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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Héroes de San Marino

Víctor Tarradellas fue el que consiguió de los rusos la promesa de enviar a Cataluña 10.000 soldados a cambio de que la nueva republiqueta reconociera como ruso al territorio ucraniano del Donbass

Actualizada 01:30

Lo firma Joan López en «El Debate». Tanto confiaba Puigdemont en su «república» con anterioridad a proclamarla y cuya duración no excedió los ocho segundos de vigencia, que, durante los meses previos, el enlace de la Generalidad con los rusos, no colgó el teléfono hasta que, al fin, le garantizara Bélgica su protección , su residencia y su buena vida a costa de los impuestos de los españoles. Víctor Tarradellas fue el que consiguió de los rusos la promesa de enviar a Cataluña 10.000 soldados a cambio de que la nueva republiqueta reconociera como ruso al territorio ucraniano del Donbass. Los diez mil soldados rusos desplazados a Cataluña para defender el efímero Estado catalán se consideraron imprescindibles por Puigdemont y Tarradellas por temor a no encontrar a diez mil catalanes dispuestos a luchar y morir por la sardana, la barretina, la herencia del abuelo Florenci, la catalanidad de Messi, la financiación del «Barça» y la finalización –al fin, ya con Cataluña ocho segundos independiente del resto de España–, de la Sagrada Familia de Gaudí, que esta vez iba en serio y con fecha fija, es decir, en enero de 2102, más o menos, ya en pleno siglo XXII.

Cuando Puigdemont huyó en el maletero de un coche, con el permiso de Soraya Sáenz de Santamaría, y ocupó el asiento trasero, ya en Francia para seguir, rumbo al norte hasta Flandes, dejando en Cataluña tirados a todos los tontos que le apoyaron, ya tenía asegurado su refugio, si bien no era el de su primera elección. Víctor Tarradellas gestionó el «exilio» del gerundense «excrementat» –pronúnciese «axcramantat»–, en la República de San Marino, un bello territorio independiente de Italia, con 33.000 habitantes, montañoso, de empaque medieval y conocido por celebrarse en su zona más plana el Gran Premio de Automovilismo de Fórmula 1, el Gran Premio de San Marino. Preciosos paisajes y medievales castillos, en uno de los cuales soñaba el gerundense «desterrat» –pronúnciese «dastarrat»–, montar su corte y recibir a Sánchez de tú a tú.

San Marino, que se extiende hacia el Adriático con sus 61 kilómetros cuadrados de superficie, está dividido en regencias, equivalentes a nuestras provincias. Y cada seis meses dos capitanes regentes de diferentes partidos son elegidos para comandar y cogobernar el pequeño Estado. Cuando Víctor Tarradellas, por orden de Puigdemont, rindió visita a San Marino para convencer a los capitanes regentes de las ventajas que disfrutarían los sanmarinenses con Puigdemont huido de la Justicia y «autoexiliado», los capitanes regentes eran Enrico Caratoni y Mateo Fiorino. Y tanto el uno como el otro decidieron mandar a Puigdemont y Víctor Tarradellas a freír puñetas. San Marino es un Estado más extenso que El Vaticano, que sólo cuenta con 44 hectáreas. Y que el Principado de Mónaco ( 208 hectáreas) y más reducido en extensión que Liechtenstein ( 160 kilómetros cuadrados) y Andorra, que encabeza la magnitud territorial de los pequeños estados de Europa con sus 468 kilómetros cuadrados. Cinco países ricos, muy invertidos en dinero exterior, de vida plácida y serena, que no quieren líos con paletos sobrevenidos y aldeanos pendencieros. De ahí que Puigdemont tomara el camino español hacia Waterloo con la autorización de las autoridades flamencas de Bélgica, que no olvidan –como tantos holandeses–, que fueron súbditos del Rey de España. Curioso asunto. Los nativos de todos los territorios de América del norte, de la América central, de América del sur, de los Caribes y del Pacífico, así como de Filipinas, eran españoles como los de Madrid, Santander o Sevilla. Pero los habitantes de Flandes, se consideraban súbditos del Rey de España, y esa pequeña diferencia, todavía les molesta.

Por ello, urge homenajear con discursos a los postres y placas conmemorativas a los capitanes regentes de San Marino, señores Caratoni y Fiorino, con un acto de gratitud por la patada en el culo que propinaron al «caganer» amnistiado por Sánchez antes de que su traspuntín hiciera sombra en los 61 kilómetros cuadrados de la preciosa, preciada y apreciada república de San Marino, que sin 10.000 rusos ha sido capaz de mantener su independencia respecto a Italia.

Estos paletos son muy ridículos.

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