El alegre esquiador y la comida de Mazón
El hecho de que Sánchez salga indemne de su deplorable comportamiento ante la tragedia de Valencia muestra que la izquierda maneja al público a su antojo
Cualquier español que ojee estos días las televisiones del régimen de la «coalición progresista», que son casi todas, se encontrará con que al parecer el mayor problema político que existe ahora mismo en España es cómo pagó Carlos Mazón la comida que mantuvo con una periodista en el día de la dana.
No me voy a poner a hacer un panegírico de Mazón, pues considero que en el día de la catástrofe debió andar bastante más diligente (amén de que los hechos probaron que había formado un Gobierno de aficionados, que se vieron desbordados). Pero que Mazón se encuentre en la picota pública mientras Sánchez sale de rositas de la crisis de la dana muestra el apabullante dominio que tiene la izquierda sobre la opinión pública, a la que pastorea de tacón mediante el cañón de sus televisiones.
Mazón da lo que da, pero con sus humanas limitaciones no ha dejado de trabajar desde el día de la catástrofe, mientras Sánchez se largaba a Bakú a una cumbre del clima solo 14 días después de la dana, cuando las localidades valencianas todavía estaban anegadas de barro y dolor.
El 3 de noviembre, Sánchez huyó como un conejo dejando a los Reyes tirados en Paiporta, mientras el denostado Mazón mantenía el tipo y se quedaba a su lado. Además, 48 horas después, Sánchez mintió sobre lo sucedido en el altercado, achacando el incidente con los vecinos a «grupos ultras perfectamente organizados que iban a tratar de hacer el máximo daño posible a las autoridades», una tesis que secundó Marlaska. El 11 de noviembre, las conclusiones de la investigación de la Guardia Civil probaron que no había existido conjura ultra alguna. Es decir, nuestro presidente del Gobierno y nuestro ministro del Interior intentaron engañar al público con un bulo olímpico. Pero ni se les ha tenido en cuenta. El único problema en España es la comida de Mazón.
El presidente valenciano asumió sus errores y remozó su gobierno para intentar mejorar, recurriendo incluso a tecnócratas militares. Sánchez jamás ha pedido disculpas por nada, ni ha cambiado nada. Su vicepresidenta Ribera, que tenía competencias relevantes ante la catástrofe, estuvo una semana desaparecida, porque estaba muy ocupada preparando su examen para forrarse en Bruselas como comisaria europea. No podía perder el tiempo con la tragedia de los valencianos. Además, el Gobierno de Sánchez no acometió en seis años una sola obra para tratar de prevenir catástrofes como la que ha ocurrido. Incluso consideraban anti ecológico limpiar cauces y barrancos.
Sánchez se puso de canto ante la mayor catástrofe de este siglo en España. Evitó tomar el mando, cuando estaba obligado a ello por la Ley de Seguridad Nacional, y traspasó toda la gestión del problema a la comunidad autónoma, repitiendo el esquema que adoptó en la pandemia cuando se sintió desbordado e incapaz. En las primeras horas de la crisis asistimos al asombroso ejercicio de verlo hablando de lo que pasaba en Valencia como si se estuviese refiriendo a un país extranjero al que ofrecía ayuda humanitaria.
Además de como un cobarde, Sánchez se ha mostrado como un mandatario sin sentimientos ni empatía, al no volver a pisar suelo valenciano desde los incidentes del 3 de noviembre. Su ausencia constata con sus reiteradas visitas a La Palma durante la crisis del volcán. El temor a ser abucheado se ha impuesto a su deber elemental de acompañar a los valencianos y estudiar sobre el terreno cómo van las tareas de recuperación y qué necesidades existen. Por supuesto tampoco tuvo el elemental gesto de asistir junto a los Reyes al solemne funeral por las víctimas en la catedral de Valencia.
Mazón no es precisamente Bismarck, desde luego. Pero este jueves y viernes estaba currando. ¿Y Sánchez? Pues se encontraba pasándoselo chachi por el Pirineo con la cuádruple imputada, unos amigos y una nube de escoltas. No encuentra tiempo desde el 3 de noviembre para volver a Valencia, pero sí para unas vacaciones de esquí en el pueblo de Barrabés (el amigo complutense de la famosa carta de recomendación de la cuádruple imputada, que se tradujo en suculentos contratos para él con el Gobierno del marido de la susodicha).
En resumen: primero hizo el Pilato ante una catástrofe sin precedentes en más de sesenta años, luego se comportó como un cobarde, después mintió al público y ahora no se atreve a volver por allí. En este período ha viajado a Bakú, Río de Janeiro, Bruselas, Rabat y de vacaciones de esquí. Pero no encuentra un día para Valencia. Ese es el personaje que preside España.