Siguen todavía sin enterarse
De todos es sabido que la Iglesia en Europa no deja de disminuir. Dostoievski, en los albores de este mundo moderno, se preguntaba en su novela «Los demonios» si un hombre culto, un europeo de nuestros días, podría realmente creer en la divinidad del hijo de Dios, Jesucristo. Viendo la prueba de fuego que constituyen nuestras sociedades libres, parece que la Iglesia suspende en su misión. Como si no entendiera todavía el cambio radical de época que estamos atravesando. Estamos atravesando un cambio en el que conviven la casi absoluta libertad del individuo con una creciente tristeza y desesperación por vivir encerrado en uno mismo y no para «Algo más grande».
La Iglesia parece no haberse percatado de este cambio. Continúa con muchas estructuras superfluas que no valen ya para nada. A título de pequeño ejemplo que se observa a diario y que está totalmente generalizado, en casi todas las parroquias, los sacerdotes continúan echándose gel para las manos antes de dar la comunión cuando no sólo ha pasado la pandemia, sino que además se ha descubierto que el covid no se transmite apenas por el contacto. Se siguen aplicando esquemas preconcebidos a realidades nuevas sin el esfuerzo ni la honradez de entrar a fondo en ellos para buscar respuestas adecuadas. El problema es sobre todo de toma de conciencia, de pereza intelectual, tratando una fe de un modo fundamentalmente esquemático y superficial.
Mientras tanto, dejamos en manos de las redes sociales la queja, el lamento y el grito de dolor de tanta gente. Me sorprenden los comentarios que muchos dejan en YouTube junto a la canción «Eso que tú me das» de un Pau Donés que se encontraba en la recta final de su vida. Muchísima gente expresando su dolor y grito en la vida, tal vez porque no han encontrado otro espacio donde expresarse.
Además de las estructuras inútiles, hay otro error que llama la atención de esta Iglesia encerrada en sus propias dinámicas autorreferenciales cuando debería ser la iglesia que el Papa ha denominado Iglesia en salida: la ausencia de servicio.
Todos sabemos que la Iglesia es jerárquica, pero pocos saben que no es una jerarquía al uso. Debiera ser una pirámide invertida donde el primero se pusiera al servicio de los siguientes y así hasta llegar al último de la fila.
No hay obispo o responsable eclesial al que se entreviste que no diga que él está al servicio. ¿Cómo descubrir si es verdad? Obviamente no por el mero discurso sino por lo real, el modo o relación de trato con lo real. Lo que el filósofo Harmut Rosa llama en su libro Indisponible la lucha del poder de disposición.
En occidente el suspenso de la Iglesia es tan sonoro como llamativo. Por poner un pequeño ejemplo, pero evidente. El otro día, con los amigos, fuimos a la celebración de la patrona de la ciudad en una de esas misas multitudinarias al aire libre. La organización estaba orientada fundamentalmente para la comodidad de las autoridades civiles y religiosas allí participantes. El público ¡que se busque la vida!, que no moleste a la organización y que no dé mucho la lata. Llegamos un poco tarde. Mi amiga se enfada diciendo que, si hubiéramos llegado pronto tal y pascual, pero ¿no dice el evangelio que los últimos serán primeros? De milagro encontramos una pequeñísima entrada y, en fila, intentamos avanzar hasta la gran explanada. Anduvimos hasta el fondo y justo ahí estaba todo mucho más ligero. La gente se agolpaba al principio. Nadie del servicio de orden para repartir al personal por la explanada, nadie para cuidar al personal que iba llegando. NADIE. Llamativo.
La salida, ídem, con el ingrediente añadido de que nos tocó salir del mogollón junto a los amigos en sillas de ruedas de la hermandad de la Virgen de Lourdes, ¿Alguien del servicio de orden? Estarían vigilantes rodeando autoridades y facilitándoles la salida.
Si la Iglesia se organizara volcándose sobre el último en llegar, descentrándose un poquito, ganaría mucho en credibilidad; podría pedir perdón por los errores de forma mucho más decidida, más confiable y, tal vez, podría empezar a revertir la decreciente caída en número y confianza que tiene la Iglesia en nuestra sociedad.
Pero viendo tantas veces a sus responsables a uno le viene a la cabeza la canción esa de «Antes muerta que sencilla».
Así seguimos, y así nos va. Esperanza haberla hayla, porque hay minorías que sí han empezado a introducir en su organización este cambio de mentalidad de servicio al último. Existen. Y es como encontrar el paraíso en la tierra. ¿Se podría empezar por encargarles la organización de este tipo de eventos públicos?