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06 de septiembre de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

La macedonia

Se dice y comenta, siempre en susurros, en el hogar de los Sánchez, que el abogado obedece a rajatabla las órdenes del enamorado de Gómez

Actualizada 02:00

Dos semanas atrás, en la víspera de la primera declaración fallida de Gómez, su abogado el ex ministro de Justicia de Zapatero, Camacho, declaró: «Mi cliente está dispuesta a colaborar con la justicia y a declarar ante el juez». No declaró. Anteayer, después de la segunda comparecencia de Gómez con la húmeda clausurada, el abogado disculpó el silencio de Gómez: «Mi representada no ha declarado, pero no porque tenga nada que esconder». Que me aten esa mosca por el rabo.

Se dice y comenta, siempre en susurros, en el hogar de los Sánchez, que el abogado obedece a rajatabla las órdenes del enamorado de Gómez. –Camacho, hasta dónde y cuando sea posible, que Gómez no abra la boca. Conozco a Gómez bastante bien, y puede resultar desastrosa su declaración–.

Gómez, efectivamente, es una caja de sorpresas cuando habla. Su cabeza es como una macedonia de frutas. Si declara de acuerdo con las cerezas, le salen los gajos de naranja. Si habla recomendada por los cuadraditos de pera, le surgen los pensamientos del kiwi. Se muestra altiva y distante, y hasta solemne, encadenando sobreactuaciones verbales impregnadas de incomprensibles tonterías. Sean rescatadas sus intervenciones fundraisingueras, y aunque sólo sea por una vez, me darán la razón.

Años atrás, una amiga bastante inmersa en la superficialidad y la tontería, se equivocó de pedal. Por aprobar a los 26 años el examen para obtener el carné de conducir, su padre, emocionado, le regaló un Seat 127 de color natillas. Un coche con tres pedales. El del embrague, el del freno y el acelerador. Por desgracia, y a todos nos puede suceder conduciendo un coche tripedal, protagonizó una incidencia. Se coloreó el semáforo en rojo, ella presionó el pedal del freno, el pedal del freno había ocupado el espacio del pedal de embragar, el coche en lugar de detenerse se deslizó con empuje, y golpeó de refilón a un ciudadano que cruzaba la calle con el semáforo en verde para los viandantes. Por fortuna, el percance fue leve, pero mi amiga tuvo que enfrentarse a un juicio. Todos los testigos declararon que se había saltado el semáforo en rojo. Una contrariedad.

Y ella, que no era como Gómez, respondió a las preguntas del abogado de la víctima, de algunas precisiones requeridas por el juez y de su abogado defensor. Cuando respondió a las preguntas de su letrado, el ambiente en la sala se caldeó. El padre de mi amiga, que se hallaba entre el público, interrumpió el juicio y fue severamente amonestado por Su Señoría. Pero Su Señoría tuvo el detalle de permitirle hablar. –Señoría, le ruego que interrumpa la declaración de mi hija. La hemos preparado concienzudamente en mi casa. Sabíamos que era imposible acceder a la absolución, pero sí mitigar la gravedad de la sentencia. Resulta, Señoría, que mi hija tiene la cabeza a pájaros, no coordina, se pone nerviosa, y cuando miente, se le nota demasiado. De continuar respondiendo a las preguntas que le formulan, es muy probable que Su Señoría se vea obligado a condenarla a 30 años de prisión. Es mi única hija, y a pesar de su fragilidad intelectual, la quiero mucho. Pero suspenda su declaración, porque a medida que responde, toda la estrategia de su defensa se hace añicos. Sí, Señoría, como habrá comprobado, mi niña es un tanto tontita y en lugar de cerebro, tiene una ensalada de frutas. Yo pagaré la sanción económica que le impongan, pero me temo que esto se nos ha ido de las manos. Gracias, Señoría–.

El juez, que era justo, comprensivo y humano, dio la vista por terminada y condenó con severidad económica a la niña un tanto tontita. Pero no pasó de ahí.

No entiendo el motivo que me ha llevado a recordar aquel episodio de mi amiga inexperta en pedales. Como tampoco entiendo qué tiene que ver con la negativa a responder de Gómez.

La vida, efectivamente, es una tómbola, tom, tom, tómbola.

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