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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Feliz Nochebuena, pienses lo que pienses

Los mejores deseos para todos, incluidos los que rechazan el acontecimiento más importante de la historia y abrazan placebos ideológicos para poder creer en algo

Actualizada 12:39

Por imperativo profesional tuve que tragarme entero el show de cierre de año del personaje. No está pagado. Casi preferiría ser condenado a escuchar la discografía completa de los Hermanos Calatrava. Así que he estado a punto de escribir sobre ese circo propagandístico de querencia putiniana, la única rueda de prensa en una democracia occidental que se cierra con una chillona salva de aplausos. El balance anual resultó lo esperado: el retrato descarnado de un sinvergüenza, que se regodeó en su desparpajo para mentir y anunció además que pronto se reunirá con el fugitivo al que debe su cargo.

Pero una fecha tan refulgente como la Nochebuena no se puede desperdiciar hablando del interfecto. Vayamos con cosas más trascendentes.

Los cristianos, parte sustancial de la humanidad, vivimos días muy significativos y felices, pues conmemoramos que Dios se hace hombre en las más humildes circunstancias para salvarnos de nuestras fallas, animaladas y miserias varias. La celebración de ese hecho sustancial, el más importante de la historia, se llama Navidad, que no es tal si se obvia aquello que la sustenta. Por eso todos los gañancetes que felicitan «las fiestas», como es el caso del innombrable, en realidad hacen un poco el ridículo, pues o existe la Navidad, que evoca el nacimiento de Jesús, o en estos días no hay nada que festejar.

La fe en Jesucristo ha ofrecido una esperanza a los hombres durante dos mil años y la civilización occidental no sería tal sin ella. Pero llegó un momento en que parte de la humanidad sucumbió a un brote de soberbia y decidió borrar a Dios de sus vidas. En algunos casos, también de la esfera pública, incluso con persecuciones religiosas (en España sufrimos una letal en los años treinta del siglo pasado). El ser falible que somos todos mutaba así en un mayúsculo Yo egotista. Ese nuevo súper hombre se proclamaba la nueva medida de todas las cosas, a lomos de unos dogmas izquierdistas que paradójicamente acabaron acogotando las libertades del individuo supuestamente liberado por ellos.

Pero surgió un problema. Al sacar a Dios de la ecuación, en la pizarra de las vidas humanas apareció un enorme vacío. Se seguía necesitando creer en algo. Así que la religión fue sustituida por nuevos seudos credos, como los nacionalismos y la asunción de ciertas ideas políticas como si fuesen un corpus salvífico e infalible, lo que llevado a su extremo dio lugar a los totalitarismos asesinos del siglo XX. Ahora mismo también operan como seudo religiones las reivindicaciones de género y raza, la obsesión climática o hasta la fe en un equipo de fútbol.

Una parte de la humanidad reza a Jesús recién nacido, sonríe en una tregua de sosiego, brinda contenta por el prodigio de Belén. Otra parte, como cierto vacuo fantoche al que no vamos a hacer el honor de nombrar, prefiere eliminarlo, como si no existiese y nunca hubiese existido, para vender una nueva seudo fe que promueve el rencor y el resentimiento mientras proclama que busca la igualdad y el avance social.

O Dios, o el placebo de las ideologías. O ya ni siquiera eso, sino solo el nihilismo desesperanzado de masas atrofiadas por la taquicardia de unas pantallas que disparan unos estímulos que nunca se apagan.

Para todos, los que creen y los que no creen, los de derechas, los de izquierdas y los mediopensionistas, Feliz Nochebuena y los mejores deseos, muy especialmente para las personas enfermas, los viejos que se encuentran solos y los niños que sufren hogares rotos.

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