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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Lobos y cotorras

El oso ha cruzado el Cares y el Deva, y ya está en el Saja, la montaña palentina, Cervera del Pisuerga y los aledaños de Reinosa. Pero el lobo, y no las cotorras argentinas, es el enemigo a proteger y abatir

Actualizada 01:30

Ha escrito Raúl del Pozo un precioso artículo en «El Mundo» de las cotorras verdes que han invadido los árboles de Madrid. Se comen sus granados, y si el gran escritor de Cuenca se descuida un poco, terminarán comiéndoselo a él. En Madrid apenas se ven gorriones, porque sus espacios y territorios han sido invadidos por las antipáticas cotorras argentinas. Los madrileños, los habitantes y vecinos del Foro, recurrían a la listeza de los gorriones en el siglo XIX. Instalado en Madrid el Príncipe Pío de Saboya que con anterioridad a Estación del Norte fue príncipe confuso, le escribió Granés en «Caras y Caretas».

No hago su semblanza, porque me figuro
Que de sobra ya
Saben los lectores qué es un Príncipe este
Que ni fu ni fa.
Si saber pretendo lo que dentro tiene
Siempre me hago un lío;
Sólo sé de cierto que los gorriones
Dicen «pío, pío».
¡Si será un portento! ¡Si será un imbécil!...
Nada, no lo sé.
Cuando entienda el habla de los gorriones,
Lo averiguaré.

El gorrión era el dueño de las acacias y los plátanos de los grandes paseos madrileños. Las tintorerías especializadas en lavar en seco los sombreros masculinos, se enriquecieron gracias a los recuerdos que dejaban los gorriones en sus alas de fieltro. Una vez por semana, el sombrero a la tintorería. Pero se hacía con gusto, porque los gorriones eran considerados como unos vecinos más, y los madrileños eran más partidarios de las tintorerías que de los champús capilares. Ahora, lo que cae del primer andamio del aire no viene de los gorriones, sino de las cotorras, y encima se comen los granados y convierten los parques madrileños en un escenario de ruidos y quejas de ombús y moreras de la Recoleta de Buenos Aires. Raúl no desea su exterminio, y yo tampoco, pero sí una drástica rebaja en el número de invasores.

Por aquí, en el norte, no hay cotorras y viven tranquilos los gorriones, que conviven sin problemas con los petirrojos, los herrerillos, los verderones, los pinzones, los jilgueros y los camachuelos. El problema por aquí tiene un aspecto más canino, y se llama lobo. Todos los días los ganaderos se encuentran con su única riqueza, su fuente de ingresos, masacrada por los lobos. Y en breve sucederá lo mismo con los osos, que merodean por las noches en los pueblos para cenar de las sobras que los humanos depositan en los contenedores de basuras. El oso ha cruzado el Cares y el Deva, y ya está en el Saja, la montaña palentina, Cervera del Pisuerga y los aledaños de Reinosa. Pero el lobo, y no las cotorras argentinas, es el enemigo a proteger y abatir. Lo primero lo tienen asegurado, y lo segundo amparado por las leyes de los animalistas analfabetos. Decenas de seres humanos a punto de conocer la luz son asesinados cada día en las clínicas abortistas con la simple autorización de la madre que no desea ser madre. Pero un lobo muerto, conlleva pena de cárcel, multa millonaria, y ruina de futuro.

Cuando entienda el habla de los gorriones, les preguntaré qué se piensa de todo esto en el mundo libre de los bosques.

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