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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El dictador sigue ahí pero tiene menos armas

Entre linchar un monigote de Sánchez y obligarle a sacar sus sucias manos de la Justicia, no debería haber dudas

Actualizada 01:30

Se comprende la dificultad para entender que, a la vez que se denuncia un golpe de Estado moderno por parte de Pedro Sánchez, sin violencia convencional pero con un asalto institucional dispuesto a revertir el régimen vigente, se firme un acuerdo con el responsable de ello para renovar el Poder Judicial, uno de los diques para frenar ese siniestro plan en marcha.

¿Por qué Feijóo acuerda nada con quien, de manera sostenida, evidente y con pruebas tan sonoras como su abordaje a la Fiscalía General, al Tribunal Constitucional y a cuarenta instituciones, organismos y empresas públicas, está dispuesto a perseguir a rivales, jueces, periodistas y empresarios y a adjudicarse inmunidad e impunidad a sí mismo y a los suyos?

¿Y por qué Sánchez, heraldo del «lawfer», capo de García Ortiz y de Conde Pumpido, padrino de la amnistía y del Código Penal al dictado de delincuentes, promotor de amnistías e indultos para comprarse la Presidencia negada por las urnas, acosador de jueces como Peinado, Llarena, Marchena o Aguirre y desesperado Romeo dispuesto a todo para salvar a Julieta de su incierto destino judicial iba a someterse de repente?

La respuesta a la primera pregunta es sencilla: no se puede renunciar a una victoria parcial con Putin por mucho que sus planes de arrasar Ucrania sigan vigentes.

Y mucho menos cuando, gracias al evidente pero discreto papel de Europa (por una vez), se logra doblegarle el brazo al tirano, cuya rendición es evidente: no tendrá mayoría en el Consejo General del Poder Judicial, no podrá elegir al presidente del Tribunal Supremo, no podrá colocar a la Dolores Delgado de turno a los cinco minutos, no tendrá un Conde Pumpido con voto de calidad en el órgano, no podrá repartir cuotas con sus socios de investidura, no podrá aplicar su triste rodillo parlamentario en la Justicia española y no podrá demorar un nuevo sistema de elección de vocales, diga lo que diga el torpe de Patxi López, para llenar el CGPJ de jueces De Prada, infame promotor de la moción de censura con una acusación velada a Rajoy, que pasaba por allí como testigo en un juicio ajeno, para que Sánchez chutara a puerta vacía.

Quitarle a Sánchez el cuartel general de la Justicia no blanquea al presidente golpista: simplemente le dificulta coronar los planes ya en marcha a los que, por razones incluso de estricta supervivencia, no renuncia ni renunciará.

En el caso de Sánchez, la aceptación del plan es aún más fácil de entender: no tenía más remedio. Aunque entorpezca su delirio autoritario, resumido en su intentona de aprobar una «Ley mordaza» para jueces y periodistas justo en el momento en que su esposa, su hermano y su partido están en los juzgados; coronarlo le convertiría en un apestado en la Unión Europea, probablemente dispuesta a expedientarlo públicamente si sostenía su pulso a la separación de poderes: el acuerdo en el que renuncia a dominar el Poder Judicial, al que acariciaba como el tesoro prohibido del Gollum en «El señor de los anillos» era su única alternativa para no extender a Bruselas la imagen de sátrapa que ya tiene en España.

La guerra por la salvación de la democracia no ha terminado, pero será más fácil de invertir si se ganan batallas decisivas como ésta, por mucho que los amantes del despliegue testicular consideren que linchar a un monigote es más eficaz que obligarle a firmar una rendición casi incondicional.

La democracia se defiende desde la democracia, que es un campo de juego lo suficientemente amplio como para cobijar una pugna institucional florentina y una pelea simbólica a puñetazos institucionales, judiciales, públicos y mediáticos. Y aunque del escorpión siempre cabe esperar que pique a la rana, castrarle el aguijón venenoso nunca puede ser una mala jugada.

Por resumirlo en una imagen, el juez Peinado tiene hoy más fácil procesar a Begoña Gómez; su colega Marchena plantarle cara a la amnistía y el homólogo de ambos Aguirre llegar hasta el final de la conexión entre Puigdemont y Moscú. Solo le queda demostrar a Feijóo que, tras esta victoria parcial, el enemigo sigue siendo el mismo y, una vez concluida la tregua, no le dará ni agua en el resto de frentes abiertos, tantos como Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

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