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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Tenorio

Don Juan Tenorio me recuerda a algunos que yo me sé. En fin, que los siglos pasan y los fantasmas permanecen. Tengo la boca llena de nombres

Actualizada 01:30

En noviembre El Tenorio. El de Zorrilla, que no el de Tirso de Molina, El Burlador de Sevilla, mejor escrito y mucho más aburrido. Don Juan Tenorio era un cotilla, un pocholo con calzas y chambergo, y muy dudoso seductor. Sin las ayudas de su criado italiano, Ciutti, y de Brígida, la dueña de Doña Inés que le endilga el Comendador para que vele por la pureza de su hija, Don Juan no se habría comido una rosca. El seductor profesional no es otra cosa que un títere en manos de la inteligencia ajena, un pobre diablo que confía en sus artes cuando la poesía, el lienzo o la escultura ya han sido escrita, dibujada o esculpida por la mujer. Y en el caso de Don Juan Tenorio, un chufla afeminado como fue consignado por el doctor don Gregorio Marañón.

La mejor versión del Tenorio que recuerdo se remonta a tiempos colegiales. Nos llevó don Santiago Amón a los de 5º Letras al Español. Interpretaba al Tenorio Carlos Lemos y, a doña Inés, Carmen Bernardos, y creo que bajo la dirección del gran José Tamayo.

En Madrid, había un restaurante, en la calle Santiago, que no se abría al público en general. Había que reservar una de las tres mesas. Se encargaba el menú. Lo usaban los grandes banqueros y abogados, hartos de lucirse en Jockey o Horcher. Para entrar, la clave era el diálogo del comendador Ulloa con el tabernero de la Hostería del Laurel.

–¿La Hostería del Laurel?
–En ella estáis, caballero.
–¡Está en casa el hostelero?
–Estáis hablando con él.

Don Juan era un picaflor inseguro y acomplejado. Su rival, don Luis Mejía, un torpe. Mereció los cuernos. Don Juan necesitaba de la palabra de Ciutti y la habilidad de doña Brígida para que sus encantos obligaran a sucumbir la resistencia, por llamarla de algún modo, de doña Ana Pantoja, prometida de su rival Mejía, y de doña Inés, enclaustrada en un convento por su padre, el comendador. Don Juan, que según él presumía:

De la princesa Real
A la hija de un pescador,
Ha recorrido mi amor
Toda la escala social.

Conquista por encargo. Doña Ana de Pantoja se deja envolver por Ciutti, un italiano muy a tener en cuenta. Y doña Inés, que está más caliente que una fragua, se desmorona cuando Brígida, con magistral cadencia, le recita los versos que le ha escrito Tenorio.

Luz de donde el sol la toma.
Hermosísima paloma
Privada de libertad…

Miguel Mihura, el genial autor y fundador de La Codorniz y La Ametralladora, íntimo amigo y colaborador de Tono, el autodidacta, decía que Don Juan no repetía con sus amantes conquistadas –por otros–, porque la tenía muy pequeñita. Y muy rápida. En apenas una hora, y ahí es don José Zorrilla es responsable, Don Juan acude al convento, donde se encuentra a una doña Inés como una estufa gracias a Brígida, la rapta y se la lleva a su quinta cruzando el Guadalquivir, cumple con ella, la deja dormida, se viste, cruza de nuevo el río, llega hasta la casa de doña Ana de Pantoja, habla con la criada, después con la propia, pumba pumba, y todo eso en una hora, lo que da a entender que sus fogaradas, o bien eran de conejo, o bien daban gatillazos, y claro, esos detalles le sirven a Marañón para deducir que tenía más pluma que un pavo real. Esa deducción de Marañón da pie a don Pedro Muñoz-Seca a dibujar un Tenorio, en su comedia La Plasmatoria, en la que cambia radicalmente la famosa escena del sofá.

Ven aquí al «hall» un momento.
¿Qué te extraña vida mía?
¿No llaman «hall» hoy en día
A cualquier recibimiento?
He prosperado en sintaxis
No poco. Ya digo «ahueca»,
La caraba, cine, taxis,
Caradura y taquimeca.
¿Sonríes? ¡Cuánto me agrada!
Pero siéntate, en buena hora,
Que yo te juro, señora,
Que estarás mejor sentada.
¿No es verdad, ángel de amor,
Que tu angustia y tu sofoco,
Se te pasan poco a poco
Y ya te sientes mejor?
Llevo, mi bien, todo el día
Diciéndote madrigales.
Te he comparado, Inés mía,
Con la miel de los panales,
Con la luna y su argentado,
Con el sol y su relumbre,
Con el bosque, con el prado,
Con el valle, con la cumbre,
Con el hierro y con la cera,
Con la noche y con la aurora,
Con la fiera y la cordera,
Con la fauna y con la flora,
Con la nube, con la gasa,
Con la perla, con la pluma,
Con la nieve, con la brasa,
Con la brisa, con la espuma…
Te he dicho que eres, bien mío,
Tú el tormento, yo el lamento,
Yo la espiga, tú el rocío,
Tú la fuente, yo el sediento.
Que voy a ti, como van
A la altura los vapores,
Como el hierro va al imán,
Como la abeja a las flores,
Como la alondra sencilla
Va al espejuelo traidor,
La mariposa, al fulgor
De la luz que intensa brilla,
A su nido el ruiseñor,
A Sevilla el trimotor
Y al ojo, la carbonilla.

Seguidamente, doña Inés, le señala la puerta a Don Juan, y el chisgarabís desaparece.

Don Juan Tenorio me recuerda a algunos que yo me sé. En fin, que los siglos pasan y los fantasmas permanecen.

Tengo la boca llena de nombres.

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