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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Agosto

Cada vez hay más gente conjurada en recordarnos que agosto solo es el octavo mes de un año de furia. Como lo fue el pasado y como lo será el próximo

Actualizada 01:30

Acaba agosto. Y este ha sido un agosto que no ha sido agosto. Agosto era ese mes en el que nos mirábamos hacia dentro para hallar, en los meandros del alma, las respuestas a las preguntas presentes. Era el mes en el que recordábamos otros iguales, pero muchos años antes, ese agosto en el que los agostos guardaban noches eternas, agostos en los que las verbenas del pueblo eran el principio y el fin de la felicidad, donde el cielo nunca oscurecía del todo, agostos en los que un helado de hielo nos parecía el elixir de la vida o unos calamares fritos junto a nuestros padres en una terraza agosteña, lo más parecido al paraíso.

Eran agostos que nos servían para atravesar el invierno con una sonrisa, para saber que nuestra vida estaba hecha de muchos agostos, de largas tardes que nunca oscurecían mientras jugábamos a no hacernos mayores, a dilatar la irresponsable plenitud de la niñez. Agosto es la vuelta a nosotros mismos, cuando el grito de nuestra madre desde la ventana nos devolvía a la realidad solo por unas horas, porque a la mañana siguiente volvería a ser agosto, esa tierra prometida de nuestra infancia y juventud, que sigue presente en el corazón, allí donde las ausencias duelen, pero la memoria sirve de bálsamo.

Ahora los agostos no son agostos porque hemos decidido que agosto sea solo un mes entre julio y septiembre, lleno de masas ocupando aviones, bares y playas, de sujetos protestando por la sombrilla que le impide poner la suya, gente crispada en la cola de un tren, abuelos aparcados en la residencia de enfrente, niños estresados delante de una pantalla de móvil; hemos decidido que agosto ya solo sea la transición entre el cansancio del curso que termina y la incertidumbre del otoño que vendrá. Cada vez hay más gente conjurada en recordarnos que agosto solo es el octavo mes de un año de furia. Como lo fue el pasado y como lo será el próximo.

Pero todavía hay algunos que vivimos esos 31 días con la misma ilusión de quien se toma la vitamina del sol para que le dure todo el año. Pero nada favorece que agosto siga siendo agosto. En esta España chiripitiflautica, de lunáticos políticos haciéndose invisibles como si fueran el mago Pop, de gobernantes tuiteando insultos, de partidos empeñados en que en las familias no podamos hablar de política por miedo a crear un cisma irreparable, de agravios comparativos para que seamos menos mientras otros son más, agosto empieza a parecerse al noviembre de difuntos o al frío febrero, pequeño y hastiado.

Este año, solo las lágrimas de Carolina Marín o el homenaje que le tributó Craviotto, o la camaradería de Rafa y Carlitos, nos han recordado que estábamos en agosto, y que hay personas que todavía miran en el alma de otros. Porque mientras haya en un pueblo media docena de parroquianos sentados a la fresca en silla de tijera para hacerle un traje a un vecino ausente, no todo está perdido. Y siempre que haya un rato para compartir con los amigos unas chuletas y una ensalada espantando avispas, no nos habrán vencido.

Todas esas estampas nos servirán para aguantar, para ir tirando, durante las largas, inacabables noches de invierno. Y para soportar la monotonía de la actualidad, el bucle de la crispación y otras cosas desagradables. Ahora que termina este agosto, tendremos un espacio plácido donde guardarnos la certeza real de ese recóndito recuerdo de la infancia, del primer beso en las templadas noches de agosto, ese luminoso espacio que, en palabras de Rilke, es y será la verdadera patria del hombre.

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