Soluciones habitacionales Sánchez
Pedro fue parte de la cúpula de una de esas Cajas de Ahorros que quebraron: la de Madrid. Fue, en su calidad de concejal del Ayuntamiento de la capital, consejero general de la Asamblea entre 2004 y 2010 de la que luego se rebautizó como Bankia
Pedro Sánchez, que ha vuelto a presentar el enésimo plan para arreglar el problema de la vivienda, nos ha dicho, sin cambiar la color de su rostro figulino, que el PP nos metió en la burbuja inmobiliaria, y luego el Estado tuvo que salir al rescate de las cajas de ahorro ahogadas por las hipotecas concedidas y no cobradas. Hay que tener mucha desfachatez para difundir tamaña media verdad y no sentir bochorno por la media mentira que calla. Digámoslo ya: esa burbuja se inició con el incremento de la liquidez durante el Gobierno del Nicolás Maduro Zapatero, que luego heredó Rajoy. Además, y esto es lo más sangrante, Pedro fue parte de la cúpula de una de esas Cajas de Ahorros que quebraron: la de Madrid. Fue, en su calidad de concejal del Ayuntamiento de la capital, consejero general de la Asamblea entre 2004 y 2010 de la que luego se rebautizó como Bankia, en sustitución de Elena Arnedo Soriano.
Sánchez permaneció durante seis años sentadito en ese órgano de gobierno de la Caja y cobrando sus dietas. Entonces, las cúpulas de estos organismos financieros se las repartían los partidos y los agentes sociales. Probablemente a esa falta de profesionalidad y a la dolorosa realidad de que todas desembocaron en un vergonzoso reparto de botín para los partidos, se debe el desfalco que tuvimos que pagar entre todos los españoles. Pero que Sánchez use como argumento el latrocinio de las cajas cuando él fue parte contratante —y beneficiada— es todo un alarde de hipocresía tan propio del personaje.
El PSOE lleva mandato y medio sacando a relucir los problemas de vivienda, a golpe de CIS, como si fueran culpa del PP. Con casi siete años en el poder, Sánchez ya ha prometido 180.000 construcciones y no ha puesto ni un solo ladrillo. En vivienda social estamos a niveles de Rumanía. Todo lo que ha hecho es legislar para incrementar la inseguridad jurídica de los propietarios, endosar las carencias de sus políticas a los pequeños rentistas y subir los impuestos allí donde ha podido. Pero el verdadero asunto habitacional le concierne al Gobierno. Su propio contrato de arrendamiento de la Moncloa es el que más caro nos sale a los españoles, pues tiene que pagar cantidades ingentes de dinero público a caseros tan voraces como Junqueras, Otegi y Puigdemont.
Para que el marido de Begoña pueda seguir dotando a su amada esposa de la cobertura oficial para los negocios que no ha conseguido alcanzar con sus méritos profesionales y académicos, el alquiler ha de estar satisfecho puntualmente casi cada minuto de su vida. Y para que Yolanda pueda seguir disfrutando de un casoplón ministerial de 445 metros cuadrados, ha de impostar al decir que Carlos Cuerpo es un villano y después recoger velas no vaya a ser que el jefe se enfade y sea ella la que tenga que optar a una vivienda social de esas que el Gobierno promete y nunca construye. Y así suma y sigue. El gran problema habitacional lo tienen los miembros del Ejecutivo, que necesitan que se lo sigamos sufragando entre todos.
Cuando Sánchez convoca eventos sobre la vivienda realmente está pensando que sí, que es verdad que el precio de las casas ha crecido en el último año un 11 por ciento y que su ideología y la de los podemitas han elevado a categoría la usurpación de la propiedad privada por parte de los okupas, pero que peor lo tiene él. Ha entregado la dignidad de España a los separatistas, regado de dinero a los portales de prensa para que sus empleados sigan defendiéndole en las tertulias, ha roto la caja común en favor de Cataluña, liberado etarras y, ahora, reformado la ley, para que su mujer se vaya de rositas y su fiscal general de Estado no pise el trullo, no vaya a ser que recuerde qué mensajes borró de su móvil y de donde provenían. Pues con todas estas claudicaciones, todavía no tiene claro su futuro habitacional en la Moncloa.
Ahora que invoca la memoria democrática, hay que recetarle rabos de pasa para que recuerde como él y los suyos se repartieron las tarjetas black de Cajamadrid, las primas por asistencia a Asambleas generales y cómo miraron para otro lado mientras millones de madrileños se endeudaban hasta las cejas y la caja pública les concedían préstamos para la casa nueva, el coche y un viaje a Cancún.
Y Franco ya había muerto.