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02 de julio de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Por qué arrasan Milei y Ayuso y cuál es la lección que debe aprender Feijóo

A Sánchez hay que tratarle como trata él a todo el mundo: todo lo demás es ayudarle involuntariamente

Actualizada 01:30

El Milei payaso gana Elecciones y enemigos; el serio gobierna con astucia y un plan nada improvisado, pero no seduciría al votante por saberse los secretos de la inflación, el mercado o el falso asistencialismo. La moraleja de su éxito es la radiografía de un fracaso social, el del votante seducido por la bisutería resultona, pero también un antídoto frente al populismo de izquierdas.

Milei arrasó en Argentina por cómo se comportaba, no por lo que anunciaba ni por quién era, lo que arroja una lección a todos los adversarios de Sánchez: al populismo no se le puede derrotar sin populismo, como a la pizza, con los niños, no se la vence con brócoli.

Lo que acaba midiendo al político es qué hace a continuación y cómo invierte ese botín logrado ayudando a degradar el ecosistema mejor que su contrincante, con la esperanza de que una vez superado el trance electoral haga lo correcto pese a sus antecedentes.

Pero para llegar ahí, primero hay que ganar, y no parece sencillo si a la brocha gorda se le contrapone el fino pincel: es una desgracia, propia de sociedades infantilizadas con serios problemas para digerir algo mejor que fast food, pero más triste es perder por no entender las reglas de un juego inventado por la izquierda moderna y perfeccionado por Sánchez, que solo es bueno en la animalización de los humanos que no le votan y la humanización de las animaladas que perpetra.

A la política española le faltan «mileína» y «ayusina» ante el exceso de «sanchina», que es la droga psicotrópica del momento para conseguir que la noche parezca el día, la ruina prosperidad y la confrontación convivencia: la imagen de la Puerta del Sol repleta de fans de Ayuso y de Milei, incluso para los que detestan la estampa, lanza un mensaje a Feijóo del que no puede escapar.

Tampoco Sánchez, que cuenta sus apariciones públicas por abucheos recibidos, pero eso no le importa a quien tiene la suma parlamentaria, el BOE, el Constitucional, RTVE, Correos, Indra, el CIS, la Fiscalía General y un sistema clientelar para perezosos y tunantes a su servicio.

Porque el líder del PP es un adulto en un patio de recreo, rodeado de niños sin reglas, lo que en una sociedad madura debiera ser suficiente para ganar con holgura y gobernar con decencia. Pero no lo es en este ecosistema de tiktokers, youtubers, instagramers e influencers, o como se diga, descerebrados y encabezados por un presidente del Gobierno que lleva corbata, pero actúa como uno de ellos.

La política, que según Azaña era la más noble de las actividades posibles, se ha convertido en una partida de póquer de tahúres con las cartas marcadas, una navaja bajo la mesa y una grada comprada dispuesta a intervenir para que nunca pierda el que reparte un poco un botín obtenido con trampas.

Y Feijóo es un hombre serio, antiguo para bien, que ha de aceptar de una vez que está en un casino lúgubre de carretera y jugar la partida hasta fundir a la banca. No puede ser un ultraderechista a tiempo parcial, según le convenga a la banda de Sánchez renovar el Poder Judicial o mandarle a galeras. Y el clamoroso éxito de Milei y de Ayuso le enseña el camino: o es un poco como ellos, que saben tratar a los macarras como se merecen, o seguirá eternamente instalado en ese terreno estéril que es tener la razón en tiempos de cólera.

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