El conferenciante
O usted es tonto, que es muy probable, o usted carece de sentimientos, que es muy posible, o usted es un desalmado. Hablar a torturadores en el centro de la tortura, Monedero, no lo hace ni el menos inteligente y sibilino de los cómplices de la tiranía
Bajo la alfombra que sus pezuñas han pisado mientras hablaba de derechos humanos en la prisión de la tortura de Venezuela, hay un suelo de madera. Bajo la madera que ha sostenido a sus pezuñas mientras hablaba de derechos humanos en la prisión de las muertes y las desapariciones de los adversos al chavismo en Caracas, existen unos sótanos de celdas inhumanas, de gritos de dolor silenciados por los tabiques, de soledades sin luz entre desperdicios humanos y ratas. Usted, Monedero, podemita, comunista, «poeta del Orinoco», ha dirigido la palabra a un auditorio compuesto por torturadores, por testigos del horror, por sicarios del martirio establecido contra las mujeres y hombres –y menores de edad–, que se han limitado a exigir para su pueblo lo que ustedes más odian y aborrecen. La libertad.
Su perversidad y su cinismo tienen que ser consecuencia de algo terrible que nos oculta. Le propongo un breve ciclo de conferencias. Ya ha pronunciado la americana. Su próxima charla sobre derechos humanos y los beneficios del perdón, podría llevarla a cabo en el campo de concentración de Treblinka, o Mathaussen si le viene más cómodo. Y de vuelta a casa, siempre que España continúe siendo su casa, le sugeriría que los suyos organicen un coloquio, presidido por usted, en el Camposanto de Paracuellos del Jarama, sobre las fosas comunes que guardan los restos de cinco mil españoles inocentes asesinados por el socialismo y el comunismo, que en 1936, estaban aún más hermanados que ahora.
Tenga cuidado, Monedero, y calcule mejor sus protagonismos conferenciantes y «culturales». En el siniestro Helicoide de Caracas, donde usted se ha atrevido a hablar de los derechos humanos y la libertad, han sido torturados, afligidos, sometidos por el tormento, asesinados y posteriormente desaparecidos, centenares de venezolanos a manos de los verdugos que, con tanto interés, llenaban el salón de conferencias del angustioso edificio del suplicio. Hoy, decenas de miles de venezolanos que renunciaron a ser torturados en el Helicoide, están y viven dispersos por todo el mundo. En España los tiene en abundancia. Y si yo fuera un ciudadano de Venezuela, hijo, hermano o padre de un torturado en los sótanos del «centro cultural» donde usted ha impartido una conferencia a los torturadores, es probable que usted, en las calles libres de Madrid –todavía libres–, se vea en la desagradable situación de enfrentarse cara a cara con el familiar de un desaparecido, o de un torturado, o de un preso que lleva años encerrado en la soledad gélida de una mazmorra sin esperanza de volver a ver la luz. Y puede oír, Monedero, cosas que no le gustan, palabras que podrían molestarle, porque a usted, como a todos los poetas del Orinoco, las voces acusadoras les asustan y conmueven, y podría encontrar en Madrid, que es su ciudad, la respuesta que no ha recibido en Caracas. Porque en Caracas, todos los que se atreven a protestar contra el infame tramposo que se ha hecho dueño de Venezuela con la sabia complicidad de Zapatero y otras pestes españolas como usted, terminan encerrados en los bajos de su salón de conferencias, sometidos al horror de los que aplaudieron su conferencia, martirizados por los sicarios que siguieron con tanta atención su disertación, probablemente poética, porque los poetas, Monedero, no pueden evitar la intención del encantamiento.
Usted, que fue uno de los fundadores de Podemos, con Errejón e Iglesias, entre otros, también protagonizó en un principio hechos de muy complicada aclaración. Y se lo quitaron de encima los que más tarde también demostraron su pertenencia al variado mundo de los embutidos. Sin nada que destruir en España, usted eligió Venezuela, y ahí aparece perdiendo el culo cada vez que Maduro le tiende la mano, o dando conferencias en donde Maduro recolecta los cuerpos sin vida de los valientes y patriotas que no supieron callar.
O usted es tonto, que es muy probable, o usted carece de sentimientos, que es muy posible, o usted es un desalmado. Hablar a torturadores en el centro de la tortura, Monedero, no lo hace ni el menos inteligente y sibilino de los cómplices de la tiranía.