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María Blasco como síntoma

María Blasco es un síntoma de la indecencia que ha proliferado como las setas, justificada por la pretendida superioridad moral de la izquierda, que tiene derecho a todo porque ella lo vale

Actualizada 01:30

A la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), María Blasco, la conocí hace unos años cuando pasaba por ser una mujer interesante, una científica de primer nivel de esas que suelen marcharse fuera de nuestras fronteras siguiendo la vieja máxima unamuniana de que «inventen ellos». Escucharla hablar sobre la investigación oncológica y sobre su ambición por situarnos en la élite de las naciones más avanzadas en ese campo era una delicia. De hecho, pasó a dirigir un tesoro como el CNIO y contaba con entusiasmo sus proyectos para ponerlo en la vanguardia. Doctora en investigación biomolecular es una auténtica autoridad en telómeros y en la telomerasa y en la relación del cáncer con el envejecimiento.

Entonces los periodistas la entrevistábamos como ejemplo de mujer de éxito, en el fondo no era más que una humilde profesional que no quería aparecer en los medios y a la que había que convencer para posar en los reportajes. Y ahora resulta que también ella se ha intoxicado de poder y dinero público. Una más. Y una menos para admirar. Encaramada a un chiringuito sanchista, optó por hacer lo propio: vaciar de recursos a sus equipos y alimentar su ombligo y quién sabe si también su cuenta corriente. De hecho, los investigadores ya llevaban denunciando que trabajaban en precario y que el CNIO era un nido de enchufes y amiguismo insoportable. Mientras María salía en las revistas de empoderamiento femenino, sus compañeras vivían en el deterioro más absoluto, en medio de una falta de recursos injustificable. Una feminista —así se vendía desde que la nombrara Zapatero—, cuya caridad empezaba por ella misma.

Lo que sabemos hasta ahora es que el centro de investigación tiene un déficit de 4,5 millones de euros y ha puesto a la fuga a siete científicos reputados. Sin un euro para investigación se ha pulido más de un millón en obras de arte (algunas abandonadas en los sótanos de la institución) y en viajes exóticos, además de fraccionar contratos y subir el sueldo escandalosamente de la propia Blasco. Mientras que la Intervención General de Estado ha señalado irregularidades, el Ministerio de Ciencia, liderado por Diana Morant —entretenida en acabar con Mazón para colocarse ella en la presidencia de la Generalitat valenciana—, no ha dicho ni mu al respecto.

Y ¿qué ha hecho la otrora admirable científica cuando le han pillado con el carrito del helado? Lo primero, poner su cargo a disposición, pero sin ponerlo, echar la culpa al Presupuesto del Estado de que ha asfixiado económicamente al instituto científico y lo segundo, tirar de manual sanchista: victimizarse y denunciar una campaña de desinformación contra ella. La nueva Begoña de las probetas ha vuelto a demostrar aquello tan humano de donde fueres, haz lo que vieres: siempre los bulos de la ultraderecha tienen la culpa. A María no le falta ni uno solo de los adornos progres de la cultura woke: se ha gastado 2,4 millones públicos en subvencionar a una entidad en contra de la experimentación de fármacos contra el cáncer en animales. Curiosamente en esa fundación colabora habitualmente su pareja. Es decir, un Centro que debería velar por suministrar medicamentos oncológicos se dedica a obstaculizar la investigación preclínica por sus prejuicios ideológicos. También en esto los científicos están que echan las muelas.

A la susodicha también le gusta tirar de chequera con Apple, en cuyos dispositivos parece que se ha gastado 300.000 euros y no ha explicado para qué se han empleado. María Blasco es un síntoma de la indecencia que ha proliferado como las setas, justificada por la pretendida superioridad moral de la izquierda, que tiene derecho a todo porque ella lo vale. Pedro Sánchez es hoy un ejemplo a seguir para los enchufados en sus chiringuitos. ¿Por qué ser honrado si arriba hay alguien que no lo es y no le ha ido tan mal? Y aquí también, la transparencia y la vocación por luchar contra la corrupción brillan por su ausencia. Mejor mirar para otro lado. Pío, pío, que yo no he sido. Puro sanchismo.

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