El síndrome de «Os Cantons»
En España se le llama «normalizar» a imponer por motivos políticos unas lenguas que en muchas localidades son minoritarias
Los Cantones es el nombre del bulevar que conecta el ensanche «nuevo» —llamémoslo así— de La Coruña con su parte histórica. Caminando por sus elegantes losas de piedra rubia, tantas veces brillantes bajo la lluvia, se llega a la Marina, con los cristales de sus galerías reflejándose en el Atlántico domesticado de La Dársena. Una frase tópica, pero cierta, explica que «Los Cantones son la sala de estar de los coruñeses». Por allí paseaban riadas de personas en el siglo pasado y todavía hoy perdura un gran tránsito peatonal. En mi adolescencia era también el sitio de quedar («A las siete frente al cine Avenida», decía la cita clásica).
No les quiero dar la murga con historietas costumbristas más o menos comunes a todas las ciudades. Cuento lo anterior porque ahora el Ayuntamiento, que se llama a sí mismo «concello» y que gobierna el PSOE, va a remozar los Cantones. Como nuestra alcaldesa socialista es más lenta que la defensa de Ancelotti, la simple obra de ensanchar unas aceras va a durar dos años. Pero ya han plantado unos grandes carteles con bocetos del proyecto y anunciándolo. Están solo en gallego y al leerlos descubro que ahora «Los Cantones», como los han llamado toda la vida todos los coruñeses que conozco, han pasado a denominarse «Os Cantons».
¿Por qué el Ayuntamiento —perdón, «concello»— hace sus comunicaciones solo en gallego (dando por saco de paso a los numerosos visitantes de fuera)? ¿Será que es el idioma mayoritario en la ciudad? Mi experiencia particular es que casi todo el mundo en La Coruña habla en español, aunque el gallego conserva su pulso entre la gente mayor de los barrios. Pero igual son delirios auditivos míos. Para no desbarrar busco los datos oficiales del Instituto Gallego de Estadística. Resulta que el número de coruñeses que hablan siempre en gallego son cinco de cada cien (el 4,5 %, siendo exactos).
¿Qué reflejan los datos empíricos? Pues que el idioma mayoritario muy de largo en La Coruña es el español, que emplea el 95 % de la población como primera lengua. Entonces, ¿por qué el Ayuntamiento socialista —perdón, «concello progresista»— se empeña en utilizar solo el gallego en sus comunicaciones y por qué la ciudad se llama por imperativo legal A Coruña (expresión que casi nadie utiliza tampoco, pues la mayoría dicen Coruña a secas, o La Coruña, o hasta La Coru). Pues por motivos de sectarismo político de la izquierda, convertida en una sucursal del nacionalismo.
A juicio del PSOE, siempre coaligado con los nacionalismos disgregadores, los idiomas regionales puntúan más, son más «propios» que el español, idioma fachosférico, invasor, represor… que resulta que hablan 600 millones de personas, que es el tercero más utilizado del mundo —lo que lo convierte en una lengua franca— y que goza además de un corpus literario que le da varias vueltas al del resto de las lenguas de España (de entrada por una simple cuestión de volumen: se ha publicado infinitamente más en español que en gallego y catalán, y no digamos, ya que en vasco).
La imposición de unas lenguas minoritarias en lugares donde su uso es casi marginal —como el caso del vasco en Bilbao o del gallego en La Coruña y Vigo— supone un experimento sin paragón de ingeniería social de sesgo totalitario. El proyecto atiende al móvil político de crear unas identidades diferenciadas de la española. Se presenta además bajo un sustantivo orwelliano, «normalización lingüística», cuando en realidad se hace todo lo contrario: marginar lo que es normal en la calle para imponer una anormalidad por un motivo doctrinario.
Mis abuelos solo hablaban en gallego. Mis padres, mitad y mitad. Yo hablo y pienso en español. No tengo nada contra el gallego, solo faltaría, y me gusta leer en esa lengua a los grandes, tipo Cunqueiro, Dieste o Caneiro. Pero resulta inaceptable que alguien nos obligue —y pagándolo con nuestro dinero— a utilizar en monocultivo litúrgico un idioma que no es el que utilizan la inmensa mayoría de los vecinos, que para más señas es oficial en España.
Las «normalizaciones» no son normales. En el sur de Texas se hablan todavía cinco idiomas previos a la llegada de los conquistadores españoles. Esas ancestrales lenguas de los nativos se llaman coahuilteco, cotoname, comecrudo, garza y mamulique. Tales variantes son conocidas como los idiomas pakawan. ¿Se imaginan que un partido nacionalista tejano tratase de recuperar e imponer el pakawan, ya casi extinto, en nombre de una «normalización» que recupera la auténtica identidad de Texas, hasta el extremo de excluir el inglés de los carteles oficiales y obligar a los niños a escolarizarse en pakawan?
A quien pretendiese un delirio así se lo tomarían de chufla, lo mandarían a hacer gárgaras. Pero aquí, insólitamente, hemos transigido y preferimos reinventar la torre de Babel a entendernos en español, que es en lo que realmente hablamos (¿en qué idioma creen que discurren las reuniones privadas de los sanedrines del PNV?). Estamos tan alelados que hasta tenemos ya pinganillos de traducción simultánea en la sede de la soberanía nacional española… cuyos diputados se entienden luego en el bar en perfecto castellano, cómo no.