Bondades marxistas
Lo de España no es izquierda ni es nada. Ni como enemigo valen la pena. Y pensar que tanta derecha se hace caquita en su presencia
El líder de la extrema izquierda francesa, el peligro público Jean-Luc Mélenchon, vale más que Macron, pues, porquero de Agamenón, ha dicho esta oportuna verdad: «No me ha gustado la burla de la Cena cristiana, la última vez que comieron juntos Cristo y sus discípulos, fundadora del culto dominical. No entro en la crítica por blasfemia, eso no atañe a todos. Pero pregunto: ¿por qué arriesgarse a herir a los creyentes?». Vale más que Macron, el muñeco presidente, como se ve. Y más que toda la izquierda española junta, de Bildu al PP audaz y pop.
El tangerino porquero de Agamenón me recuerda lo que la izquierda era tiempo ha, cuando mi juventud e ingenuidad, si es que alguna vez he sido joven. Sí, sí, ya sé, la izquierda era cafre y asesina. En parte. Como la derecha en parte. Era civilizadamente incrementalista en su lado socialdemócrata, igual que la derecha tributaria del ordoliberalismo alemán de posguerra. Estaba llena de buena gente, como la derecha, y salvo en sus más groseros extremos no tenía entre sus objetivos herir gratuitamente la fe de nadie. (Hablo de los setenta, no de los treinta).
De otro modo no habrían florecido los cristianos por el socialismo, algunos tan meritorios como Alfonso Carlos Comín, que murió joven con rostro de Cristo. Nadie puede culparle de que su hijo sea Toni Comín. Sin una izquierda ajena a las quemas de iglesias y conventos de la República y la Guerra, sin los jesuitas que me educaron maravillosamente (salvo por el hecho de que me quitaron la fe inocente, la única fe), tampoco habría habido teología de la liberación. Lo cual habría salvado muchas vidas de sacerdotes, campesinos y guerrilleros de cruz y fusil.
La izquierda prewoke sobrevive en Francia, Mélenchon es la prueba. Los más alejados de la izquierda (a ver si me coges) considerarán baladí la existencia de una gauche no cruel, no sistemáticamente hiriente para el cristiano, solo generalmente estúpida y violenta por las causas habituales del marxismo. Con todo, algo brilla en la reacción del jefe del Frente Nacional, el peligro público al que Macron se doblegó retirando en su favor los candidatos liberales (ja) terceros de cara a la segunda vuelta de las legislativas (pues el muñeco presidente, como sus muñequitos periodistas a la francesa, los muy tortilleros, prefieren la extrema izquierda de verdad a una supuesta extrema derecha para la que pedía el voto el cazador de nazis Serge Klarsfeld. ¡Oh!).
Lo que asombra es que el marxismo de verdad perviva. Piénsenlo dos veces antes de lamentarlo. ¿Qué prefiere que le roben? ¿La propiedad o el alma? Por cierto, Marx no escribió como ofensa lo del «opio del pueblo». Hay que leer el pasaje y haber necesitado alguna vez morfina para ver que Marx aludía al dolor y, comprensivamente, a su remedio. Eso sí, lo de España no es izquierda ni es nada. Ni como enemigo valen la pena. Y pensar que tanta derecha se hace caquita en su presencia.