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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Valor demostrado

Es muy complicado obtener ese reconocimiento, y más aún, en la política. Puedo estar, y lo estoy, con vehemente firmeza, en desacuerdo con el actual presidente del Gobierno. Pero hay que reconocerle el valor demostrado

Actualizada 01:30

Después de quince meses de Mili, al recibir la cartilla militar, me sentí desasosegado cuando leí que mi valor se suponía pero no quedaba demostrado. Lo cierto es que, una vez más, mis superiores actuaron con justicia. Algún episodio aislado podría haber mejorado mi nota, pero no se tuvo en cuenta. En gimnasia, por ejemplo – mi capitán era don José Carmona y Fernández de Peñaranda-, ninguno de mis compañeros demostró más destreza, coraje y valentía que el que escribe, en el salto del potro o del plinton. Pero no fue suficiente. Una noche de guardia, nos advirtieron que un soldado del vecino regimiento de Artillería, se había fugado en estado de peligrosa embriaguez y había anunciado a sus más cercanos amigos que se disponía a tomar en soledad el CIR 16, mi campamento. En la soledad del puesto de guardia, oí el sonido de unos pasos acechantes, y cuando me disponía a dar el alto y exigir al presumible enemigo que se aproximaba el santo y seña, resultó ser el oficial de guardia que estaba haciendo la ronda. –¿Sin novedad, cabo?–; –sin novedad, mi teniente–; –el borrachín del regimiento de Artillería ya ha sido detenido, está en el calabozo, y por lo tanto, tranquilidad absoluta–; –muchas gracias por la información, mi teniente.

Los tenía de corbata, y ya han vuelto a su sitio–. Reconozco que mi confesión de tenerlos de corbata no animó al teniente a destacar mi valor. Y a falta de un mes para obtener la licencia, ya de flamante y distinguido cabo primero, colaboré activamente en la persecución, acoso y ejecución a escobazos de una rata que llevaba varios días habitando en mi compañía. Los reclutas Mármol Rodríguez y Domecq Urquijo, los soldados Garaizábal Huete, Jiménez Ginés, y Alfaro Piedrabuena, el cabo Moranchel Cajón, y el cabo primero que narra el suceso, rodeamos a prudente distancia al asqueroso bicho invasor, y el cabo Moranchel Cajón, de un golpe seco y preciso, atontó al roedor, y posteriormente, cumpliendo mis órdenes, remató a la repugnante alimaña entrometida. No obstante, la superioridad no consideró oportuno hacernos dignos del valor demostrado.

Es muy complicado obtener ese reconocimiento, y más aún, en la política. Puedo estar, y lo estoy, con vehemente firmeza, en desacuerdo con el actual presidente del Gobierno. Pero hay que reconocerle el valor demostrado. Superados dos meses de la tragedia de la terrible riada, ha vuelto a Valencia. Lo ha hecho con apenas doscientos agentes de seguridad, y con el público a quinientos metros de distancia. Pero ha vuelto. Se ha reunido con unos cuantos de su Gobierno, y con la misma gallardía de su llegada, ha protagonizado su salida sin ningún incidente, enfrentándose a los que le abucheaban y retando con su mirada a los valencianos que, desde la hermosa lejanía levantina, le gritaban definiciones personales adversas a la buena educación. De ahí, al helicóptero, que no ha sobrevolado la zona de la tragedia por si acaso.

Más vale prevenir que curar. Pero en ningún momento ha mostrado debilidad o aflojamiento de los esfínteres, y por ello, desde aquí, le felicito como presidente y me felicito como presidido.

Embriagada de emoción, la ministra de Defensa, ha decidido revisar su expediente del Servicio Militar, y del «valor supuesto» saltar al «valor demostrado», si bien entre los que visten y honran el uniforme militar, esa precipitación se les antoja desmedida y desproporcionada.

Porque si se cumple esa orden, que no se ha dictado todavía, yo exigiría que en el expediente del cabo Moranchel Cajón, se constate la demostración de su valentía, no sólo respondiendo al ataque de una rata, sino terminando con su vida de un escobazo preciso y contundente.

Yo, su superior, fui testigo de ello.

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