Andaluces, preparaos, llega Marisú
En esos días de abril del año pasado muchos ilusos, creyentes del trampantojo, rebuscaron en el Gobierno y en la Ejecutiva la figura de un sustituto de Su Sanchidad, y el nombre que envenenaba los sueños de los socialistas era uno: María Jesús Montero
«Pedro, quédate», gritaba María Jesús Montero en la calle Ferraz cuando su adorado líder tomó cinco días de asuntos propios para reafirmarse en que estaba enamorado de Begoña Gómez, una profesional independiente y esforzada y, como todos temíamos, contarnos que por esos motivos y otros de menor importancia, no se marchaba; adónde iba a ir que más valiera. Esos cinco días de reflexión jamás suficientemente explicados abocaron al PSOE a una pregunta sin respuesta: cuando Sánchez se marche, que algún día dejará de perturbar nuestras vidas, ¿quién le sustituirá? El postsanchismo estaba y está sin sucesor. Porque en esos días de abril del año pasado muchos ilusos, creyentes del trampantojo, rebuscaron en el Gobierno y en la Ejecutiva la figura de un sustituto de Su Sanchidad, y el nombre que envenenaba los sueños de los socialistas era uno: María Jesús Montero. Así que la mayoría entró en schok.
Y así siguen. Porque al primero que le importa un pimiento el partido es al rey de los hunos, o lo que es lo mismo, al actual presidente del Gobierno. Tanto es así, que de aquella semana salió una decisión: recuperar todo el poder territorial perdido en las elecciones del 28 de mayo de 2023 para ayudar a perpetuarse él mismo. Y, para ello, Moncloa diseñó una estrategia que consistía en colocar ministros al frente de las Comunidades, al estilo de Illa en Cataluña. Así que la primera que va a ser mandada al matadero es María Jesús Montero. Hasta ella reconoce en privado que es una pésima candidata. Primero porque ha sido la principal valedora de la amnistía, después porque defiende como nadie el pacto fiscal que beneficiará a Cataluña frente a otras regiones, empezando por Andalucía, seguidamente porque formó parte del Consejo de gobierno condenado por birlar dinero de los desempleados de los ERE para los amiguetes y, para rematar, porque pasa por ser la ministra más sectaria, incapaz y tóxica que pisa el Parlamento.
Ella va a ir a Andalucía, a año y medio de las elecciones, como Mambrú se fue a la guerra. Para allanarle el camino, ayer fue apartado Juan Espadas. Y de Castilla y León, Luis Tudanca. En el partido de las primarias, el dedo del jefe decide y el que no se aviene a razones, lo mandan a casa. Montero no quiere ni oír hablar de ello, pero el todopoderoso césar ordena. Ya tiene decidido también que Óscar López vaya a morir frente a Díaz Ayuso, que Pilar Alegría pugne contra los fieles de Lambán o que Diana Morant opte a arañar algún voto de la pésima gestión de Mazón en la DANA. Quién dijo amigos: Sánchez solo necesita peones.
Así que ahora tenemos un manojo de ministros cuyo sueldo pagamos entre todos, pero que no pegan un palo al agua y dedican su bien retribuido tiempo a hacer campaña en sus territorios y a enredar contra los barones del PP. Todos creíamos que ser ministro del Reino de España era una cosa muy importante. Hasta que llegó Sánchez que, siguiendo la doctrina de Ábalos defendida ante el Supremo, ya no sirven ni para firmar y son los secretarios de Estado los que parten el bacalao.
Así que ya tenemos a Marisú calentando para salir a sustituir a Espadas, el exalcalde de Sevilla que no ha ganado nunca. La vicepresidenta primera tendrá que explicar a sus paisanos por qué insulta a la oposición y contribuye como la que más a levantar un muro contra todos aquellos que no piensan como ella. Que, visto el éxito de Juanma Moreno, es la mayor parte de la sociedad andaluza. Y ya de paso que justifique por qué es progresista favorecer con una financiación especial a los ricos catalanes frente a las clases medias del resto de España.
Su última maniobra ha sido regar con dinero público –para cortejar a un partido local– al municipio de Jaén y así quitarle el poder al alcalde del PP y colocar, tras una moción de censura, a un socialista en el Ayuntamiento. A partir de ahora, es evidente que siempre existirá la duda de que sus decisiones en Andalucía estarán marcadas por su condición de candidata, que la llevará –no lo duden– a perjudicar cuanto pueda al Gobierno de Moreno Bonilla. Sabe que los sondeos no pueden ser más favorables para el PP, así que apretará con su sectarismo a todo lo que da de sí.
Ahora ya solo falta saber cuándo y dónde ensuciará más sus manos de ministra. Por lo pronto, ya las ha puesto en el fuego por su jefe de gabinete, Carlos Moreno, a quien el comisionista Víctor de Aldama apuntó por haber cobrado una presunta comisión de 25.000 euros a cambio de aplazar un pago a Hacienda. Así que puede ir ya llamando al servicio de quemados. Y de paso, los andaluces deben encomendarse a lo más sagrado porque Marisú, que ya se ve de triste jefa de la oposición a Moreno, morirá matando.