Tontos cumbreros
Exceptuando a los pocos que animan a los ciclistas españoles con banderas de España, los autonómicos se han puesto de acuerdo y reciben a los ciclistas con banderas palestinas a los deportistas escapados, a los del pelotón, y a los rezagados, entre los cuales no figura ningún participante palestino
Antonio Mingote y Luis García Berlanga eran grandes amigos. Y Rafael Azcona, el genial guionista de las mejores películas del director valenciano. Pero había algo en Berlanga que Mingote rechazaba
—Le gusta demasiado el ciclismo. Y disfruta viendo por televisión las etapas de montaña, que son angustiosas.
No obstante, Antonio respetaba y quería a una sóla bicicleta. La de Arancha. Terminada la guerra civil, el teniente del Requeté Ángel Antonio Mingote Barrachina, fue destinado al acuartelamiento de Loyola, en San Sebastián. Y allí conoció a Arancha, una belleza de Tolosa que le presentaron unos amigos vascos. Cuando terminaba el horario de servicio, el teniente Mingote, siempre con el permiso de la superioridad, montado sobre su caballo «Alfil», cubría el tramo que separaba San Sebastián de Tolosa, y ahí se encontraba con su Arancha del alma. Paseaban de la mano. Él sobre su caballo, y ella montada en una bicicleta.
—Era muy incómodo, pero no nos importaba.
De cuando en cuando, Antonio desmontaba, Arancha apoyaba su bicicleta en un muro, buscaban la intimidad en un robledal, y se abrazaban. Un párroco de Tolosa, en la Misa Mayor del domingo, denunció la inmoralidad de «algunas jóvenes de aquí que se abrazan a militares que no son vascos», y los padres de Arancha enviaron a su hija a vivir con los abuelos maternos, vecinos de Azcoitia, localidad más lejana de San Sebastián que Tolosa. Y ahí terminó esa historia de amor entre el joven teniente a caballo y la novia en bicicleta.
—Esa bicicleta fue muy importante en mi vida, pero solo esa. Al resto de las bicicletas, las abomino.
Quizá influido por mi inolvidable amigo, las bicicletas y mi persona mantienen una relación de considerable desinterés mutuo. Pero sí me sirven para echar una cabezada las etapas del «Tour» de Francia y la Vuelta a España que finalizan en la cumbre de un puerto de categoría especial. Y me entretengo con los tontos de las cumbres, con un alto porcentaje de españoles. El tonto de las cumbres es aquel que el día anterior a una gran etapa de montaña, sube hasta la cima, duerme en una tienda de campaña y aguarda con emoción la llegada de los ciclistas. Los tontos de las cumbres invaden la carretera, molestan a los ciclistas, tremolan banderas, tropiezan con otros tontos, y retornan a sus hogares literalmente destrozados. El tonto de las cumbres español es de marcado abanderamiento autonómico. «Ikurriñas», señeras cubanas, y muy de cuando en cuando, alguna bandera de España. Pero este año, en la Vuelta a España, y exceptuando a los pocos que animan a los ciclistas españoles con banderas de España, los autonómicos se han puesto de acuerdo y reciben a los ciclistas con banderas palestinas a los deportistas escapados, a los del pelotón, y a los rezagados, entre los cuales no figura ningún participante palestino. En una ladera cumbrera, extienden una bandera palestina de grandes proporciones, porque queda muy bien, muy moderno, muy del gusto de Hamás, muy anti-Israel, muy solidario con los que empiezan las guerras y asesinan rehenes, muy intensos y progresistas, en lamentable conclusión. Y gana la etapa un español, francés, checo, croata, italiano o suizo, mientras flamean a su alrededor las banderas palestinas.
Ninguno de los portadores de banderas palestinas conocen su significado, ni se han molestado en analizar lo que sucede en la guerra iniciada por Hamás contra Israel. Todas las guerras son horrorosas y hay víctimas de un lado y del otro, pero a los tontos de las cumbres españoles sólo les importan las víctimas de un lado.
Eso sí. Si un héroe entre los tontos de las cumbres se atreve a ondear una bandera de Israel, termina despeñado por el más hondo de los barrancos.
Por provocador.