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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

¿Está muerta Europa?

Este Felipe también ganará el pulso que le ha echado un autócrata rijoso y analfabeto funcional

Actualizada 01:30

En esta acelerada mutación del mundo, contemplo entre el estupor y la pena cómo viejas glorias se conjuran, en el último tramo de su vida, contra el nuevo paradigma. No sé dónde poner estas entregas inútiles. Se pongan como se pongan, Trump será el hombre con más poder del mundo cuando lean ustedes estas líneas que escribo junto al Palacio Real de la Granja. Mi ánimo bajo este sol de enero parecía apuntar a una columna en la que trazaría paralelismos caprichosos entre los principios del siglo XVIII y los del XXI, más de trescientos años, la España borbónica, superponer a Felipe V y Felipe VI. Ambos cuentan con mi simpatía: el segundo, por razones obvias ligadas a 2017; el primero, por razones más obvias aún ligadas a 1714. La Diada, la gran mentira histórica del catalanismo, el juego de trileros que troca una guerra de sucesión por una de secesión. Como fuere, Felipe ganó, a Dios gracias, dando un próspero siglo XVIII a Cataluña. Deberían honrarle en mi patria chica en vez de colgarlo boca abajo en los meaderos, como dicen que era costumbre. Aunque yo de Cataluña ya no me creo nada. Este Felipe también ganará el pulso que le ha echado un autócrata rijoso y analfabeto funcional. Uno que se preocupa de su tribu más que Maradona.

Resulta, pues, que se me ha ido el pensamiento por donde ha querido —bien que hace— y en vez de unas vidas paralelas me ha salido una especie de fiereza que solo esta sierra cercana, imponente, aplaca. Es una trabajada furia por lo que le ha pasado a Europa. Quizá nunca debimos confiar en ella; al fin y al cabo, Europa se suicidó en el Holocausto. Quiero decir que, con el genocidio de los judíos que rompió en dos la historia de la Humanidad, esa elevada cultura que propició el exterminio industrial (por la cantidad y por el concepto) no podía sobrevivir. Es posible que todo lo sucedido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y este nuevo deslizarse por el tobogán totalitario no sea más que el lentísimo movimiento reflejo de un cadáver mesmerizado. Desde el existencialismo francés marxista —y abusador sexual— de los Sartre-Beauvoir a la moderna trascendencia light para iletrados. Siendo cierta, por otra parte (léanse los poemas contemporáneos y échese luego la vista a la tradición), la profecía o maldición de Adorno: «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Quizá lo que no sea posible, lo que no pueda pasar de guiñol bienintencionado, adusto, solemne, pero guiñol al fin, sea la posibilidad de entroncar la Europa que acabó con sus judíos con cualquier Europa aceptable. Dada la multitud de espectros infantiles que puebla el continente y dado el regreso del antisemitismo. España se salvó, por cierto. Quiso el destino que marcáramos infinita distancia con la barbarie en época de Franco y en plena retórica de conspiraciones judeomasónicas. Así es la historia. Si buscas faclilidades, dedícate al cubo de Rubik.

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