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Enrique García-Máiquez

Qué basto todo

El ambiente político se ha enrarecido mucho. Faltan respeto a las instituciones, respeto a la inteligencia, respeto al electorado propio, respeto al rival, respeto a las formas y sentido común y del decoro

Actualizada 01:30

Nos toca escandalizarnos ahora (dos o tres días) porque Pedro Sánchez ha dicho que va a gobernar por encima de la oposición (como llevamos viendo seis años largos, muy largos) y del Poder Legislativo (esto es lo último). Como es lógico, la gente sensata está rasgándose las vestiduras por la separación de poderes, que ya estaban hechas trizas y que, a este paso, acabarán en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Yo, tan lento siempre, voy con retraso: todavía estoy con la penúltima conmoción.

De ésta se ha hablado poco y eso poco se ha hablado bien, que es peor. Resulta que Isabel Perelló, en su discurso de toma de posesión del cargo de presidente del Consejo General del Poder Judicial, hizo una encendida defensa de la independencia del Poder Judicial. Se ha aplaudido como una crítica al Gobierno. Malamente puede entenderse así. Perelló ha llegado a su dignidad tras una operación política de reparto del CGPJ. Se ha marcado su discurso sin una mínima crítica a su proceso de elección. Esas palabras suyas, en realidad, sólo pueden significar dos cosas. Una peor y otra mala. La peor: ahora que el ala progresista controla el Poder Judicial, clamar por su independencia es blindarse preventivamente contra las críticas de la oposición. La solamente mala: es pura retórica vacía. Yo, como soy optimista, me quedo con la mala.

Siendo optimistas, la cosa podría estar peor, aunque es cuestión de tiempo. Lo indiscutible es que manca fineza!, como finamente se dice en italiano. En español: ¡qué basto es todo, qué burdo! Si al menos nos robasen la democracia y el Estado de Derecho con guante blanco… Sánchez, da sensación –y no le importa– de ir comiéndose fichas del Estado de Derecho con la boca abierta. Tras el Poder Judicial, ahora el Poder Legislativo. Y eso no es una amenaza a la oposición, a la que lleva ninguneando desde el principio, sino a sus propios socios, que, desde el Legislativo, lo controlan como una marioneta. Está hablando de cortar los hilos.

No sé cómo lo hará, porque incluso los Decretos-Ley tienen que convalidarse, pero todo es posible, porque estamos en un escenario de derrumbe de equilibrios, buenas maneras y estilo democrático. La colocación del ministro Escrivá en el Banco de España ha molestado incluso a muchos socialistas, pero como están brutos, ciegos, sordomudos, torpes, trastes y testarudos y por Sánchez se han convertido en una cosa que no hace otra cosa más que aplaudirle como pajes turiferarios, no dirán nada. Ni Escrivá, que tiene entendederas suficientes para saber que no debería haber aceptado el caramelo.

El panorama es desolador. Decía Borges que hay dos cosas que jamás puede hacer un caballero: chantajear a nadie ni aceptar un chantaje de nadie. Sánchez hace ambas sin solución de continuidad. Ofrece a las autonomías del PP aumentar su recaudación fiscal para que se olviden del concierto que él concede a Cataluña, cediendo al chantaje de ERC. Acabarán cogiendo el dinero y dejando correr lo del concierto. Es como lo del Lazarillo de Tormes: coge tres uvas tú para dejarme a mí coger mis dos uvas. El racimo esquilmado somos los contribuyentes.

El PP también se apunta al trazo grueso. Presenta ahora un recurso de inconstitucionalidad contra la amnistía, y eso está muy bien; pero lo hace después de haber dejado por activa y por pasiva que el Tribunal Constitucional esté controlado por Conde-Pumpido. El recurso, así, es un gestito vacua para su público, al que minusvalora, porque sabe que se lo va a aplaudir a pesar de lo inútil que será, como han sido otros recursos de inconstitucionalidad peperos.

El ambiente político se ha enrarecido mucho, y no sólo por Ábalos, que es una consecuencia y no una excepción. Faltan respeto a las instituciones, respeto a la inteligencia, respeto al electorado propio, respeto al rival, respeto a las formas y sentido común y del decoro. Y sobra demagogia, maquiavelismo barato, regate corto, tics autoritarios e irresponsabilidad de racimo. Uno se acuerda de Quevedo cuando no hallaba cosa en España en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.

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