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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Errejón al pelotón

Sería fácil recordarle a Errejón que, quien a hierro mata, a hierro muere. Pero el entramado político-mediático que le acusa tampoco es mejor. Son parte de un chiringuito que también se lucra de los terrores de las mujeres agredidas

Actualizada 01:30

Hace dos meses y medio los periodistas de cámara de la izquierda se cayeron del guindo. Resulta que Íñigo Errejón, ese chico de cara angelical que puso pie en pared frente al malote de la coleta que lo quería fagocitar, era tan fieramente humano que llevaba una vida privada incompatible con las recetas que proclamaba para el prójimo, especialmente para aquellos que no formaban parte de su élite universitaria y populista y, por supuesto, no abrazaban la ideología comunista de Íñigo y los suyos.

Pero que el exportavoz de Podemos y Sumar esté ahora investigado por acoso sexual y quién sabe si por abusos se debe, primero, a que su comportamiento podría haber sido constitutivo de delito –eso ya lo decidirá el juez Carretero que investiga la denuncia de la actriz Elisa Mouliaá– pero, también al mismo nivel, por el marco mental que el propio Errejón ha contribuido a crear. Qué digo a crear. A imponer. Según ese nuevo contexto social y político, cualquier hombre que haya sido señalado por una mujer, y aun antes de ser investigado, procesado y, desde luego, condenado, es ya un delincuente en potencia, un ser que debe ser cancelado públicamente, un bulto sospechoso carente de derechos civiles y, por supuesto, del derecho constitucional a la presunción de inocencia.

A estas alturas yo no sé qué pasó en una, dos o las tres habitaciones donde estuvieron Errejón y Mouliaá. Ella acusa –también en la televisión bajo pago, aunque dice que lo donará– y él se defiende y sostiene que todo fue consentido, que fue un «sí es sí». Pero lo que está meridianamente claro es que, cuando ninguno de ellos esté ya en las televisiones ni sea noticia, aquí en nuestro país viviremos en un Estado degradado donde pelotones de sacerdotisas apuntan, algunos medios rematan y políticos hipócritas entierran. Y todo bajo una ideología que impone estándares vitales a los demás que ellos se pasan por el arco del triunfo, porque luego demuestran que son tan imperfectos como cualquiera. Puede que, incluso y a falta de que se pruebe, son mucho peores, con aberrantes acciones que la mayoría de la gente no tiene.

Mouliáa –a la que el juez Carretero sometió a un interrogatorio por momentos hiriente– habla de sumisión química, de un ser perturbado, de drogas. Un patrón de conducta que el propio Errejón, en su comunicado de despedida, justificó por la sociedad del patriarcado y por la «vida neoliberal» que llevaba. No se puede tener más rostro por parte de quien ahora acusa de denuncias falsas, cuando negaba que existieran. El mismo morro que desplegó Iglesias cuando se compró el casoplón de Galapagar meses después de recomendarnos vivir en Vallecas como prueba de fe proletaria, o cuando Alberto Garzón nos mandaba a comprar tofú y él se apretaba chuletones XXL, o cuando Irene proclama su feminismo desde un puesto público que le procuró su macho alfa. La ley del embudo. Y luego entre todos ellos se han sacado los ojos. Hasta Errejón se marchó con Yolanda, la enemiga de Pablo, otra sacerdotisa de la igualdad que, al parecer, trabajaba junto a un monstruo y lo besuqueaba como si fuera Bambi. Menos mal que llegó el fuego amigo de los Galapagar para pasar por las armas a Íñigo; si esperamos que la vicepresidenta lo aparte, íbamos listos.

A esa condena pública contribuyó una autollamada periodista, próxima también a los podemitas. Cristina Fallarás abrió una página web para que denunciaran anónimamente mujeres víctimas de abusos sexuales y Elisa fue una de las primeras. Nada de lo que hace esta activista es inocente: primero intenta desacreditar al Estado, y pretende que las mujeres no denuncien con pruebas solventes ante la Policía o la Justicia y se presenta como la única que puede canalizar esas querellas. Trumpismo del bueno. Luego todo ello se tradujo en un libro cuyos beneficios fueron destinados a una asociación… que lleva la propia periodista.

Sería fácil recordarle a Errejón que, quien a hierro mata, a hierro muere. Pero el entramado político-mediático que le acusa tampoco es mejor. Son parte de un chiringuito que también se lucra de los terrores de las mujeres agredidas.

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