Siempre libresChules de Bocatas

Retazos

Actualizada 04:30

Con lo muchísimo que se escribe es difícil leer cosas realmente buenas, que ayuden y aporten al proceso común de construcción social. Shitposting lo llaman por ahí. Por eso me he animado a escribir un artículo a base de retazos de otros artículos que me he encontrado últimamente que me han tocado.

Uno es de Andrea Monda, director del Osservatore Romano. Será casualidad que leí también de ese pero alguna recesión de libros buenísima y algún que otro artículo suelto por ahí, así que con estos datos decidí darme de alta en el periódico, y así seguir, ahora que caigo en la cuenta, la gran tradición que durante años tuvo mi padre de estar suscrito el mismo, compitiendo con mi madre con su la colección de la revista Telva o Marie Claire. Pena que haya que saber italiano porque en la edición española sale semanalmente y resumen la que sale a diario.

En el Osservatore del 27 de noviembre de 2024 publican una conferencia que dio el director en la Unión de Prensa Católica Italiana sobre cómo debiera ser la prensa, el llamado cuarto poder, cristiana. Apuesto a que Ud. tampoco sabía que existía una Unión de Prensa Católica que está en 138 países. Y aquí entra con la primera gran apreciación: no debería considerarse un poder, sino un servicio. Cosa que, bien vista, se podría decir de todos los demás poderes y más si cabe, recuerda el director, cuando se habla de poder católico con el mandato de Jesús «el que quiera ser primero se ponga al servicio de los demás».

Continúa. Hay dos lógicas en las que estar en este mundo, la del poder y la del servicio. O servimos a los demás o nos servimos de los demás. O servimos a la Iglesia o nos servimos de la Iglesia. La lógica del poder, lo sabemos, en lugar de liberarnos, nos esclaviza, nos convierte en esclavos. Trae a colación muy oportunamente el ejemplo del Señor de los anillos: todos quieren poseer el anillo y acaban por ser poseídos por el anillo. El poder tiene este efecto. El poder es un espejismo. Habla de la cerrazón autorreferencial en el ejercicio del poder. Frente a esta lógica tenemos la contraria: ¿Queremos bien a la gente que tratamos?. «Con los ojos del forastero» fue la primera editorial que escribió como director del Osservatore. Debemos permanecer en las calles polvorientas de la historia, pero con una mirada de forastero, trascendente, la mirada del Cielo. El Osservatore pretende observar así la realidad.

Relata como observa que a menudo nace una preocupación del tipo: «estamos perdiendo lo humano». Una vaca, dice, nunca perderá su «bovinidad» mientras que una persona puede perder su humanidad en cualquier momento, siempre que gire la cabeza hacia el otro lado mientras hay un hombre sufriendo. ¡Toma ya! Cierto, continúa, que la puede reconquistar, pero también perderla cada día, cada momento, cada instante, porque cada instante es decisivo.

Como recuerda el Papa, se necesita mucho coraje para ser feliz. Feliz no es solo estar contento. Feliz viene del latín y quiere decir también fecundo. Y nosotros los católicos debemos ser fructíferos, generativos. En el mundo de hoy, más que ayer, es importante sembrar. Nosotros, en cambio, estamos obsesionados con el desempeño y los resultados.

Este retazo lo combinaría con otro retazo valioso, también del Osservatore del día 11 de diciembre sobre el día 10 de diciembre aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, haciéndose eco de las palabras de del secretario general de las Naciones Unidas: «El autoritarismo está en marcha mientras el espacio cívico se está reduciendo» Esta mentalidad de poder arrasa por arriba y por abajo en nuestro mundo. También se hace eco del último informe de Amnistía Internacional 2023-2024 que hace un análisis de 155 naciones concluyendo que «el mundo ha pasado velozmente detrás de la promesa de los derechos humanos universales de 1948»

De este caldo de cultivo tan actual, de la modalidad del ejercicio del poder, bien poco se habla, si bien resulta decisivo para crear espacios humanos habitables. También en la Iglesia se debería abrir este melón, sobre todo porque no ha llegado la revolución francesa con su separación de poderes, que ha sentado las bases de nuestra democracia. Tal vez porque el modelo se vería ampliamente superado por el mandato de Cristo del servicio. Pero ya sabemos que una cosa es predicar y otra dar trigo.

En el ejercicio del poder tanto profano como religioso, procurar la existencia de contrapoderes, es algo sumamente inteligente. Cristo mismo hizo su papel de contrapoder en su época, tanto del poder civil como del religioso de su época. Tal vez la famosa sinodalidad vaya por ahí. «Oiga Ud. Yo no me fío ni siquiera de mí mismo si me dieran omnímodo poder y necesito también rodearme de gente (también) inteligente que me ayude, que no me desvíe a mis propios intereses». Cuando ves líderes rodeados de pelotas irredentes incapaces de toser lo más mínimo, ya vas viendo qué tipo de grupo se va a conformar. Cuando ves grupos donde ad intra hay una labor de crítica sistemática, amplios espacios, apertura continúa y búsqueda incesante, lo humano florece. Obligatoriamente florece.

