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15 de septiembre de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Oh, pobre chico

Los que sólo miran hacia Tailandia no parecen interesados en analizar ni valorar lo que, en mi humilde opinión y siempre respetuosa con la Justicia, es una injusticia de órdago

Actualizada 01:30

He leído que en las tertulias matutinas y vespertinas de pedorros y pedorras de las diferentes cadenas de televisión dedicadas a ese tipo de cosas, sus participantes han adquirido de golpe la condición de expertos juristas especializados en Derecho Penal tailandés. Y que casi por unanimidad, lamentan la que consideran durísima condena a cadena perpetua de un chico español, nieto e hijo de grandes actores, que en un mal día tuvo la ocurrencia de asesinar a un amigo y descuartizarlo posteriormente, dividiendo las partes de su cuerpo en diferentes bolsas con la finalidad de despistar a la policía tailandesa.

Lamento profundamente su situación, y sobre todo, el dolor y la angustia de sus familiares que, a pesar de su confesión del crimen y los motivos que le llevaron a cometerlo, han estado junto a él en el largo proceso que se ha dilatado desde su detención hasta su juicio. El muchacho ha sido condenado a cadena perpetua, con la esperanza de cumplir el castigo en España cuando transcurran ocho años.

Meses atrás, un ciudadano español honrado, septuagenario, don José Manuel Lomas, se hallaba en su casa cuando advirtió la presencia no solicitada de un inmigrante que invadió su intimidad armado de una motosierra. Séame reconocido que se trató de una situación alarmante. El señor Lomas poseía un arma reglamentada por su correspondiente licencia, y le advirtió al invasor de la motosierra que haría uso de su escopeta si el visitante de la motosierra no abandonaba su casa inmediatamente. El violador de su intimidad y su espacio dedujo que el anciano propietario del hogar invadido, intentaba darle un susto con la advertencia y que el arma estaba descargada. Y avanzó hacia el español asaltado, el cual, haciendo uso de su derecho a la defensa, y ante el peligro de perder su vida y su hacienda, disparó al bulto para defenderse del inesperado individuo. El delincuente falleció, y don José Manuel fue detenido, razonó ante la Guardia Civil su reacción defensiva, y llevado ante el juez, éste ordenó su ingreso preventivo en prisión. En el juicio, con un jurado popular, sobrevoló la demagogia y el buenismo comprensivo al inmigrante, y por defender su casa e impedir ser troceado con la motosierra, don José Manuel Lomas fue condenado a seis años y tres meses de prisión. Y los pedorros y pedorras que sólo miran hacia Tailandia, no parecen interesados en analizar ni valorar lo que, en mi humilde opinión y siempre respetuosa con la Justicia, es una injusticia de órdago, provocada por la decisión de un jurado a la española, es decir, sensiblero, parcial y probablemente inculto.

Con el fin de que no me suceda lo mismo, he adquirido una escopeta de perdigones para defenderme de los pobres inmigrantes que asaltan casas con motosierras. El jurado que ha recomendado al juez la condena de don José Manuel lo ha hecho después de analizar el porqué y el para qué tenía el asaltado licencia de armas. Probablemente, por su afición a la caza, lo cual ya es un grave delito. Un cazador siempre es culpable. La imagen del cazador regodeándose ante el cadáver de la madre de Bambi, resulta fundamental para condenar a un hombre que se defiende, sin ánimo de dialogar, de un jovenlandés armado de una motosierra que, sin tocar el timbre, se presenta en el salón de una casa particular para compartir con el propietario el programa de Broncano. Pero don José Manuel no tenía sintonizado el canal del programa de Broncano, y ese detalle es prueba añadida de su peligrosidad social. Claro, que don José Manuel no es abuelo, ni padre cinematográfico, y disparar en su casa a quien pretende instalarse en ella, o simplemente robar, o terminar con la vida de su dueño, no merece la atención de los catedráticos pedorros de Derecho Penal del Código tailandés.

¡Un cazador! Merecida condena. Lo contrario que la condena a perpetuidad del pobre chico, que tuvo un mal momento, un mal pronto, y se le fue la olla.

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