¿De qué se trata? De la fe
Charlábamos hace poco unos buenos amigos, cristianos todos, sobre asuntos que conciernen a la Iglesia y a la sociedad. Unos mostraban cierta perplejidad frente al Papa (aunque rezan por él todos los días) y hablaban de la importancia de la recta doctrina. Otros, manifestaban la necesidad de poner por delante la inmigración como el gran drama de nuestro tiempo y otros recriminaban a los que lo hacían por no mostrar el mismo fervor por los no nacidos y ser conniventes con el aborto. Comentábamos si decir la verdad comportaba aislamiento y nos preguntábamos cómo debíamos actuar si entraba en nuestro cole o asociación un transexual, qué hacer con los divorciados que vuelven al seno de la Iglesia o a quién deberíamos votar cristianamente.
Conveníamos que es fácil deslizarse hacia estos temas categorizándolos y sepultándolos a la categoría de verdades absolutas de fe -cada uno según sus preferencias, historia personal, etc…- y que cuando esto pasa, empieza la división en las comunidades, grupos de amigos, familias…. y, con ella, la tentación de no hablar de estas cosas, obviarlas para llevarnos bien. Pero ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Cómo no renunciar a tratar los asuntos de la tierra sin que nos dividan, sin que tengamos que buscar nuestro grupo ideológico que piense exactamente igual que nosotros?
La operación requiere traer a colación cómo estamos hechos: sobre todo de afecto. Querámoslo, o no, el afecto juega un papel principal -nada accesorio-, en nuestras vidas y con relación al encuentro con la verdad. Muchas veces, bajo una pretendida capa de razón, lo que escondemos es temor, miedos, en definitiva, falta de afecto. Cuanto más rígidos nos ponemos en los asuntos del mundo, más expresamos esa falta de afecto que escondemos bajo las capas de la ideología. Así lo ilustra una reciente película Zona de interés sobre el holocausto cuyo protagonista, un nazi encargado del buen funcionamiento de Auschwitz (campo de concentración más mortífero del Siglo XX), realiza una carrera profesional sin tacha, cumple su vida de modo ejemplar con el fin de buscar el afecto de Hitler y de sus superiores.
Si esto es así, si el afecto juega un papel primordial en los asuntos humanos y de la polis, uno empieza a entender mejor el método que Dios usó para revelar al hombre su verdad: doce amigos. No escogió una institución cultural para propagar la verdad, ni un centro de poder tipo ayuntamiento, gobierno o estructura militar. No aterrizó acompañado de dinero y medios materiales ilimitados para convencer de su propuesta. No. Utilizó la amistad como el vehículo más adecuado, más perfecto para transmitir.
La fe. Se trata de la fe. También en los asuntos humanos tantas veces se pone de manifiesto esta falta de fe. Y falta cuando deja de ser el culmen de la razón para ser una razón de parte sustituyendo la fe por la por la opinión que tengamos en ese momento sobre el tema del momento. De nuevo una medida propia frente al continuo abrirse a una medida más grande, a alguien más grande que uno mismo, que en eso consiste la fe genuina.
Cuando la sustituimos por una medida propia a imponer a los demás, comprensiblemente, el prójimo te corrige y te dice que la suya le parece mejor. Y aparece la discordia. Pero no nos damos cuenta de que, como decía un amigo, el paso de la inteligencia de la fe a la inteligencia de la realidad, el paso de la fe a la cultura es mucho más un problema de fe que de cultura. Que si no tenemos una fe viva puesta como lo más valioso -incluso más valioso que la vida misma como proponemos los cristianos- la decadencia, la división, la falta de frescura, estás servidas
Cuando la fe está en su lugar, cuando Dios es lo primero y no lo hemos sustituido por cualquier otro ídolo hecho por nuestras manos y a nuestra media, entonces las diferencias en los asuntos humanos enriquecen y no dividen, hacen que uno profundice, vaya madurando, aportando.
El problema de una fe que se hace cultura, la capacidad de cultura reside mucho más en la certeza de la fe que en la sagacidad del paso de la fe a la cultura.
Lo que crea la cultura nueva y da origen a la verdadera crítica es el acontecimiento de Cristo.