Las mentiras del doctor Simón
Ahora, cinco años después de aquella tragedia que se llevó —cifras oficiales escandalosamente adulteradas— más de 120.000 vidas en España, el citado doctor se ha ido al programa de Évole para reivindicarse
El último día de enero de 2020 Estados Unidos cerró sus aeropuertos a todos los viajeros procedentes de China. Dieciséis días después, el recién nombrado coordinador sanitario contra la pandemia, Fernando Simón, decía con su voz atiplada que «en España ya no hay casos y no ha habido transmisión local del virus». Y añadía que «nuestro país no va a tener (infectados), como mucho más allá de algún caso diagnosticado». El mismo epidemiólogo afirmaba el 4 de marzo, diez días antes del estado ilegal de alarma, que no tenía ningún sentido cerrar las escuelas y que él, si le preguntara su hijo, le recomendaría sin problemas participar en la bomba vírica de la manifestación feminista del 8 de marzo.
El ínclito doctor también alardeó de tener un grupo de expertos detrás —habló de que contaba con un informe de la Universidad John Hopkins— y todavía se están riendo allí. Ahora, cinco años después de aquella tragedia que se llevó —cifras oficiales escandalosamente adulteradas— más de 120.000 vidas en España, el citado doctor se ha ido al programa de Évole para reivindicarse. Sí, en lugar de acogerse a la compasión del paso del tiempo o a la desmemoria que siempre ayuda al ser humano a sobrellevar las desgracias, va el hombre que se encargó de mentirnos en nombre de la ciencia para dar cobertura al aparato de propaganda del Gobierno, y echa sal a nuestras heridas.
No solo no se acoge a la indulgencia del olvido o a la necesaria prudencia para mitigar su fraudulento papel durante aquellos terribles días del confinamiento, sino que ataca a diestro y siniestro para sentirse reconfortado en su nefasta gestión, complementada por otro títere de Sánchez, Salvador Illa. Fue el vocero oficial del Gobierno, que puso su buen nombre al servicio de la operación de patrañas y encubrimiento de sus jefes políticos. Por no decir ni media verdad, hasta ocultó el verdadero número de muertos. Pasó de ser el referente médico al que los españoles intentaron acogerse para sobrellevar el pánico desatado por el letal bicho llegado de la china Wuhan a sentirse como pez en el agua como portavoz mendaz de la elusión de responsabilidades del presidente.
Escucharle arremeter contra «el barro sucio» y denunciar que ha sido «testigo de mentiras flagrantes» en el programa de La Sexta al mismo señor que hizo de los embustes su signo de identidad es sufrir el peor de los sarcasmos. Al médico que se dejó espetar como si fuera besugo en la parrilla de Pedro, para blindarle contra su inoperancia y contra su negligencia, le falta autoridad moral para hablar de la mala praxis de otros. Dedicó toda su entrevista con Évole a exculparse, sin hacer la más mínima autocrítica, ni demostrar el más leve compromiso con la verdad y la historia, con su obligación ética como facultativo, lo que demuestra que el desahogo personal con que afrontó su ejecutoria contra el coronavirus no ha hecho más que agravarse un lustro después. Si alguien esperaba que los años transcurridos sirvieran de estímulo para confesarse ante los ciudadanos, que vieron con terror cómo ejercía de brazo armado de intereses políticos en lugar de expresarse con criterios técnicos, estaba equivocado. Así que debería callar para que lo que quedara en el imaginario colectivo fueran los amables memes de la época.
La mejor demostración de que al Gobierno toda su dolosa actuación le salió gratis es que consiguió convertir en presidente catalán al corresponsable del desastre. Porque por mucho que Simón e Illa —tanto monta, monta tanto— hablen en la tele con esas voces templadas y esos tonos de no haber roto jamás un plato, no significa que su comportamiento no fuera el peor con las consecuencias que todos conocemos. La escandalosa tardanza en llegar el material sanitario, la muerte 112 médicos sin epis con que protegerse, los negocios hechos al calor de la compra de mascarillas —Koldos, Aldamas, Ábalos, Francinas…—, la imposición de estados de alarma reprobados por dos veces por el Constitucional, la elusión de responsabilidades del Gobierno endosadas a las comunidades autónomas, la tardanza en cerrar los aeropuertos, la falta de criterio médico en la toma de decisiones contra la Covid, pero, sobre todo, el inmoral despliegue de mentiras para narcotizar a los ciudadanos encerrados en sus casas, pesará siempre sobre Simón y todos los secuaces del presidente que se vendieron por un plato de lentejas para alimentar sus egos en forma de minutos diarios en el telediario. Y la justicia, en esto como en otros casos, a por uvas.