A propósito de Karol G
El sorprendente chascarrillo que estuvo a punto de desatar una crisis internacional con Colombia
El otro día dije en un programa de Cuatro, «En boca de todos», que la artista Karol G era una «petarda» y que si ella era capaz de llenar cuatro veces el Bernabéu y los Rolling Stones no, «la humanidad merecería extinguirse».
El chascarrillo, en el tono desenfadado y algo provocador que tiene el espacio, ha desatado una inmensa polvareda internacional, con decenas de noticias publicadas en España y en Colombia y miles de mensajes de ofendidos, no pocos de ellos con amenazas de muerte.
Incluso el embajador colombiano en el Reino Unido se ha visto impelido a participar en la polémica, con una sentencia pública majestuosa: «Este remedo de periodista es un imbécil, xenófobo, misógino y racista. El petardo es él, que ni en cuatro vidas tendría el éxito de nuestra Bichota».
El mensaje de Roy Barrera, todo un diplomático, oficializa un poco una controversia que hasta ese momento era solo intensa en las redes sociales, ese tugurio lúgubre de carretera secundaria donde anidan todo tipo de especies válidas para los expertos entomólogos pero inútiles para perfeccionar la democracia, salvo que darle a un tonto anónimo una pistola virtual sea tan vanguardista como en su día lo fue la asamblea de Atenas.
Huelga decir que he tenido frases mejores para describir mi indiferencia, rechazo y aburrimiento por algunos de los supuestos placeres modernos, entre los cuales figura el reguetón, pero a un cincuentón será difícil reprocharle su hastío por épicas canciones con títulos como «Mi ex tenía razón» y estribillos gongorianos tipo «te voy a romper el toto, pero nunca el corazón» y su preferencia por la Credence, Van Morrison o los Stones: somos frecuentemente así de lerdos.
Pude y debí utilizar la palabra «fastidiosa», que es la acepción formal de «petarda», para que las sensibles almas que gozan con la artista no vean un insulto donde solo hay una calificación. Mea culpa. Mis sinceras disculpas. Y no hubiera sobrado que insistiera, tal vez, en que por mucha pereza que me provoque la autora de himnos como «Mientras me curo del cora», tiene un incuestionable mérito arrasar en todo el mundo, llenar estadios campanudos y vender millones de discos a la afición.
Si dedico unos minutos al asunto es porque el tsunami provocado permite quizá entender algunos de los arcanos del momento histórico, en el que se combina una rotunda defensa de la opinión propia, aunque a veces valga objetivamente lo mismo que los purines acumulados en una granja avícola, con la hipersensibilidad ante la ajena, aunque una se exprese con la rotundidad de un descargador de muelles en Baltimore y la otra con un torpe intento de acercarse a Quevedo.
Aquí se ofende todo el mundo por algo, sea un juicio socarrón sobre la cantante del momento o el cartel «machista» de una chirigota gaditana por poner a James Bond rodeado de señoras estupendas (quizá esperen que 007 diga «holis», se declare mujer y cambie el Martini por Nestea y la promiscuidad hetero por el poliamor bisexual: les animo a crear un nuevo personaje y someterlo al mercado). Y a continuación transforma esa crítica individual en una causa general contra todos los de su gremio.
Aquí, contra las mujeres en su conjunto, Colombia entera y, por extensión, toda Sudámerica, atacada de nuevo por una especie de heredero de Hernán Cortes y Pizarro que trata a los indígenas como una raza menor.
Que semejante tontería la diga la hiperventilada comunidad virtual tiene un pase, pero que la repitan medios de comunicación importantes y le dé rango oficial un delegado del Gobierno colombiano ya es demasiado.
Insistir ahora en cuán cercanos siente uno a aquellos países hermanos y qué de amigos de aquellas latitudes tiene uno es tan ocioso como aclarar, madre mía, que atizar un poco a Karol, a María Jesús Montero o a Begoña Gómez no supone arremeter contra las mujeres, Andalucía o las especialistas en Transformación Social Competitiva, aunque haya una corriente que toma la parte por el todo y acaba tratando a las chicas como si estuvieran enfermas, fueran débiles o tuvieran una discapacidad congénita.
Haré el esfuerzo de ponerme en bucle «Qlona» a ver si el Altísimo me desbloquea las viejunas trompas de Eustaquio, pero hagan el favor de contenerse un poco, amigos de Roy: por llamar yayo, cavernícola, descerebrado e imbécil a un periodista español no se ataca al periodismo, a los hombres y a España. Un poquito de «Bright side of the road» del gruñón de Belfast y apañado. Que viva Colombia. Y el amigo Jagger.