Pobreza
Corremos de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, y somos incapaces de detenernos ante los rostros
El verano es favorable para profundizar en temas que, por su falta de inmediatez y necesidad de un contexto tranquilo, solo es posible hacer en tiempos «muertos». Yo me dedico a escribir artículos que luego más tarde intento vomitar sobre el papel aunque una gran mayoría se pierden en el inmenso mar azul turquesa de la memoria.
En el tiempo libre del que he gozado hoy, he escuchado algún que otro podcast en alemán para ir ensayando para las clases de septiembre y, bajo un cielo claro y contemplando unas aguas de un azul coral precioso, iba dándole vueltas a hechos interesantes de la vida que necesitan de su rumiaje cuando me apareció la idea de la pobreza para mi próximo artículo. Pero no la pobreza de la que habla un artículo publicado en el marzo de 2015 titulado «Ser pobre es una mierda» sino la pobreza del corazón.
¡Qué gusto sería ir haciéndose adulto y que ese camino coincidiera con ser pobres e ir quedándose con lo esencial, es decir, con lo que alimenta el alma! A mí me gustaría ser pobre de mayor: no tener tanto ruido en la cabeza ni tanto cachivache que me quite la atención. Para mí bastaría seguir los tiempos de la liturgia de las horas de la Iglesia y poco más. Derrochar el tiempo con el prójimo. El Papa Francisco hace en una de sus homilías esta preciosa reflexión: «Pedir el pan cotidiano es decir también: «Padre, ayúdame a llevar una vida más sencilla». La vida se ha vuelto muy complicada. Diría que hoy para muchos está como «drogada».
Corremos de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, y somos incapaces de detenernos ante los rostros. Vivimos inmersos en una complejidad que nos hace frágiles y en a una velocidad que fomenta la ansiedad. Deseó vivir una vida sobria, libre de lastres superfluos, aunque sea a contracorriente.
«[...] Elijamos la sencillez, la sencillez del pan para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana. Elijamos a las personas antes que a las cosas, para que surjan relaciones personales, no virtuales». (Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018)