Fundado en 1910
Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Afición a no entender nada

Pobre gente, haciendo hincapié en paparruchas que en realidad nada importan si se comparan con lo que vive y recuerda la cristiandad en estos días

Actualizada 16:36

En la víspera de la Semana Santa me cortó el pelo una chica que era andaluza. Resultó de trato agradable y charlamos un poco, primero de los aranceles de Trump —cuando casi me rebana una oreja con su enojo— y luego sobre las procesiones de estos días. Su teoría era que la mayoría de los cofrades no se mueven por piedad, sino por una mera costumbre social. No estoy de acuerdo. Aunque toco de oídas, dudo muchísimo que no exista un móvil religioso, una creencia profunda, entre las personas que se pegan el machaque físico que supone portar un paso. Me resulta casi imposible además que puedan sustraerse del significado de esa extraordinaria forma de alabanza a Dios que ellos mismos contribuyen a escenificar cada año.

Banalizar, ridiculizar o despreciar la Semana Santa es una afición inveterada de nuestra izquierda política, mediática y seudo humorística. Pero lo que suelen conseguir es hacer un poco el gañán, pues con una petulancia displicente acreditan que no entienden nada del significado profundo que tienen estos días para los cristianos (y para los que no lo son, porque el sacrificio de Jesucristo redime a toda la humanidad).

El periódico sanchista de dueño ahora antisanchista ofrece un buen ejemplo. En su edición de Jueves Santo no dedica una línea, ni una imagen, a las sobrecogedoras procesiones que reúnen en las calles a miles y miles de españoles, en lo que constituye la mayor manifestación popular de espiritualidad católica del mundo. Eso no se considera noticia (del mismo modo que el partido que nos gobierna se muestra solícito ante el ramadán y gélido ante la Pascua cristiana). Por supuesto, sí se consideraría noticia que 400 personas saliesen a la calle a bramar contra los toros, o cualquier marcha recurrente de la izquierda populista sobre la sanidad, o no digamos ya una fanfarria reivindicativa arcoíris.

El periódico sanchista de dueño ahora antisanchista ignora las extraordinarias procesiones católicas, pero sí dedica toda una página a contarnos en Jueves Santo la siguiente noticia, al parecer importantísima: el obispo de Getafe ha escrito el prólogo de un «documento progresista» que carga contra el «neoliberalismo» y denuncia sus desigualdades. Oh, ¡qué notición! Por favor, ¡paren las rotativas!

Acreditan, una vez más, que no entienden nada. ¿En serio creen que a algún católico le importan esas paparruchas politiqueras sobre las opiniones mundanas de un prelado en unos días en que se está evocando algo tan crucial y sagrado como la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo?

Las aproximaciones de la izquierda al catolicismo suelen incurrir siempre en la misma forma de ceguera (que también ocurre entre algunos comentaristas de supuesta derecha, que hablan de que toda nuestra Semana Santa atiende a «una memoria compartida», sin más, como si se estuviese recordando la batalla de Guadalete). La izquierda mediática y política olvida, o desconoce, las palabras del propio Jesús —«mi reino no es de este mundo»— y cercena la dimensión espiritual, que es la que importa, para quedarse en politiquerías, chismes vaticanos, o en las flaquezas, a veces graves, de algunos clérigos, seres humanos falibles, como todos nosotros, y, por tanto, susceptibles también de pecar (y de recibir el perdón de Dios).

Otro error común es aproximarse a la Iglesia como si se tratase de una suerte de gigantesca oenegé, olvidando que aunque la caridad es crucial y obligada para los católicos, el meollo no está ahí, sino en lo espiritual, en la creencia en que Jesucristo nos ha salvado aceptando su espeluznante sacrificio en la cruz y nos ha dado así un pasaporte para la vida eterna.

Nadie se hace católico porque sintonice con el obispo Pepe o Manolo, o porque le agrade el sesgo ideológico de determinado Papa, o por una obra social —aunque la Iglesia hace gala de una caridad sin parangón—, o porque el clero opine de política. Somos católicos porque consideramos que Jesucristo es Dios, porque creemos que aceptó el dolor brutal y la humillación absoluta de la cruz por todos nosotros y porque nos enseñó un mensaje de perdón incondicional y amor al prójimo. Y ante esa grandeza, inmensa y trascendente, las peroratas contra el neoliberalismo y otras monsergas coyunturales se quedan en farfolla, pues como advirtió el propio Jesús, «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

162
comentarios
tracking