Los genios se tocan, confluyen, son capaces de reconocer lo verdadero. Un viejo conocido repetía que para ver lo evidente hace falta ser un genio. La verdad es sinfónica reza el título de un libro de H.U. von Balthasar. Dice el famoso director Riccardo Muti en su libro Recóndita Armonía que esperemos pronto salga en español: «La música más profunda es la que se encuentra más allá del sonido mismo, porque el sonido nos lleva al misterio, y este misterio permanece del todo insondable. En este sentido no existe un intérprete que posea la verdad, cada uno de nosotros posee un trocito de la verdad, y, metidos juntos tal vez obtendremos la Veritas». También Tat'jana Kasatkina, una grandísima estudiosa de Dostoievski (para mi más aguda que el mismísimo Berdiavev) y cuyos libros falta también por traducir al español más puro, dice que para el ruso «La verdad es coral, pertenece siempre a multitud de personajes.» Por eso me dan especial fastidio dos tipos humanos que se creen enfrentados uno al otro pero tienen la misma raíz de una falta increíble de percepción de lo verdadero. Uno el que no opina porque cree poder herir al otro. Mejor ni tener identidad. Siempre en el centro equidistante de todo. No tiene opinión. Dice Peguy: «Los que toman distancias respecto del mundo, los que se elevan rebajando al mundo, no se ensalzan. Puesto que no tienen el coraje de estar en el mundo, creen que son de Dios. Puesto que no tienen el coraje de ser de uno de los partidos del hombre, creen ser del partido de Dios. Puesto que no aman a nadie, creen que aman a Dios». El otro grupo aparentemente antagonista son los que te venden el todo por la parte. Pretenden a toda costa ser la verdad, llevar la verdad. Proponen su verdad, silenciando las otras partes. Hacen como sin la otra parte no existiera. Solo la suya. Su verdad. Son exactamente la misma basura. Ambos solo creen en el poder como forma de imposición. Verdaderamente este Papa es un genio en su sencillez reintroduciendo la sinodalidad dentro de una Iglesia demasiado apegada y dependiente del poder. Como si Cristo lo hubiese escogido para difundir la verdad.

El riesgo de generar una realidad fake, una religión fake, es tan grande que se sucumbe a él con tremenda facilidad. Parece todo igual, pero sólo lo parece. Dice otro grande Zygmunt Bauman en una entrevista al Corriere della Sera en 2016: «Las raíces de la inseguridad son muy profundas. Se hunden en nuestro modo de vida, están marcados por el debilitamiento de los vínculos interpersonales, el desmoronamiento de las comunidades, la sustitución de la solidaridad humana por la competencia ilimitada, la tendencia a confiar la resolución de problemas de relevancia social más amplia en manos de los individuos.» «Cuidado con el peligroso encanto de los hombres fuertes» avisa Bauman.

Miguel Angel Escotet en su tribuna la Línea Abierta escribe: «Es la plaga del tiempo, en que los locos guían a los ciegos (EL rey Lear. W. Shakespeare). Estas inquietantes palabras pronunciadas por Gloucester en El rey Lear parecen comportar absoluta vigencia. Me cuestiono si una buena parte de los seres humanos hemos perdido la capacidad de reconocer a nuestros semejantes como actores en la construcción social de valores, entregándonos a una ceguera que se evidencia en el desinterés por el bienestar del otro, en la incapacidad para la empatía social como condición para la convivencia y el bienestar colectivos».

Una recesión de Laura Fernández sobre el libro Despertar a los Muertos de Scott Spencer dice: «Esta es la historia de Fielding Pierce, un brillante fiscal del montón, egoísta y ligeramente manipulable, un adicto al reconocimiento de cualquier tipo, por pequeño que sea, que, un buen día, se presentó a congresista de los Estados Unidos —la ciudad era Chicago; el partido, demócrata—, y no lo hizo porque quisiera sino porque alguien le dijo que podía hacerlo. «Hazlo y ganarás», le dijo.» Perfil típico de quien llega a puestos de responsabilidad, más, mucho más que el que llega con vocación de servicio. Con este perfil se entiende entonces la configuración social actual donde la libertad del individuo aparece frecuentemente aplastada y anulada por el grupo, sea éste un Estado o un pequeño grupito de amigos donde el líder tenga estos tintes de sed de reconocimiento, sea controlador y le guste la adulación. Cuantos dentro de la iglesia de estos se creen ya santos en vida. A manos llenas.

El 12 de enero en una columna de Fernando Valdespín titulada Los disruptores sobre la película de Netflix Glass Onioni decía: «Nos queda la esperanza de los ya mencionados contrapoderes o formas de resistencia efectiva a través de la adición de distintas fuerzas sociales transversales.»

En fin. Acabo con una preciosa recesión de un libro en el Osservatore Romano del 8 de enero: El Arte de leer a los clásicos en 10 breves lecciones, de Guendalina Middei, otro libro que habrá que pensarse muy seriamente su traducción al español. Habla el artículo de un ejemplo que pone la autora del libro Guerra y Paz, «recreando el momento en que el príncipe Andrei yace de espaldas, herido, en medio de la batalla de Austerlitz, y de repente se da cuenta del cielo sobre él. El que vivió para la gloria, tan absorto en intrigas cortesanas y compromisos mundanos que nunca se permitió "el tiempo de observar ese inmenso cielo que siempre estaba ante él (...) ese cielo que para Tolstoi representa a Dios, y al infinito, del que habla Leopardi: la pura belleza de la creación que está ante los ojos de los hombres, pero que con demasiada frecuencia nos cuesta ver»

Por eso el que exista gente que se parta la cara por ampliar los espacios verdaderos de libertad, denunciando la realidad fake generada por intereses de parte, es muy de agradecer. Qué pena no encontrar a más príncipes Andrei que puedan vivir con la mirada puesta en el Cielo, antes de la inevitable caída que a todos nos espera antes o después. Esta tal vez es la característica más aguda y difícil de ver entre los hombres: quien se permite la libertad de ejercer la responsabilidad mirando al cielo, mirando a Dios. Los Fielding Pierce no pueden permitirse ese lujo y se nota a su alrededor: ahogan.

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