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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La bandera arcoíris... o la del Real Madrid

El Supremo falta a la verdad cuando concluye que la enseña homosexual, que es un clarísimo estandarte de la izquierda, no es partidista ni suscita división

Actualizada 14:02

Érase que se era una ideología llamada socialismo. En su versión fetén, la marxista, acababa siempre en reparto de miseria, mutilación de las libertades, espionaje a los ciudadanos, jerarcas chupando del bote y culto grotesco al líder supremo. Así que el invento fue tuneado para crear una versión más aseada, la socialdemocracia, que contribuyó a extender algunos servicios públicos que hoy consideramos básicos.

Andando el tiempo, la derecha hizo suyos los dos logros estelares de la socialdemocracia: la sanidad y la educación públicas. Los socialistas se vieron entonces en un brete muy serio: habían perdido el monopolio de su mejor idea y además la derecha se mostraba más ducha con la economía.

Si quería mantener cierto atractivo electoral, la izquierda necesitaba nuevas banderas. ¿Y dónde las encontró? En la ingeniería social y exagerando el victimismo de ciertas minorías. El fracasado izquierdismo pasó a autodenominarse «progresismo». Su nuevo menú lo componen el alarmismo climático, una versión sectaria del feminismo, el ensalzamiento de la subcultura de la muerte y la desesperanza (aborto y eutanasia) y la aversión a la familia tradicional y al esfuerzo. Pero existe un componente más en el nuevo cóctel ideológico: una curiosa fascinación por promocionar la homosexualidad, que la izquierda pasó a denominar causa LGTBI y que hasta cuenta con su propia bandera, la arcoíris.

Hay homosexuales de derechas, de izquierdas, separatistas, mediopensionistas… Y a todo el mundo le da igual. Todos los partidos respetan a las personas a las que les gustan las de su mismo género y cuentan con ellas en sus filas. Pero lo que sí es distintivo del «progresismo» —léase el izquierdismo— es el énfasis constante en lo 'gay', llegando al extremo de que muchos de sus dirigentes heterosexuales se adornan con pulseras, camisetas y pegatinas arcoíris, en la idea de que así son mucho más modernos, más guais, que los al parecer rancios y aburridos heteros (que aunque ya no lo parezca somos casi todos).

El Tribunal Supremo se ha columpiado al revisar su doctrina y permitir ahora que se cuelguen banderas arcoíris en los edificios públicos. Lo hace con el argumento de que «no es un signo o símbolo de significación partidista y tampoco propugna enfrentamiento alguno». No es cierto. Se trata de un clarísimo símbolo de la izquierda, que por motivos políticos y morales desagrada a millones de personas conservadoras, que tienen exactamente los mismos derechos que las de izquierdas (al menos sobre el papel, porque en España empieza a no ser así). Hay millones de españoles silentes que están hartos del omnipresente logo arcoíris. Y no tienen nada contra los homosexuales —faltaría más—, pero sí contra la politización de la homosexualidad en un claro ejercicio de ingeniería social 'progresista'. Todo forma parte de un proyecto ideológico más amplio, que llevado a sus extremos más flipados llega incluso a negar el hecho biológico del hombre y la mujer, o a hablar de 16 modelos de familia, como establecía aquella atorrante ministra Belarra.

La Ley de Banderas de 1981 es clara como el agua: la enseña española debe ser la de mayor tamaño y ocupar el lugar preeminente, y a su lado pueden colocarse las de las otras administraciones. En bien fácil implantar tan sencilla norma. Pero primero topamos con los nacionalistas y su alergia a la bandera española; y ahora, con la propaganda de las causas de la izquierda.

El Supremo recula y pasa a admitir que en los días del llamado 'Orgullo' cuelgue en las fachadas públicas la enseña arcoíris, argumentando que nos une a todos. Entonces, ¿por qué no plantar también la del Real Madrid en los ayuntamientos merengones?, ¿o el pendón del Berberecho de Noya durante las fiestas que allí exaltan tan suculento bivalvo?, ¿o el estandarte de las cofradías más queridas en cada población?, ¿o el logo de los Rolling Stones cuando los viejos dinosaurios vuelvan a dejarse caer por aquí?

La ley es clarísima: la bandera de España, en el centro, y las de otras administraciones, en lugar subsidiario. Y listo. No hay más. Entonces, ¿por qué la banderola arcoíris sí? Pues porque los jueces son humanos. El ponente de la sentencia, llamado Pablo Lucas, se entrega a la dominante argamasa ideológica de la izquierda. No se atreve a diferir de lo que hoy ordena la atosigante corrección política.

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