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Enrique García-Máiquez

Un elitismo elemental

La defensa de los políticos es, de primeras, tratar de escurrir el bulto y, cuando ya no pueden, apuntar a la oposición y disparar el susodicho: «Y tú más»

Actualizada 01:30

El intento taimado, un tanto ridículo por obvio, del PSOE de tapar el caso Begoña con un desesperado «y tú más» que señala a familiares de Feijóo y de Ayuso a la desesperada, tendrá poco recorrido. Sin embargo, nos invita a la reflexión. ¿No reitera un tic de nuestra historia democrática reciente? Si nos fijamos, aquí no se ha tratado de ser honrado ni de parecerlo dando facilidades a los jueces y policías. La defensa de los políticos es, de primeras, tratar de escurrir el bulto y, cuando ya no pueden, apuntar a la oposición y disparar el susodicho: «Y tú más». Después vienen los indultos y las amnistías.

El «y tú más» recuerda al Lazarillo de Tormes y, en concreto, al maligno ciego que dedujo que Lázaro le estaba robando uvas porque él las comía de dos en dos y el chiquillo no protestaba. Las estaba comiendo, él más, de tres en tres.

La analogía nos debería inquietar mucho porque el poeta Aquilino Duque sostuvo que el español sólo conoce dos tipos humanos: o el hidalgo o el pícaro o hideputa, con perdón y metáfora. Son los dos polos de nuestra literatura, de nuestra historia y de nuestro carácter. El que recurre al «y tú más» está, además de usando una defensa endeble, proclamando su condición de miembro de la estirpe de Lázaro de Tormes.

No es una sorpresa, sino un patrón de conducta, pero no deberíamos quedarnos ni sólo en reírnos de intentos tan desesperados como éste último del PSOE ni en desesperarnos por los dirigentes que nos han tocado en suerte. Habría que preguntarse cómo conseguir que nuestra clase política perteneciese al otro tipo español: el hidalgo.

Urge ahora porque se abre una ventana de oportunidad. Se expande el hartazgo con nuestras élites dirigentes y los cuestionamientos al sistema que nos ha traído a una crisis política, económica e institucional sin precedentes. Tras el éxito de Alvise, está esta pulsión. El populismo, como se conoce a este cuestionamiento transversal, crece y gana adeptos.

Lo importante sería que el populismo no se limite a cuestionar a las élites, sin exigirles eso que, con Aquilino Duque, estamos llamando hidalguía, pero que puede concretarse en un mayor nivel moral, una preparación técnica superior, un sacrificado amor a la patria, una testada capacidad de trabajo y una voluntad de servicio. Como ha demostrado Dalmacio Negro, toda élite es sustituida irremisiblemente por otra. El peligro del creciente discurso populista que arremete –con justicia– contra nuestras élites estriba en su vacío de recambio. Por la ley de hierro de las oligarquías, si se desplazase a las actuales élites, se formarían de inmediato otras nuevas, que, si populistas, serían tan vergonzantes y demagógicas como la sustituida. Necesitamos una élite excelente, consciente de su deber, sincera, perfectiva, obligada al servicio. Hay que tener claro nuestro concepto, para inclinar la balanza hacia el mérito imprescindible y al gobierno de los mejores. Del mismo modo que las medidas novedosas han de tener un programa económico por detrás que las sostenga y que las críticas al sistema actual deben proponer un sistema alternativo, la crítica a las élites ha de acompañarse de la propuesta de otro modelo de políticos.

No uso esta exigencia como un truco barato para bloquear las críticas, como a veces se hace. Entiendo que hay situaciones, y la de España actual es una, en que las críticas deben ir por delante. Pero enseguida han de venir los andamios de la puesta en práctica y de la realización sensata de los proyectos. Nuestra nación necesita librarse de las élites extractivas y divisivas que tenemos, pero, a renglón seguido, hay que sustituirlas por otras, eficaces y cohesionadoras, con prestigio y capacidad de entrega, que no terminan de verse por ningún lado. Percibir su necesidad es un primer paso para invocarlas.

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