que mejor está ardiendo, por su falta de dignidad profesional, es el fiscal general del Estado, a la postre lo más parecido a un vulgar letrado de parte para el Gobierno, pero con el poder que da ser el titular del Ministerio Público. Álvaro García Ortiz no solo parece haberse prestado a rebasar la frontera del decoro, sino que se muestra encantado de convertir la ley –sí, la ley, aquella que juró defender– en una hoja volandera con la que pueda sonarse los mocos el propio Sánchez, Bolaños, Puigdemont y Begoña Gómez a partes iguales. Su foto desenfadada con una imputada, el marido de la imputada, la presidenta del Parlamento que ha dado orden de boicotear una distinción a la Princesa Leonor y que compró mascarillas 'fake' a un corrupto, es el símbolo del régimen, del poder, de la autocracia impune que se burla del respetable mientras se reparte el botín. Una vergüenza pergeñada a pocos metros de un Rey ejemplar al que ese mismo régimen ningunea como si fuera un becario. Ahí estaba García Ortiz, riéndole las gracias al jefe, a Su Excelencia, el que le pone y le quita.
Ese fiscal general ha interiorizado que los mercenarios están a disposición del relato del señorito. El diario El Mundo acaba de publicar unos mensajes que harían vomitar hasta a una cabra. Resumo el tenor de los whatsapp de Álvaro cuando presionaba a la fiscal de Madrid para que hiciera pública una nota en la que se desvelaban secretos protegibles de un ciudadano anónimo, pero que por ser novio de Ayuso se le decretó la suspensión de sus derechos fundamentales: «Es imperativo sacarla. Almudena (Lastra, la fiscal superior de Madrid), no me coges el teléfono. Si dejamos pasar el momento nos van a ganar el relato».
Y ¿cuál es el relato que tanto inquieta al primer fiscal que puede pisar el banquillo del Tribunal Supremo por cometer un delito de revelación de secretos?: que Sánchez siga en Moncloa; condición necesaria para que él no termine en Galicia de donde no debió salir. ¿Y qué hay que hacer para que «no nos ganen el relato», en la lógica de Álvaro? Pues aparte de amnistiar a Puigdemont, malversador e imputado por terrorismo, proteger a la presidenta del Gobierno –perdón, a la mujer del presidente– de las togas fascistas, e indultar por la puerta de atrás a Magdalena Álvarez, lo fundamental es legalizar a los que abusan del poder y enchironar a los que lo denuncian. Ya sean periodistas o jueces díscolos.
Este es el relatito de Alvarito. Nuestro fiscal. Nuestro bochorno.