Elección equivocada
En vista de ello, abandoné el fútbol, me incorporé al tenis, abandoné el tenis, me sumé al baloncesto, no metía una canasta, dejé el baloncesto, y terminé dedicado al exigente juego de la petanca francesa, en su versión de parejas mixtas
Creo haber confesado en diferentes ocasiones que en San Sebastián fui apodado como «La quisquilla de Ondarreta» por mis compañeros del equipo de fútbol playero. Cuando coincidía la marea baja con la tarde avanzada, se organizaban en la playa, en la zona del malecón de Igueldo y del Tenis, unos partidos de fútbol competidos y de alta calidad. Mi cabello era rubio, como los chorros del oro, y el esfuerzo deportivo se reflejaba en mi rostro, que adquiría un tono carmesí de muy difícil superación. De ahí lo de la quisquilla. En Madrid, en el colegio de Nuestra Señora del Pilar, en la calle de Castelló, se me conocía como el 'huracán marianista', y en mi segundo colegio, desde 4º de bachillerato al preuniversitario, el Alameda de Osuna, 'el vendaval de Eisenhower'. Después de la visita del presidente de los Estados Unidos a España, la plaza en la que finalizaba la llamada «Autopista de Barajas» fue bautizada como la Plaza de Eisenhower, de la que nacía una estrecha carretera entre poderosos pinos por la que se accedía al colegio.
Mi fútbol era alegre, vistoso, embriagador y efectivo. Jugaba en los extremos, como en la vida, y a mi lado Mbappé es lento y parsimonioso. Mi juego compartía la velocidad de Kopa con la precisión de Netzer, aunque el segundo no era todavía una estrella. Marqué seis goles —el resultado final fue un 10-1— al equipo del Pilar Anexo, cuyo portero se llamaba algo así como Eduardo Escalada Goicoechea, un felino de la portería, pero no lo suficiente para atajar mis medidos chupinazos que terminaban en sus redes. Fui probado por el Real Madrid y mi juego no les convenció. Más que mi juego, mi físico, sostenido por dos piernas excesivamente magras. Se puso de moda, en aquellos años, el fútbol de los musligordos y pantorrilleros, despreciando la rapidez y precisión de los flacos. En vista de ello, abandoné el fútbol, me incorporé al tenis, abandoné el tenis, me sumé al baloncesto, no metía una canasta, dejé el baloncesto, y terminé dedicado al exigente juego de la petanca francesa, en su versión de parejas mixtas. La petanca francesa se denominaba de esta guisa siempre que la competidora femenina fuera de nacionalidad francesa, y mi compañera, Jocelyne de Bidart, era natural de Burdeos. Pero en el fondo y en la forma, la petanca francesa era tan aburrida como la española y la grecochipriota, un rollo de juego.
Ahora me alegro de haber renunciado a ser una figura internacional de fútbol. Estaría contratado por una cadena de televisión de pago para comentar los partidos que se retransmiten por televisión. Y les hablaría del palo corto, el palo largo, el juego trabado, la gran capacidad defensiva de Pepeli, y la facilidad para lesionarse de Rusiñol III, hermano de Rusiñol II, y éste a su vez, también hermano de Luisín Rusiñol, gran futbolista del Atlético de Cadalso de los Vidrios. Tendría de compañero a un argentino, y probablemente, a un nacional de los que arrastran las consonantes finales, «Ele Reala Madrida, el balono, el golo, y el grana portero locala, Monteleona». He perdido en «velocidada» económica, pero he ganado en «tranquilidada» para poder dedicarme a escribir.
Por otra parte, no siempre me iba a encontrar defendiendo la portería contraria a un Eduardo Escalada, grandísimo portero, también conocido como el 'Águila agujereada' que no detenía ni un remate porque su felina estirada jamás coincidía con la dirección del balón. Se lanzaba en pos del esférico con anterioridad a la elección del ángulo elegido por el delantero, y su club terminó por expulsarlo de la plantilla, no sin antes denunciarlo a la Guardia Civil, que procedió a su inmediata detención. Hoy es un gran amigo, y me sigue admirando por mi pericia en los disparos desde fuera del área.
Por otro lado, y para tranquilizar a los que me quieren, estoy bien y muy entregado a los artículos trascendentes.