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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Companys, ese demócrata que fusilaba sin querer

Sánchez ha perpetrado la tropelía de rehabilitar a un mito de la represión nacionalista, señalado por permitir asesinatos masivos

Actualizada 01:30

De una ley pactada con Bildu cabe esperar lo mismo que de un lobo en un corral, y si versa sobre Memoria Democrática el engendro rebasa los límites de la crueldad. Un partido liderado por un terrorista que no condena el terrorismo y no ayuda a aclarar casi 400 crímenes sin respuesta no puede reconstruir la historia de nada ni de nadie, salvo en la España de Sánchez, capaz de decir también que un concierto catalán bochornoso mejorará la solidaridad interterritorial.

Inspirado en esa ley, el Gobierno acaba de indultar a Lluis Companys, mito del separatismo catalán, que se retrata así con sus referencias: un tipo que encabezó un golpe de Estado contra la República, declaró la independencia de Cataluña y provocó una brutal represión que las fuentes históricas más solventes señalan como responsable de hasta 8.000 asesinatos.

Al tal Companys lo juzgó, sentenció y finalmente amnistió la República, devastada por la pinza del nacionalismo y la extrema izquierda, hoy también muy familiar, y terminó fusilándolo Franco tras un Consejo de Guerra que lo consideró responsable de masivas matanzas cometidas por los anarcosindicalistas de la época, a quienes aquel sectario cedió la responsabilidad del orden público: hay quien eleva la cifra de muertes hasta las 23.000, un número espeluznante que no hace del todo justicia a la brutalidad de los hechos, siempre superior a la estadística.

Pues bien, el mismo Sánchez que pretende presentar al PP o a Vox como responsables de las evidentes barbaridades sucedidas en aquella España convulsa, por todos los bandos sin excepción, no tiene reparo en homenajear a quienes sí son herederos de aquel matarife, presumen de ello y lo consideran una guía y una inspiración.

Ésta es la memoria sanchista, un formidable cuento que reconstruye la historia para imponer dos falsedades: la permanencia entre nosotros de unas fuerzas del mal dispuestas a perpetrar otro alzamiento, desechando que lo fue más contra los enemigos revolucionarios de la República que contra la propia República; y el blanqueamiento de quienes se sienten plenamente identificados con las salvajadas de los suyos, inevitables entonces y ahora para detener la amenazante involución.

El separatismo, en cualquiera de sus épocas, siglas y proposiciones, siempre ha sido un martillo pilón destructivo de la historia de España. Y su siniestra actividad está detrás de todos y cada uno de los males que el país ha sufrido desde finales del siglo XIX, con cualquier régimen y sistema político vigente, sin distinción de la orientación ideológica de sus gobiernos y sin excepción alguna.

No hay periodo, monárquico o republicano, de guerra y de paz, de pobreza y de prosperidad, en el que su sucia zarpa, sus intereses espurios y sus perversos métodos no hayan desestabilizado España, con sangre y sin ella, desde el enfrentamiento y desde el pacto, desde el ruido o el silencio.

El último presidente de la República y su último primer ministro, Manuel Azaña y Juan Negrín, lo reconocieron con nitidez en testimonios escritos en los que, además de cargar contra el nacionalismo y acusarle de los más graves comportamientos, lo situaban al lado de la izquierda radical en una pinza abyecta que ahora vuelve a estar vigente, con una similitud de apariencia, credo e intenciones espeluznante para cualquier observador con un par de lecturas.

Rehabilitar a Companys, en la misma semana en la que el cupo catalán se presenta como la penúltima concesión de Sánchez al golpismo con barretina, forma parte de la misma estrategia de beatificación de Bildu y conduce al mismo acantilado: el líder del PSOE no solo está haciendo algo manifiestamente injusto y dañino para la España actual.

También está dejando el funesto legado imprescindible para que el virus perdure cien años más y los españoles de entonces, si existen, vuelvan a sufrir las andanzas de los mismos criminales.

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