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Antígona

Una de las características innatas del ser humano, por mucho que nos pueda fastidiar, es que es incompleto y siempre lo será

Actualizada 04:05

Desde hace unos años, un grupo de amigos celebramos vacaciones juntos y, como ya es tradición, dentro de las múltiples y variadas propuestas incluimos la representación de una obra de teatro adaptada. Este año, la clásica Antígona.

¿Por qué? Esta obra nos lanza una pregunta: ¿qué es lo verdadero, lo verdaderamente humano? Nos pasamos la vida, querámoslo o no, buscando respuestas a este tipo de grandes preguntas que nacen del impacto continuo de nuestro yo con la realidad. Por mucho que la más moderna de las ideologías punteras de este mundo intente conquistar y domesticar la palabra «realidad» es esta tan basta que sigue dando que hablar. Hace poco leí en un libro de Marcus du Santoy titulado 'Lo que no podemos saber. Exploración en la frontera del conocimiento', donde dice que las conquistas científicas se clasifican entre las que ya se han alcanzado y las que faltan por hacerlo -que serán en número infinitamente más numerosas-. A su vez, el autor diferencia en estas últimas las que sabemos que no sabemos y las que no sabemos que no sabemos. El autor del libro intuye, que este último subsector, pueda ser bastante más amplio que el que por lo menos sabemos que no sabemos.

Lo mismo puede aplicarse a lo humano. Una de las características innatas del ser humano, por mucho que nos pueda fastidiar, es que es incompleto y siempre lo será. Por eso, desde siempre, se han planteado y se plantearán en cada generación las grandes preguntas de las que la literatura universal se ha hecho eco y afloran también en el teatro griego unos siglos antes de Cristo.

La tragedia griega, subgénero dramático originado en la Antigua Grecia e inspirado en los mitos y representaciones sagradas que se hacían en Grecia y Anatolia, alcanza su apogeo en Atenas del siglo V a. C. Antígona, escrita por Sófocles -uno de los autores más importantes, junto a Esquilo y Eurípides- fue escrita en el 440 a.C. Son muchas y muy diversas las lecturas que se han hecho de este clásico: desde Platón a Judith Butler, pasando por Hegel o Kierkegaard, Maria Zambrano o el archiconocido y controvertido historiador Slavoj Žižek. Y no es para menos por el tema que trata: ¿Qué es la verdad? ¿A quién sirve el poder? ¿Qué hacer en caso de conflicto? ¿Asegurar la ciudad o dejar crecer y florecer la anarquía y falta de orden para salvaguardar lo humano? Se enfrentan aquí dos nociones del deber. Por un lado, la familiar -representada por Antígona- que se caracterizada por el respeto a las normas religiosas. Y por el otro la civil – representada por Creonte- que se caracteriza por el cumplimiento de las leyes del Estado. Sófocles también plantea a través de la oposición entre Antígona e Ismene la posibilidad de tomar posturas distintas ante un mismo problema.

Cuando Dios se encarnó, estas grandes preguntas corrían por las venas desde hacía generaciones. Cada una trataba de dar respuestas válidas, aproximaciones. Dios, al hacerse carne, tuvo también que responder al problema del poder. No eludió la fatiga de hacerse hombre. No se escaqueó de responder a las grandes preguntas humanas, como Sófocles, como los grandes de la literatura universal, como todos los hombres vivos. Dios tuvo que tomar partido. No pudo ni quiso quedarse al margen.

Pensemos en la tragedia de la guerra Rusia-Ucrania, de la guerra Israel-Palestina, las guerras políticas por auparse o mantenerse en el poder, las guerras familiares que sufren tantos de nuestros amigos, las guerras soterradas en tantas organizaciones para mantenerse o alcanzar el poder. También hoy a nosotros se nos pregunta, se nos inquiere desde la tragedia griega, desde la Iglesia en la que estamos, desde el entorno más cercano, ¿Y tú? ¿Qué respondes? ¿Cómo respondemos nosotros? ¿Podemos dialogar, cómo en la representación teatral, o el plato está ya servido y nuestras organizaciones son poco porosas y utilizan poco el diálogo, la confrontación, la crítica o la reflexión? Es vital, esencial, hacer todo un trabajo de atención sincera, de mirada limpia, inteligente, mordaz, astuta, crítica sobre este elemento. Es un trabajo que no se le elimina a nadie, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Es increíble ver cómo el Papa Francisco también ha intuido que es esencial poner sobre la mesa un factor que es más de organización que de dogma y, precisamente por eso, poco o nada hablado dentro de la Iglesia. Él ha introducido a toda la iglesia al proceso sinodal. Una buena forma de responder.

Lleven estas preguntas dentro, qué es lo genuinamente humano. Nunca se arrepentirán de, al menos, planteárselas.

«La tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana».

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