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06 de septiembre de 2024

Enrique García-Máiquez

Dominar el relato

Hablando de ángeles, damos gracias al querubín que en el último momento hizo girar la cabeza de Trump, frustrando los planes de quienquiera que fuese el poder tenebroso que urdió el plan

Actualizada 01:30

Reconozco que hay un punto ventajista en contrastar la narrativa con la lírica como dos géneros literarios enfrentados e incompatibles. Sobre la diferencia de géneros, Fernando Pessoa lo clavó: «Como todas las clasificaciones bien pensadas, ésta resulta útil y clara; como todas las clasificaciones, es falsa». Pero hoy quiero aprovechar lo que tiene de útil y clara, aunque avisando de que hay que tomársela cum grano salis.

El hecho de que la política contemporánea consista más en dominar el relato que en construir pantanos y en mejorar la sanidad pública, está produciendo una inflación de la narrativa política fantástica. Es lógico. Cuando necesitas captar la atención, tienes que aumentar la espectacularidad de tu historia, y sus recovecos y plot twists.

Es famosa la anécdota del profesor de literatura que explicaba a sus alumnos que una novela, para convertirse en best-seller, tenía que mezclar muy bien cuatro ingredientes: algo teológico o esotérico o, al menos, templario; lujo y opulencia, sexo siempre y, finalmente, intriga. El profesor pidió a sus alumnos que a la semana siguiente entregasen un relato propio con esos cuatro elementos incluidos. Un alumno produjo esta obra de arte: «¡Dios mío —dijo la marquesa—, me he quedado embarazada, y no sé de quién!». Tiene todos los elementos. Sacó un 10.

Lo estamos viendo ahora con el atentado contra Trump. Hay relatos en todos los colores, sentidos y trayectorias, como balas que se han vuelto locas. He leído que es un montaje de Trump, que se pintó la sangre incluso, para aumentar su popularidad. Y he leído que es la industria armamentística y el FBI los que han organizado el tiroteo. Hay que reconocer que las historias están muy bien atadas a base de cabos sueltos. Hay un montón de argumentos para darles credibilidad.

Esto es sólo un ejemplo, pero, por su trascendencia política e internacional, es un ejemplo muy potente. Estamos rodeados de historias novelescas que compiten en grados de conspiración y de elementos fantásticos. No vengo, sin embargo, a decir que todas tienen que ser falsas, porque alguna explicación será la verdadera, por pura necesidad ontológica. El problema es que el ciudadano de a pie apenas tiene herramientas ni información para juzgarlas. Puede echar mano de un sano escepticismo, pero sin pasarse, creo, porque negar que en este mundo nuestro existan conspiraciones es no conocer la historia ni el alma humana.

No queda más que verlas venir y verlas irse, con una curiosidad bastante descriptible. Y aquí es donde yo pido el comodín de la teoría de los géneros literarios y propongo, frente a tantos relatos cruzados, el predominio de la lírica clara de nuestra vida cotidiana, profesional y familiar. O sea, oír las grandes fabulaciones del mundo, vale, pero vivir la poesía de nuestro día a día.

En un poema muy bonito de Música para tigres, el último libro del joven Alejandro Bellido, cuenta que él trabaja con su literatura clásica, con sus alumnos, en su estudio en penumbra, pero que le encanta cuando su novia llega por la tarde y le cuenta todos los horrores que han pasado en las noticias del día. Resulta una cosa muy épica, de reírse del mundo que se derrumba mientras ellos siguen enamorándose. Se viene arriba el poeta y le susurra a la amada noticiosa: «Bendito sea el Apocalipsis/ si tú eres el arcángel que lo anuncia».

Nosotros, ya menos jóvenes, preferimos que se retrase el apocalipsis, pero disfrutamos de esa misma resistencia épica de la lírica alegre. Y, hablando de ángeles, damos gracias al querubín que en el último momento hizo girar la cabeza de Trump, frustrando los planes de quienquiera que fuese el poder tenebroso que urdió el plan. Ése es el tratamiento homeopático contra todas las posibles e imposibles conspiraciones oscuras. Un tratamiento buenísimo en principio para los nervios y, en última instancia, para el destino final: saber que la Providencia también tiene un plan. Es el Gran Relato.

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