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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

De Roldán a Ábalos, de «X» a «1»

¿Es Ábalos Roldán? ¿Es el PSOE de Sánchez-Aldama el PSOE de Filesa? ¿Y el «Señor X» se llama ahora «Señor 1»?

Actualizada 01:30

Lo igual, enseñaba Platón, se dice solo de lo distinto. Ábalos es Roldán. En versión actualizada. Roldán, aquel precursor en el robo que anudó a la secta, aquel profeta de la nueva política, intuyó lo que ahora la Iglesia de Sánchez hace funcionar con el automatismo de un buen reloj suizo: la conjunción íntima que debe trenzar las tramas de corrupción personal y corrupción de Estado. Es lo que las grabaciones de la UCO ponen sobre el escaparate sin lugar a demasiadas dudas. Y lo que anteayer llegaba a lo que me parece a mí el punto simbólico en la implosión del sistema: la denuncia de la Asociación Unificada de la Guardia Civil contra el que fue su Director General, el socialista Leonardo Marcos, como presunto filtrador al servicio de la banda Ábalos-Koldo-Aldama. ¿Habrían sido el exministro y su fiel subordinado el espejo sobre el cual el mugriento dúo Roldán-Paesa nos retorna? ¿Repetición o hipérbole?

No, la corrupción de todo y de todos no ha sido un invento ni de Sánchez ni de su cónyuge. Fue el hallazgo mediante el cual el PSOE de la transición —que había sido creado literalmente de la nada— pudo dotarse de una financiación autónoma que fuera liberándolo de la inicial deuda con la socialdemocracia alemana y con el departamento de Estado norteamericano, de la cual se nutrió hasta forjar su propia máquina de fabricar dinero. El descontrol financiero de los partidos fue buscado y perpetuado en aquellos años, sencillamente porque no había apenas militantes dispuestos a pagar un duro; a embolsárselo, sí. Y nadie, absolutamente nadie, en ningún negocio, puede poner en marcha tramas sólidas de delincuencia económica colectiva sin permitir —e incluso animar— a que sus individuales miembros se beneficien de esas propinas a las que llaman comisiones: solo eso suelda la inviolable complicidad en los sucios secretos compartidos.

De aquellos años de la transición salieron millonarios políticos socialistas que venían de la nada. Todos conocemos sus nombres. Pero nadie ha logrado nunca rastrear el recorrido de sus beneficios. Convenía ser ciegos: eran otros tiempos, y la fragilidad del sistema aconsejaba no hacer demasiado ruido con los sinvergüenzas. Roldán pagó por todos. En compañía de un grupo de capataces catalanes que, tras pasar por la indignidad de Filesa, retornaron tranquilamente a sus puestos de mando en el PSC. ¿Aceptarán Koldo y Ábalos una carga similar?

¿Lo diferente ahora? Que, al contrario de lo que pasó entonces, la trama está cayendo muy deprisa. Al principio, todo apareció —sucede así siempre— como una historia de individuales chorizos con un pie en el lumpen. Que el guardaespaldas de un burdel aprovechase su asombroso ascenso político para embolsarse unos cuantos millones, forma parte de lo más sórdidamente normal entre los usos humanos. Que el tal fuera mano derecha de un ministro que movía los más copiosos presupuestos de obra pública en el gobierno, daba ya bastante más que pensar. Que en las conversaciones telefónicas de ambos se cite a la ministra de economía y al presidente del gobierno como propiciadores de la operación que volcará millones de dinero público en las cuentas del empresario que a ellos les proporciona chalet propio y piso para amante, no es ni siquiera una vergüenza. Es el indicio —aplastante indicio— de que los corruptos no operaban por su cuenta; de que tan solo se llevaban la comisión, el justo porcentaje del beneficio que aportaban a «los de arriba»; la constancia de que eran pequeñas ruedecillas en una máquina de extorsión admirable.

¿Es Ábalos Roldán? ¿Es el PSOE de Sánchez-Aldama el PSOE de Filesa? ¿Y el «Señor X» se llama ahora «Señor 1»? Nada se repite tal cual. Nunca Todo vuelve siempre bajo máscaras que el tiempo diferencia. Grandísimo Platón: lo igual se dice solo de lo distinto.

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