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TribunaJosep Maria Aguiló

El fin del mundo está cerca, o no

Para nuestro país, ese inevitable apagón del astro rey supondría además un problema añadido. Piensen que dentro de nada ya no podríamos seguir presentando en las principales ferias turísticas internacionales nuestra tradicional oferta de «sol y playa», pues sólo podríamos ofrecer «luna y playa»

Actualizada 01:30

La conocida vidente y mística búlgara Baba Vanga vaticinó décadas atrás que en 2025 tendría lugar el principio del fin de los tiempos, por lo que de ser ciertos sus terribles augurios, sólo faltarían ahora mismo apenas diez meses para el fin del mundo. También es verdad que en su momento el rabino israelí Matityahu Glazerson había avanzado que el Apocalipsis llegaría probablemente a finales de 2021, pero por suerte para todos nosotros no fue así.

De todas formas, es evidente que desde hace ya algunos años algo no acaba de ir del todo bien ni dentro de nuestro país ni fuera de él. Lo podemos corroborar casi cada día viendo la televisión, escuchando la radio o leyendo los periódicos. Esa mala impresión personal se puede acentuar aún un poco más si uno tiene además el vicio —en su quinta acepción— de seguir de manera habitual los programas de debate, sobre todo si los contertulios más requeridos en ellos son especialmente apasionados y vehementes.

Algunos de esos insignes opinadores parecen creer que un adelanto del Apocalipsis habría llegado ya a España hace casi siete años, coincidiendo con el acceso de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno, mientras que otros sitúan ese hipotético desajuste apocalíptico en Estados Unidos, coincidiendo con el inicio del segundo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca. Ambos pareceres son en principio igualmente defendibles, aunque veo poco probable que tanto Sánchez como Trump piensen también lo mismo sobre este peliagudo asunto.

Un posible consuelo preapocalíptico para todos nosotros quizás sea que dentro de unos meses ya no tendremos que preocuparnos nunca más por cuestiones como la deuda externa, el déficit público, el futuro de las pensiones, los ciberataques rusos y chinos, los saludos de Elon Musk en los mítines, la vigencia o no de la ideología woke, las encuestas del CIS de José Félix Tezanos, los nuevos regímenes hipocalóricos para adelgazar o las rebajas de enero de 2026. Con más motivo, no deberían de quitarnos ya más el sueño la organización del Mundial de Fútbol de 2030 o el impacto del asteroide 2024 YR4 en la Tierra en 2032.

Los más optimistas de entre ustedes quizás piensen que todo esto del supuesto e inminente fin del mundo no son más que paparruchas, fake news o bulos. Y no digo yo que no sea así, sobre todo para que el actual Gobierno no me imponga una multa o incluso algo peor por incumplir uno o más preceptos de la Ley Orgánica del Derecho de Rectificación.

Dicho esto, lo que sí parece ser completamente cierto es que el Sol se muere. Sí, sí, tal como lo oyen. Se muere. Lo explicaron en un reportaje televisivo que vi hace apenas unos días. Según recalcaron varios expertos en la materia, al Sol ya sólo le quedan unos cuatro o cinco mil millones de años de vida —de hidrógeno, en su caso— y luego se apagará completamente.

Es posible que haya quienes aleguen aquí, con razón, que todavía queda algo de tiempo antes de que se produzca ese fatal desenlace solar, pero también es verdad que el tiempo pasa siempre muy deprisa. Parece que fue ayer cuando se produjo el Big Bang, cuando Cristóbal Colón descubrió un nuevo continente o cuando yo jugaba en la playa con el balón azul de Nivea, pero de todo ello ha pasado ya muchísimo tiempo. Demasiado.

Para nuestro país, ese inevitable apagón del astro rey supondría además un problema añadido. Piensen que dentro de nada ya no podríamos seguir presentando en las principales ferias turísticas internacionales nuestra tradicional oferta de «sol y playa», pues sólo podríamos ofrecer únicamente «luna y playa». Ello nos obligaría, además, a empezar a reforzar ya nuestra actual oferta turística nocturna, para que a medio plazo pudieran venir también aquí a pasar sus vacaciones vampiros, zombies, licántropos, espectros y aparecidos, que se unirían así a los noctámbulos patrios, los fantasmas de diversa índole y las vampiresas de toda la vida.

A pesar de todo lo dicho hasta ahora, reconozco que hay algunas razones de peso para ser relativamente escépticos acerca de un posible fin del mundo más o menos próximo. Recuerden que en las postrimerías del pasado siglo nos dijeron que esa fecha fatídica llegaría el año 2000 o el 2001, algo que no ocurrió, y posteriormente nos aseguraron que sería el 2012, algo que afortunadamente tampoco pasó, por lo que de momento llevamos ya un cuarto de siglo desafiando a videntes, augures y pitonisos.

Aun así, también es posible que estos últimos lleguen a tener finalmente razón. Ante la eventualidad de que eso pueda ser así, permítanme que les dé hoy un humilde y último consejo, en especial si son tan pecadores como yo: «Arrepentíos, el fin del mundo está cerca». Y perdonen ustedes el tuteo y la confianza. Son los nervios. Por mi parte, yo ya he empezado a arrepentirme de todos mis pecados y mis vicios —en su primera acepción—, por si de aquí a diciembre no me diera tiempo.

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