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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El sicario ya está de potes

Supone una derrota de todos los españoles y una infamia repugnante del PSOE que un asesino en serie de crueldad extrema esté de paseo los fines de semana

Actualizada 14:07

Si tienes un pelín de suerte con la salud, hoy en día con 62 tacos estás como un torete. Todavía te queda un buen trecho por delante para disfrutar de la vida. Juan Carlos se encuentra en esa situación. Los sábados y domingos puede darse un garbeo o tomarse un pote por Basauri, donde pernocta. O si le apetece salir del pueblo y acercarse al centro de Bilbao tampoco existe mayor problema, pues la capital vizcaína está pegada, ahí al lado, con todas sus amenidades. Juan Carlos puede pasear con su hija veinteañera y con su mujer, con la que compartía profesión. Juan Carlos puede disfrutar de la existencia de cualquier persona normal. Pero el asunto es que no se trata de una persona normal.

Juan Carlos Iglesias Chouzas, nacido en San Sebastián hace 62 años, es un asesino en serie. Hasta que fue detenido en febrero de 2000, portando una pistola en una hamburguesería francesa de las Landas, había matado a quince personas según la policía (aunque solo ha sido condenado por ocho de sus asesinatos).

Juan Carlos solo ha tenido una dedicación estable en su vida: terrorista. Comenzó muy pronto. A los 21 preparó su primer coche bomba, y por esa senda continuó. Fue un «gudari» de lo más eficaz, sin el más mínimo remordimiento. Cultivó algunas veces el balazo en la nuca, sobre todo con pobres yonquis medio destrozados. Pero su especialidad era la bomba lapa, porque aunque era cruel hasta lo inimaginable resultaba también cobardón, así que la explosión a control remoto le parecía un método más seguro para huir. Aunque su alias era Gadafi, sus compañeros sicarios lo apodaban también «la Bestia», porque su brutalidad resultaba llamativa incluso para sus estándares.

Juan Carlos fue un puntal en el mortífero comando Vizcaya, que se enfrentó a tiros un par de veces con la policía. Incluso lo reconstruyó cuando las detenciones lo mermaron. En su conciencia pesa un crimen que impediría dormir de por vida a cualquier persona normal, aunque no a él. En 1991, ETA, cuyo partido político es ahora socio preferente del presidente Sánchez, mató a siete niños: cinco en Vic, uno en San Sebastián y otro en Erandio (Vizcaya). El muerto del atentado vizcaíno se llamaba Fabio Moreno Asla, había nacido en Bilbao y tenía dos años. Era hijo del guardia civil Antonio Moreno, elegido como objetivo por Juan Carlos Iglesias y su compañero de comando, Izaguirre. Durante varios días espiaron los hábitos de Antonio. Observaron que acudía al trabajo en tren y solo utilizaba su coche para actividades con su mujer y sus hijos.

El 7 de noviembre de 1991 (no estamos hablando aquí de «memorias» de los años treinta del siglo XX), Antonio decidió llevar a sus dos hijos mellizos de dos años a la piscina. Por supuesto, antes de arrancar revisó los bajos del coche. No vio nada. Juan Carlos Iglesias, el que hoy se pasea por Bilbao, había colocado la bomba bajo el asiento del copiloto tras forzar la puerta del coche. A mitad de trayecto explotó. Fabio murió despedazado. Su hermano Alexander sufrió quemaduras y daños severos en un tímpano. El padre, malherido, estuvo incapacitado tres años y jamás volvió a trabajar.

Detenido en 2000, Gadafi ya sale de permiso. Lo suyo ha sido una ganga: a tres años de prisión por asesinato. Antes de ser acercado a su tierra vasca estuvo preso en la misma cárcel levantina donde cumplía pena su mujer (una etarra que mutiló las piernas de un guardia civil con una bomba). Mientras Fabio y los otros catorce asesinados por Gadafi veían sus vidas cercenadas por un animal fanático, el asesino seguía adelante con la suya e incluso tenía una hija con una compañera etarra también presa (la vástaga se queja ahora en foros vascos de lo mucho que sufría yendo a ver a sus padres a la cárcel, ¿y Fabio, que no tuvo ni eso porque tu padre lo reventó con una bomba?).

Según las normas penitenciarias, Juan Carlos Iglesias Chouzas no podía pisar la calle hasta 2031, cuando cumplirá tres cuartos de su condena. Pero ya disfruta de permisos de fin de semana por cortesía del PNV y el PSOE, que han retorcido las reglas para que así sea, con el consiguiente aplauso de Bildu, el partido de la banda del asesino paseante.

Todo esto, que está ocurriendo en docenas de casos más, es lacerante y tristísimo. Refleja la derrota moral, política y jurídica de una nación, España, que permite que un dirigente sin escrúpulo alguno —Sánchez—, un partido farisaico de moral hedionda —el PNV— y un etarra convertido en político —Otegui— escupan sobre la memoria de nuestros muertos. Tipos que lloraban portando el féretro de sus compañeros asesinados por ETA, como Pachi López, son ahora cómplices de esta indignidad.

Ay, PSOE, cuánto daño has hecho.

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