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19 de septiembre de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Cupo catalán, robo a España

La última de Sánchez concede la independencia real a Cataluña, solo vinculada a España para votarle a él en las investiduras

Actualizada 03:16

Ni en el Gran Bazar de Estambul, paraíso del regateo, se ofrece un espectáculo negociador como el de Pedro Sánchez en esta España de saldos, rebajas y gangas para sus enemigos y castigos, persecuciones y señalamientos para sus aliados.

El líder socialista, que es un reaccionario disfrazado de rojo para engañar a los menos lúcidos de la clase, está dispuesto a aceptar la independencia real de Cataluña por el sonrojante método de permitir que abandone España salvo en aquello que pueda necesitarla, como una investidura.

La ruptura de la caja única y la consolidación de una Agencia Tributaria propia en Cataluña, con el encargo de gestionar el 100% de los impuestos recaudados allí, supone de hecho el fin de la unidad nacional, a falta de un DNI y el permiso para competir con selecciones autóctonas en los campeonatos internacionales.

Los socialistas pedigüeños en Europa invierten el mensaje en España, donde nuestros alemanes obtienen el derecho a quedarse con lo suyo, abriendo el camino a que los ricos vecinos se apliquen el mismo cuento con Grecia, Portugal o nosotros mismos, desautorizados para exigir una solidaridad externa despreciada en nuestra propia casa.

Las consecuencias del «procés», que desde los Balcanes y Chechenia ha sido el peor movimiento identitario en toda Europa, han sido estimulantes para sus impulsores: indultos, abolición del Código Penal, amnistía, foco internacional, supresión de toda norma que respete la presencia española en una de sus regiones y ahora un nuevo paraíso fiscal, el tercero tras el País Vasco y Navarra.

En la enésima bajeza de Sánchez, que tiene de progresista lo que Maduro de demócrata, se percibe no obstante algún error sobresaliente: no recuerda el éxodo empresarial de la Cataluña insurgente, incompatible con una recaudación fiscal que puede hundirse con el trágala del cupo catalán, válido para llenar los bolsillos de los políticos, pero no para reducir la presión fiscal a los catalanes ni mejorar las prestaciones de su insaciable Gobierno aldeano.

Y no prevé la reacción de Puigdemont, apuñalado por ERC en una demostración de que el «procés» siempre fue, ante todo, una pelea barriobajera entre facciones del secesionismo por hacerse con la hegemonía y la clientela: tanto decir que tenían un presidente en el 'exili' y, a la hora de la verdad, se han negado a restituirlo.

O Sánchez tiene ya previsto un adelanto electoral, en la creencia de que absorberá todo el voto de la izquierda por el hundimiento de esas formaciones parvularias como Sumar o Podemos; o se engaña creyendo que puede engañar a Puigdemont y mantener su respaldo en el Congreso, necesario para sobrevivir en el Gobierno y no perder el escudo imprescindible para defenderse a sí mismo, a su esposa y a su partido de los pavorosos casos de corrupción que le atosigan.

No hay nada menos «progresista» que romper el principio de igualdad, ante la ley o con los recursos, y apostar por las fronteras localistas, que son las dos herramientas que Sánchez utiliza para prosperar, a costa de la prosperidad del resto.

Y no hay nada menos cobarde que este PSOE lamentable, convertido en una SL como la de Begoña Gómez, un mero negocio familiar alimentado por receptores de migajas, capaces de tragarse toda la basura acumulada por el patrón con tal de mantener un triste rancho en su miserable mesa.

Sánchez ya se ha cargado España, dentro y fuera de sus límites, ha arruinado la convivencia, la ley, el sentido común, la economía, la imagen y su futuro. Aunque algún día caerá, y en su caso con oprobio, su herencia perdurará como una maldición de faraón egipcio, por mucho que él no pase de pinche de cantina cuartelaria.

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