ZP, un jarrón de la China de Xi Jinping
El nefasto expresidente socialista se ve crecido y multiplicado en Pedro Sánchez, el mejor depositario de su legado de degradación democrática, esa herencia que basculó entre la rendición a los criminales de ETA y el aliento al separatismo en Cataluña con el Estatuto
Hay dos presidentes norteamericanos que acompañaron, por su relevante papel, mi primera juventud y mis años de carrera. Uno fue Jimmy Carter y otro Ronald Reagan. Recuerdo al recientemente fallecido Carter reunido con Begin o Sadat para buscar la paz en Oriente Medio; y a Reagan con Gorbachov y el Papa Juan Pablo II, persiguiendo la caída del telón de acero.
Ahora que en Estados Unidos Biden ha pasado a la reserva y será uno más –aunque por edad ya solo esté para sopitas y buen caldo– de los exinquilinos de la Casa Blanca, declaro mi absoluta envidia por la manera en que ese gran país ha gestionado hasta ahora el estatuto de sus exmandatarios. Todos ellos pasan a formar parte de un intangible consejo de sabios que están a disposición del jefe del Estado vigente para lo que necesite. Conociendo a Trump no hará uso de ellos porque él lo resuelve todo solo, con una coca-cola en una mano y en la otra un bolígrafo para firmar órdenes ejecutivas disparatadas a cascoporro. Pero ha sido y espero que siga siendo una tradición en ese país que todos trabajen por el interés común, y no estorben como jarrones chinos.
Con aciertos y muchos patinazos, Carter fue uno de los cooperantes útiles. Aunque demócrata, estuvo siempre a disposición de Bush para mediar en Oriente Medio. Digo que tengo envidia, porque aquí en España la única vez que Pedro Sánchez llamó a todos sus antecesores para contar con su apoyo fue cuando Rusia invadió Ucrania y el presidente contactó con González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Y nunca más se supo. Ya antes, el fuego amigo entre Rajoy y Aznar dificultó cualquier demostración de afinidad, pero por lo menos se guardaba el respeto institucional. Ahora es imposible con la ególatra introspección del presidente más sectario de nuestra historia. Él solo acudiría a ellos si aplaudieran sus políticas como si fueran el bobo de Coria.
Solo hay una simbiosis que funciona y trabaja incansablemente para el mal: la de Zapatero con Sánchez. Estos días ZP ha hecho alarde de su conexión con la sevicia política. Otra vez. El pasado fin de semana se desgañitaba defendiendo en Andalucía a dos delincuentes condenados por el Supremo, como Chaves y Griñán, mientras se hacía cargo de la interlocución con el mediador salvadoreño que, en un ejercicio de humillación insuperable, opera entre Puigdemont y Sánchez. Si no se tratara de Zapatero sería para no creer que alguien que presidió durante siete años el Ejecutivo esté de recadero entre un prófugo de la justicia, huido tras dar un golpe de Estado, y un «relator» buscavidas, acostumbrado a mediar entre metrópoli y colonia y dedicarse a la dolce vita.
Pero es que solo un padre puede actuar de asesor áulico de su criatura. El nefasto expresidente socialista se ve crecido y multiplicado en Pedro Sánchez, el mejor depositario de su legado de degradación democrática, esa herencia que basculó entre la rendición a los criminales de ETA y el aliento al separatismo en Cataluña con el Estatuto. Verle hozando en la inmundicia, ya sea como embajador de dictadores bolivarianos, bien sea sometiendo a la nación ante un forajido, dueño de los siete votos que necesita el marido de Begoña Gómez para continuar en el poder, es de los episodios más negros que suceden en estos días en la política española.
Sus diabólicas gestiones, su mirada de villano político bajo dos acentos circunflejos, su verbo infantiloide cargado de las peores intenciones es una clara muestra de que aquel 11 de marzo de 2004 que nos arrebató casi doscientas vidas inocentes trajo consigo a una pésima persona al Gobierno de España. Si el único de nuestros expresidentes que tiene un papel activo es el nefasto Zapatero, que usa su estatus para horadar nuestra dignidad aquí, en Suiza o en Venezuela, mejor sería que se quedara como un jarrón chino. Hacia China, por cierto, arrastra nuestra política exterior porque no hay charca a la que no conduzca a su solícito sucesor. Todo esto mientras crece su abultado patrimonio que ni hubiera podido soñar con su ramplona licenciatura en Derecho y su papel de diputado gris antes del atentado de Atocha; patrimonio al que acaba de incorporar una mansión en Puerta de Hierro. Y seguimos sin saber de dónde saca para tanto como destaca. O sí.
Pero me corregiré: Zapatero sí es un jarrón chino; pero no de bazar, ni de todo a cien, sino moldeado para hacer fortuna al calor de la corrupta y autocrática corte del dictador Xi Jinping. Por eso anima a su criatura a creerse el líder de la izquierda mundial que parará a Trump mientras complace a Pekín en sus apuestas estructurales, como la del coche eléctrico. Hay que reconocerle a ZP una especial predisposición para las dictaduras y los políticos más nauseabundos.